El siguiente artículo fue escrito en base al testimonio de Láisa Jacques.
Desde muy joven, sentía que era diferente de otros niños. Escuchaba comentarios frecuentes de otras personas sobre lo bien portados y obedientes que eran mis hermanos, menos yo.
Siempre escuché que era distraída y olvidadiza, que no prestaba atención a las cosas y que no podía quedarme quieta. Siempre pensé que ese era mi modo de ser, hasta que esos comentarios comenzaron a cambiar de tono.
Cuando empecé la escuela, me di cuenta de que no aprendía como los demás niños. Tareas que parecían simples para todos, como leer, escribir o prestar atención a la maestra, tenían un nivel de dificultad diferente para mí. Fue entonces cuando empecé a escuchar que era “tonta”.
Durante un tiempo, logré ignorar esos calificativos, pero después de escuchar lo mismo una y otra vez, empecé a creer que era incapaz de aprender. Todo lo que hacía parecía salir mal y, debido a mi comportamiento, las personas comenzaron a alejarse de mí y me convertí en una niña muy solitaria.
Recuerdo que cuando tenía unos 7 años, le preguntaba a Dios por qué no era como los demás niños y por qué nada de lo que hacía salía bien. Le pedía a Dios que no me dejara sola, que tuviera amigos.
Descubriendo qué es la dislexia
Ni mi familia ni mis profesores sabían qué estaba mal conmigo, no sabían cómo abordar la situación. Nadie tenía suficiente conocimiento para ayudarme.
Fue solo años después, viendo una telenovela, que las cosas comenzaron a cambiar. Viendo uno de los episodios, me identifiqué de inmediato con uno de los personajes.
La joven estaba estudiando derecho y su madre le leía. La joven sabía leer, era capaz de hacerlo, pero tenía muchas dificultades identificando las letras. Corrí a buscar a mi madre para que también lo viera.
Investigamos en Internet y descubrimos que era dislexia.
Uno de los sitios web describía las características de la dislexia y, a través de esa lista, mi mamá y yo pudimos entender algunos de mis comportamientos. A partir de ese momento, mi familia empezó a comprenderme mejor y, sobre todo, comencé a entenderme a mí misma.
Dado que mi familia no tenía los medios para buscar un tratamiento y un diagnóstico específico para mí, nunca tomé medicamentos ni fui a un psicólogo; tuve que aprender a lidiar con todo de la mejor manera que pude.
Con el tiempo, me fui conociendo mejor y comprendiendo cuáles eran mis límites. Al mismo tiempo, desarrollé estrategias para lograr lo que sentía que no podía lograr las cosas.
Recién a los 22 años y después de seis meses de búsqueda, finalmente obtuve un diagnóstico. A través de ese diagnóstico, descubrí que además de la dislexia, también tenía Trastorno por Déficit de Atención y Trastorno del Procesamiento Auditivo Central.
Mis dificultades edificaron mi fe
Si pudiera elegir, no tendría estos trastornos, pero entiendo su propósito en mi vida. Estos “problemas” me han convertido en una persona mejor, más humilde y más empática.
Mi recuerdo más fuerte del período en el que no tenía un diagnóstico es sentirme sola e incomprendida, pero al orar con lágrimas, sentía que el Señor me consolaba. Sin duda, si no hubiera pasado por estas dificultades, nunca habría conocido esta sensación de saber que Él estaba allí.
Siento que estas oraciones son parte de la base en la que edifiqué mi testimonio de Dios, porque aunque no sabía exactamente qué estaba mal conmigo, podía sentir el amor de mi Padre Celestial y estar segura de que Él nunca me abandonaría.
En medio de mis sentimientos de soledad e incapacidad, el Espíritu Santo me decía: “Puedes hacerlo, eres buena, eres capaz, no estás sola”.
El Señor sabe todas las cosas y siempre me brindaba consuelo. Puedo afirmar que mis dificultades edificaron mi fe desde que era pequeña. El evangelio de Cristo en mi vida fue esencial para darme fuerzas para seguir adelante y superar mis limitaciones.
Todo lo podemos en Cristo
Si también lidias con la dislexia o cualquier otro trastorno, ignora la opinión de los demás, busca conocerte a ti misma, reconoce tus fortalezas y limitaciones, y no te rindas. En tus momentos de mayor soledad y falta de comprensión, ora y habla con Dios.
Sé, por experiencia, que en ese momento sentirás el genuino amor de Dios y cuando obtengas esa respuesta, tus dificultades, tus problemas y lo que otros piensan de ti pasarán a un segundo plano. Concéntrate en lo que Dios piensa de ti y en la capacidad que Él te ofrece.
Nuestro Padre Celestial nos ayudará y fortalecerá lo suficiente como para lograr todo lo que sea justo para nosotros. Él me ayudó a servir en una misión, aprender el idioma de la misión, graduarme en la universidad y, actualmente, me ayuda en mi segunda carrera. Sé que Él puede hacer lo mismo por ti.
Fuente: maisfe.org
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