Mientras cumplía su misión en Inglaterra, el presidente Hinckley encontró muchos desafíos, pero dos frases lo mantuvieron en marcha y cambiaron su vida para siempre. A continuación, la traducción de un fragmento del libro “Go Forward in Faith” de Sheri Dew.
El Élder Hinckley había estado en Inglaterra menos de cuarenta y ocho horas cuando, sosteniendo una vieja bolsa de cuero en una mano y un maletín en la otra, entró en la plataforma de piedra de la estación de Preston en la tarde del 29 de junio y vio a un joven estadounidense esperándolo.
El Élder Kent S. Bramwell, un brillante y entusiasta presidente de distrito de Ogden, Utah, quien vigorosamente le estrechó la mano y luego le enseñó el camino a sus habitaciones en el 15 Wadham Road.
El Élder Bramwell no tenía ninguna intención de destruir a su nuevo compañero gradualmente, y mientras caminaban a su casa, anunció que iban a tener una reunión en la calle esa noche en el mercado de la plaza pública.
La idea de predicar a los transeúntes desinteresados era desalentadora, y el Élder Hinckley respondió de inmediato: “Tienes al hombre equivocado para ir contigo”. Pero el Élder Bramwell no se detuvo y unas horas más tarde, los dos misioneros caminaron al mercado y empezaron cantar.
Gradualmente se reunió una multitud, y ambos misioneros enseñaron y compartieron sus testimonios. “Estaba aterrorizado”, admitió más tarde el Élder Hinckley. “Me puse de pie en ese pequeño puesto, miré a esa multitud de personas, y me pregunté qué estaba haciendo allí. Eran terriblemente pobres y parecían no tener absolutamente ningún interés en la religión”.
La depresión mundial había golpeado Lancashire muy fuerte. Los hombres que no llevaban camisetas porque no tenían dinero para comprarlas, llevaban puesto una falta pechera debajo un abrigo viejo. Sus ropas y aseo reflejaban los tiempos en los que vivían, y aquella noche cuando Gordon los miraba, la multitud parecía amenazadora.
Aunque todos hablaban el mismo idioma, Gordon era un occidental de los Estados Unidos y el pueblo de Preston hablaba con un acento muy marcado de Lancashire. Con el tiempo, cuando empezó a ver bajo la superficie de la pobreza y llegó a comprender la bondad del pueblo inglés, aprendió a centrarse en sus similitudes más que en sus diferencias. Pero sus comienzos como misionero fueron intimidantes.
En la providencia del Señor, Gordon había sido enviado a la zona donde Heber C. Kimball y miembros de los Doce habían bautizado a miles de nuevos miembros casi un siglo antes. Esa primera noche en la plaza de la ciudad, Gordon conoció un lugar cargado de historia.
En Preston el Élder Kimball y Brigham Young habían predicado por primera vez las doctrinas del evangelio restaurado de Jesucristo en las Islas Británicas. Cada presidente de la Iglesia desde Brigham Young hasta Heber J. Grant habían servido en Inglaterra.
Con el tiempo, Gordon se familiarizó íntimamente con la ciudad que había demostrado ser un campo muy fértil para proselitismo en el siglo XIX. Él y su compañero caminaban por la calle donde el Élder Kimball y otros líderes habían caminado, en su primer día en Preston, llegaron a una gran bandera con el lema dorado “La Verdad prevalece”.
Ellos tomaron ese lema, como una señal de que el Señor los estaba cuidando. El Élder Hinckley visitó la casa de huéspedes en la calle Saint Wilfred donde Heber C. Kimball había tenido una aterradora experiencia con espíritus malignos y pasaba con frecuencia por la vieja Capilla de Vauxhall, donde por invitación, los primeros misioneros habían predicado en una casa llena de personas el día después de que llegaron a Preston.
El río Ribble con su puente de tranvía, donde el Élder Kimball realizó los primeros bautismos en la zona, el Cock Pit y Temperance Hall, y el obelisco en el mercado se convirtieron en monumentos familiares. Preston era rico en historia de la Iglesia, y Gordon se deleitaba con el área.
No obstante, el clima social y religioso que Gordon Hinckley encontró en Preston era muy diferente de lo que conocía en casa.
Las casas eran más pequeñas que en Salt Lake City, y la mayoría eran calentadas por pequeñas chimeneas, a veces tenían cuatro o cinco en una casa. Un dicho común entre los misioneros era que se calentaban de un lado, luego volteaban y se calentaban del otro.
