Los bebés se movían en la Reunión de Sacramental mientras los niños “susurraban” con voces más altas que sus voces regulares.
La adorable niña sentada delante de mí, con un lazo tan grande como su cabeza, me hizo caras, y luego se rió.
Era un día típico en nuestro barrio.
Acabábamos de tomar la santa cena y un joven discursante se acercó al estrado.
Estaba obviamente nervioso e incómodo de hablar frente a tanta gente.
¿Quién no lo estaría?
Su voz era tranquila. Temblaba un poco con una pausa ocasional mientras trataba de encontrar su lugar.
En verdad, no había nada fuera de lo común en la forma en que se daba el discurso o en el hecho de que un joven adolescente hablara a una capilla entera de adultos, líderes y niños.
Sin embargo, fue el discurso más frustrante que había escuchado.
Durante el discurso, el joven compartió una historia acerca de subir al autobús todas las mañanas para ir a la escuela.
Mencionó que era muy tímido y no hablaba fácilmente con gente nueva.
Por eso, a menudo se sentaba solo.
Pero un día, de repente tuvo el impulso de hablar con otro muchacho en el autobús, uno que a menudo se sentaba solo también.
Un chico que era obviamente diferente.
El hombre joven de mi barrio habló de sus luchas internas.
Habló de cómo oraba por fortaleza.
Habló de lo difícil que era para él acercarse a los extraños.
Y aún así, todos los días pensaba en lo que podía decirle a este muchacho.
Pensó en maneras de iniciar una conversación.
Pensó en maneras de hacerle sonreír.
Pero entonces sucedió algo inexplicable: El niño no subió al autobús un día.
De hecho, el adolescente de nuestro barrio nunca volvió a verlo.
Nunca supo lo que le pasó.
Ni siquiera supo su nombre.
Me senté escuchando el discurso, completamente asombrada. Cada parte de mí quería alguna solución.
Quería un final feliz.
Pero este joven orador se negó a seguir el guión habitual.
En su lugar, compartió de profunda experiencia personal sobre la frustración y el dolor que proviene de no seguir las indicaciones espirituales.
En ese momento, este joven miembro de la Iglesia era completamente vulnerable.
Aunque era tímido, estaba compartiendo uno de sus mayores fracasos en la vida y una de sus mayores decepciones.
Estaba compartiendo una parte de sí mismo que no estaba pulida y un recuerdo que no tuvo un resultado perfecto.
En ese momento, él era completa e inquebrantablemente real.
Y él hizo todo esto para evitar que lo que le había ocurrido a él, no le sucediera a otra persona.
Aunque la historia que él compartió me frustró, me asombró la capacidad de este Santo de los Últimos Días de ponerse a sí mismo y a su imagen de lado para hablar a todos nosotros de la vida tal como la conocemos, hablar de imperfecciones y momentos sencillos e incluso frustraciones.
En ese momento, me di cuenta de que los discursos que damos en nuestros barrios no necesitan ser sermones.
No necesitan tener milagros y grandes historias.
No necesitan tener aforismos lindos ni citas pegajosas.
No, cuando hablamos con nuestros hermanos y hermanas, sólo necesitamos ser reales.
Necesitamos conectarnos y compartir con honestidad un poco de nosotros mismos, sin importar lo basto o imperfecto que sea.
Espero que en el futuro siempre pueda recordar el discurso y la valentía que un joven miembro de la Iglesia mostró cuando compartió su testimonio, uno ganado por prueba y error, pero uno poderoso e inspirador para muchas más personas de las que él pudiera imaginarse.
Este artículo fue escrito originalmente por Danielle B. Wagner y compartido en ldsliving.com, con el título The Most Frustrating Sacrament Talk I´ve ever Heard (& What It Taught Me About How We Should Speak in Church) Español ©2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company | English ©2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company.