Cuando pensamos en las importantes enseñanzas de los profetas en las Escrituras, nombres como los de Lehí, Nefi, Moroni, Moisés, Noé o Adán se nos pueden venir a la mente.
Sin embargo, usualmente, si pensamos en las enseñanzas que aprendemos de las mujeres en las Escrituras, no se nos vienen tantos nombres a la cabeza.
Por ello, hoy analizaremos a 5 mujeres, específicamente madres, del Antiguo Testamento y veremos las importantes lecciones que nos enseñaron.
Eva
El presidente Russell M. Nelson enseñó:
“Como Miguel, Adán hizo su parte. Él se convirtió en el primer hombre, pero, a pesar del poder y la gloria de la creación hasta ese momento, todavía faltaba el último eslabón en la cadena de la creación. Todos los propósitos del mundo y todo lo que había en él serían reducidos a la nada sin la mujer, una piedra clave en el arca del sacerdocio de la creación”.
El presidente Nelson utilizó la palabra piedra clave por una razón muy significativa.
Así como se utiliza en la descripción del Libro de Mormón para expresar lo relevante que es en el evangelio de Jesucristo, Eva, la madre de todos los vivientes y la primera de todas las mujeres (Moisés 4:26), fue esencial para el propósito del mundo, pues sin ella todo se hubiera derrumbado.
Gracias a ella el plan de salvación pudo seguir adelante.
El ejemplo de Eva le demuestra a las mujeres lo importante que son para el plan de salvación.
Estén solteras o casadas, con hijos o sin hijos, hay muchas formas en que las mujeres pueden ser la piedra clave de su entorno. Ellas ayudan a que el plan de Dios progrese.
Agar
Agar era una criada egipcia al servicio de Sara, quien se la entregó a Abraham para “levantar” una descendencia sobre él cuando Sara no podía concebir.
Cuando Agar concibió, Sara comenzó a sentir rencor contra ella. Entonces, Agar huyó.
Justo en ese momento sombrío, cuando Agar debió haberse sentido completamente ignorada, el Dios de Abraham se le manifestó y le explicó que había escuchado su llanto.
La criada, asombrada y ahora reconocida por el mismo Dios, lo nombró como “el Dios que me ve”.
Agar debió sentirse totalmente ignorada como sierva, extranjera, mujer y fugitiva, y que era “improbable de que pudiera encontrar ayuda mientras vagaba por el desolado desierto”. Sin embargo, Dios la vio en el momento en que se sintió más desamparada.
De hecho, Dios no solo la vio, sino que le prometió que haría de su hijo Ismael “una gran nación” (Génesis 21:18), lo cual cumplió.
La historia de Agar nos recuerda que debemos confiar en Dios incluso cuando sentimos que estamos deambulando en nuestros desiertos personales.
Debemos creer que Él no solo cumplirá con las promesas que nos ha hecho, sino que lo hará de una manera mucho más grande de la que podamos imaginar.
Sara
En Hebreos capítulo 11 se menciona una lista de personas de gran fe: Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y Sara.
Sara es una de las dos mujeres mencionadas en este capítulo junto a la ramera Rahab, quién ayudó a esconder a dos espías en Jericó y cuyo coraje la salvó a ella y su familia cuando la ciudad cayó.
Pero, ¿qué es lo que dicen las Escrituras sobre la fe de Sara? En el versículo 11 leemos:
“Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aún fuera del tiempo de la edad, porque consideró que era fiel el que lo había prometido”.
Tal vez pueda ser difícil entender algunas de las acciones de Sara con respecto a lo que se registra en las Escrituras.
Sabemos que ella deseaba echar a Agar y su hijo (Génesis 21:10) y que también se burló cuando recibió la noticia de que llevaría un hijo en su vientre (Génesis 18:12-15).
No obstante, al reconocer los años de dolor por los que tuvo que pasar al no poder concebir y lo impactada que debió haberse sentido cuando entendió que finalmente tendría un hijo, podemos sentir compasión por ella.
Esta es la razón por la que particularmente Hebreos 11 tiene un gran significado, porque vemos ahí lo que no encontraremos en cualquier otro lugar:
“A pesar de todo, Sara tuvo la fe para concebir un hijo porque sabía qué Dios cumpliría con Sus promesas”.
Rebeca
Rebeca tuvo que sobrellevar lo inesperado una y otra vez.
Primero, aceptó casarse con Isaac sin haberlo conocido antes (Génesis 24:58) y luego, a pesar de haber sido bendecida para ser la “madre de millares de millares” (Génesis 24:60), no pudo tener hijos hasta casi después de 20 años de matrimonio.
Tal vez su situación la debió haber dejado confusa y atribulada, incluso pudo haber cuestionado su propósito dos décadas después de esperar concebir, o también se preguntó si algún día sería madre.
Eventualmente, Rebeca concibió gemelos después de que su esposo oró al Señor por ella (Génesis 25:21).
Esto ciertamente fue un gran regocijo y bendición. Pero, algo inesperado sucedió, sus hijos luchaban en su vientre y cuando le preguntó al Señor al respecto, Él le respondió que el mayor de los hermanos serviría al menor (Génesis 25:22-23).
Nuevamente, Rebeca se enfrentó a lo inesperado. Ella no deseaba que, después de 20 años de espera, sus hijos se enfrentaran; y fue aún más difícil cuando su hijo Esaú decidió casarse fuera del convenio. Todo ello fue para su “amargura de espíritu” (Génesis 26:35).
La experiencia de Rebeca como madre tal vez no fue la mejor, pero su maternidad no se definió por ello; incluso antes de ser madre, la perspectiva eterna de llegarlo a ser algún día la mantuvo dentro del camino a pesar de no saber lo que vendría.
Su ejemplo nos puede servir como recordatorio de siempre mantener una perspectiva eterna a pesar de los altibajos de la vida. Ella nos enseña a aferrarnos al plan de Dios cuando las cosas no suceden como esperamos.
Ana
En 1 Samuel aprendemos del gran dolor que tenía Ana al no poder concebir. Ella lloraba y no comía por causa de su dolor, tenía amargura en su alma (1 Samuel 1:10).
Al orar al Señor, Ana prometió que si le daba un hijo “lo dedicaría al Señor todos los días de su vida” (versículo 11).
Las oraciones de Ana fueron respondidas de la manera en que ella esperaba y cumplió con su promesa.
Debió haber sido sumamente difícil renunciar a su hijo cuando lo había anhelado durante tanto tiempo; sin embargo, lo hizo porque se lo había prometido al Señor.
Ella pudo haber encontrado una excusa o pudo haber cambiado de opinión, pero no lo hizo. Ana nos recuerda lo importante que es mantener nuestras promesas, sobre todo con Dios.
Además, es un excelente ejemplo de lo que verdaderamente significa sacrificar y poner nuestra fe en Dios por encima de todas las cosas.
Fuente: LDS Living