Muchas personas eran desempleadas, e incluso aquellas que no lo eran no tenían mucho en el camino de los bienes temporales. Los ingleses que el Élder Hinckley, llegó a conocer, sin embargo, eran un grupo de principios, un pueblo fuerte, sincero y directo que sabía usar correctamente el inglés del rey y que eran en general hombres y mujeres honestos.
Sin embargo, la religión era un tema difícil de abordar. Muchos se negaron a apartarse de una pregunta fundamental: si había un Dios, ¿por qué permitiría tanto sufrimiento? A pesar de estar entre la sal proverbial de la tierra, los residentes de Preston estaban en gran parte desinteresados e incluso eran prejuiciosos contra lo que ellos consideraban ser una religión que provenía de Estados Unidos.
Para complicar las cosas, no mucho antes de la llegada del Élder Hinckley, dos misioneros habían violado las reglas de la misión y habían sido enviados a casa.
Sus indiscreciones habían sido difundidas, dándole munición a aquellos que afirmaban que no se podía confiar en los mormones.
Había pasado poco más de una década desde que la película Trapped by the Mormons, inspirada en el libro de Winnifred Graham del mismo título, había inspirado la retórica antimormona en las islas británicas.
El sentimiento contra la Iglesia, iniciado hasta cierto punto por el clero y fomentado por la prensa inglesa, había infectado a toda Gran Bretaña.
Para empeorar las cosas, el Élder Hinckley no estaba bien. Las exuberantes laderas y prados de Lancashire eran más verde de lo que había visto en Utah.
Alérgico al polen de la hierba abundante en la zona, Gordon estaba sufriendo desde el momento en que bajó del tren. “En Inglaterra la hierba poliniza y se convierte en semilla a finales de junio y principios de julio, exactamente cuando llegué a Preston”, recordó más tarde. “El día que llegué allí, empecé a llorar”, lágrimas de fiebre del heno, no de nostalgia, aunque su resistencia, energía y estado de ánimo estaban más bajos de lo normal.
La perspectiva de Gordon podría haber sido más brillante si su amigo Homer Durham, que también estaba sirviendo en la Conferencia de Liverpool cuando llegó, se hubiera quedado allí. Pero el 12 de julio, Homer fue trasladado a la oficina de la Misión Británica en Londres para actuar como presidente de una misión.
Después de haber soportado todo lo que creyó que podía, el Élder Hinckley le escribió a su padre y le dijo que no iba a ir a ninguna parte con la obra misional, y que no podía ver el punto de perder su tiempo y el dinero de su padre. Su padre, Bryant Hinckley, respondiendo como padre y presidente de la estaca, envió una respuesta breve y directa: “Querido Gordon, tengo tu reciente carta. Sólo tengo una sugerencia: olvídate de ti y ponte a trabajar”.
Más temprano ese día él y su compañero habían estudiado la promesa registrada en los Evangelios: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará “(San Marcos 8:35).
Esa escritura, combinada con el consejo de su padre, ardió en su alma. Con la carta en la mano, subió a su habitación en el 15 Wadham Road y se arrodilló.
Cuando derramó su corazón al Señor, prometió que trataría de olvidarse a sí mismo y perderse en el servicio del Señor.
Muchos años después indicó el significado de esa serie de acontecimientos: “Ese día de julio de 1933 fue mi día de decisión.
Una nueva luz entró en mi vida y un nuevo gozo en mi corazón. La niebla de Inglaterra pareció levantarse, y vi la luz del sol. Todo lo bueno que me ha sucedido desde entonces, puedo decir que fue gracias a la decisión que tomé ese día en Preston.
La experiencia resultó fundamental, pues fue el comienzo de una misión rica y maravillosa, aunque difícil. La rutina de estudiar el evangelio y dar testimonio regularmente, combinado con el sacrificio personal inherente al servicio misionero, realzaron sus convicciones de una manera notable.
A medida que pasaba el tiempo, llegó a apreciar mejor lo que los hermanos que habían predicado el Evangelio allí un siglo antes habían logrado.
Su misión y sentido de la visión evocaron dentro de él un respeto que bordeaba el temor.
A pesar de su extrema pobreza, habían venido a Inglaterra y habían convertido una gran congregación de santos que posteriormente infundieron la sangre de Gran Bretaña en el cuerpo debilitado de la Iglesia.
Mientras Gordon contemplaba la fe y el coraje del Élder Heber C. Kimball y los otros hermanos, su propia fe y vigor espiritual aumentaron.
Este artículo fue escrito originalmente por Sheri L. Dew, excerpted from “Go Forward with Faith” y publicado en ldsliving.com, con el título “The 2 Sentences That Changed President Gordon B. Hinckley’s Life Forever” Español ©2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company | English ©2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company