Este artículo fue escrito originalmente por Daniela Lunardelli, de Brasil.
En octubre de 2020, mi única hermana estaba embarazada y falleció dando a luz a su tercer hijo.
Su bebé nació prematuramente con solo 24 semanas y fueron momentos muy difíciles, los cuales tal vez no consiga describir en su totalidad.
Me sentía realmente como una vasija quebrada, pues estaba intentando quedar embarazada de mi tercer hijo, pero después de todo lo que pasó, terminé desistiendo del intento de tener un hijo más.
Me prometí a mí misma que nunca más tendría otro bebé.
Pasó un año, y un día sentí una fuerte impresión de que debería tener un hijo más. Era un sentimiento muy fuerte, y no venía de mi cabeza sino de mi alma.
Conversé con mi marido sobre lo que había sucedido y le conté todo lo que estaba en mi corazón. Sorprendentemente, él fue más positivo que yo con relación al asunto.
Tiempo después quedé embarazada, y cuando fuimos al obstetra para los primeros exámenes y consultas, le conté toda mi historia.
Para mi total sorpresa, al momento del ultrasonido, la doctora dijo que estaba embarazada de 11 semanas, y no de 8 como lo había pensando.
Lo más interesante fue de que mi esposo y yo habíamos conversado sobre el tema hace 8 semanas exactamente.
El Señor es misericordioso con cada uno de Sus hijos. Él esperó que tuviéramos esa conversación tan sincera para, entonces, aceptar que sí, que iríamos a tener nuestro tercer hijo.
Como una vasija quebrada
Sentí un pánico enorme con el simple hecho de pensar en quedar embarazada después del trauma que habíamos pasado luego de la muerte de mi hermana, pero Dios fue tan bondadoso con nuestra familia, que durante mi tercera gestación no sentí nada de eso, no sentí ningún rastro de lo que pasó.
Confié en Él; confié en Su amor y dejé que Él moldeara y condujese nuestras vidas.
En la conferencia general de octubre de 2013, el élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó importantes verdades:
“Mis hermanos y hermanas, sea cual fuere su lucha, mental, emocional, física o de otro tipo, ¡no nieguen el preciado valor de la vida acabando con ella! Confíen en Dios. Aférrense a Su amor. Sepan que un día el alba brillará intensamente y todas las sombras de la mortalidad huirán.
Aunque sintamos que somos “como una vasija quebrada”, como dijo el salmista, debemos recordar que esa vasija está en las manos del Alfarero Divino. Las mentes quebradas se pueden curar de la misma manera que se curan los huesos y los corazones rotos”.
Tengo mucha fe de que las familias pueden ser eternas.
Hoy mi sobrina tiene dos años y mi hija tiene un año. Cada vez que las veo juntas, me recuerdan a mí, a mi hermana y al amor del Salvador.
Fuente: Mais Fe