Por lo general, las novelas de amor son aquellas que los lectores buscan debido a los sentimientos que transmiten y la esperanza que crean en cada uno.
Al estudiar su historia familiar, Sarah Griffin encontró la historia de amor de William Stewart y Sarah Thompson, sus tatarabuelos de cuarta generación. Aquel relato parecía ser el guión de una película o novela de amor. Instantáneamente, la cautivó.
Lo que más le fascinó fue el inicio de la historia, así como los giros inesperados y los obstáculos que sus ancestros tuvieron que vencer para alcanzar la verdadera felicidad. Lo más resaltante para ella fue su valentía, amor y fe al poner a Dios en primer lugar.
La siguiente información se recopiló gracias a la historia familiar que realizaron muchos de los descendientes de William y Sarah Griffin así como registros históricos de nacimiento y censo.
Una hermosa historia de amor
William Hugh Stewart Jr. nació en 1814, su padre era rico y tenía tierras en Campbelltown, Escocia. Tenía una casa acomodada, un establo con caballos de raza y empleados que cuidaban su propiedad.
Él fue un excelente jinete y amante de los caballos. Numerosas historias lo describen como un hombre alto, de ojos marrones y cabello castaño.
Sarah Thompson tuvo una infancia muy diferente en Atrium, Irlanda. Ella nació en 1821 y vivió en circunstancias muy humildes, pues su papá y mamá solo tenían unas cuantas monedas.
Cuando Sarah creció, su familia se mudó a Campbelltown, donde ella, una joven de pequeña estatura con cabello castaño y ojos azul verdosos, conoció a William Stewart Jr.
Ambos asistían juntos a la escuela, jugaban y crecieron juntos; su amistad eventualmente se convirtió en amor.
A diferencia de William, Sarah tenía que trabajar para aportar al sustento de su familia, y de vez en cuando trabajaba como empleada doméstica en la casa de William. Su relación comenzó a estar bajo los ojos de la madre de William.
Cuando su madre, una mujer muy orgullosa, descubrió la relación entre ambos, se propuso separarlos. Lo último que ella deseaba era que su hijo se casara con una empleada pobre.
Mary, la madre de William, con engaños llevó a Sarah a un internado de costura, pensando así en terminar aquella relación.
Todo sería en vano. William y Sarah se habían casado en secreto. William había falsificado la firma de su tío en el certificado conyugal.
Durante casi un año, William buscó a Sarah, pero su madre no le quiso revelar su ubicación. Solo después de haberse topado con uno de los hermanos de Sarah, pudo tomar un caballo e ir tras ella.
Sarah estaba bordando frente a la ventana cuando reconoció a William, quien venía montando su caballo. La presión de haber estado en el internado durante tantos meses y ver a su esposo después de mucho tiempo la conmocionó y se desmayó.
William la buscó y la encontró. Cuando se enteró de lo que su madre había hecho para separarla de su amada Sarah, se sintió traicionado por su familia.
Temiendo que la falsificación de la firma se descubriera y tuvieran que separarse nuevamente, la joven pareja viajó a Antrim, Irlanda, la ciudad de origen de Sarah y comenzaron una nueva vida.
Una nueva vida, una nueva fe
Aunque Sarah y William probablemente se sintieron felices de estar reunidos y emocionados de empezar una nueva vida, había otro obstáculo en su camino: William había crecido en la clase alta escocesa por lo que nunca aprendió un oficio.
Ahora, él se encontraba en una parte diferente del país sin medios para mantenerse a sí mismo y a su esposa. William tomó el desafío con calma y consiguió trabajo en una fábrica de papel. Rápidamente, se convirtió en uno de sus mejores trabajadores.
Mientras vivieron en Antrim, Sarah dio a luz a dos bebés: Annie, en diciembre de 1838, y William, en mayo de 1842. Al año siguiente se mudaron a Greenock, Escocia, donde nacieron sus siguientes 4 hijos: Samuel, en abril de 1842; Sarah, en agosto de 1845; Elizabeth, en febrero de 1846 y Hugh, en marzo de 1851.
Después de ello, se mudaron a Glasgow donde había mejores condiciones de trabajo, y nació su séptimo hijo en marzo de 1854, Thompson. Fue en esa ciudad que conocieron a los misioneros de la Iglesia de Jesucristo.
Poco después se bautizaron, pero eso significó persecución y pérdida de amistades. Sin embargo, nada impidió que Sarah, una mujer de fe, llevara a su familia a la Iglesia y los animara a alcanzar la meta de viajar a Salt Lake City. Ella deseaba sellarse con su familia.
Cuando su octava hija nació en abril de 1857, contrajo edema a tal punto que no podía levantarse de su cama. Sarah entendió que no viviría mucho más, así que reunió a su familia y los instó a ir a Utah para que pudieran gozar del evangelio.
Sarah le pidió a su esposo que no dejara a ninguno de sus hijos y le rogó a Annie, su hija mayor, que le prometiera no casarse hasta que pudiera sellarse en el templo.
Sarah falleció en junio de 1857, solo ocho semanas después del nacimiento de su última hija, Martha.
Durante los siguientes cinco años, la familia Stewart se aferró a la fe de Sarah y obtuvieron el dinero suficiente para emigrar a Utah. Samuel, de 17 años en ese entonces, viajó antes a Estados Unidos y trabajó como plomero para pagar el viaje de su familia hacia Sion.
Los Stewart llegaron a Salt Lake City en septiembre de 1864 y Annie se casó y se selló con Andrew Walker Heggie el 3 de febrero de 1865, manteniendo la promesa que le había hecho a su madre antes de que falleciera.
Annie Stewart y Andrew Heggie se establecieron en Clarkston, Utah, y siguieron siendo miembros de la Iglesia durante toda su vida. Su firme ejemplo de fe ha bendecido, y continúa bendiciendo la vida de sus descendientes.
Al igual que Sarah Griffin, todos podemos aprender de nuestra historia familiar, y tal como dijo el élder Gong en la conferencia general de 2022:
“La conexión con nuestros antepasados puede cambiar nuestra vida de maneras sorprendentes. Sus pruebas y logros nos dan fe y fortaleza. Su amor y sus sacrificios nos enseñan a perdonar y a seguir adelante. Nuestros hijos se hacen resilientes. Obtenemos protección y poder. Los lazos con los antepasados aumentan la unidad familiar, la gratitud y los milagros”.
*Imagen de portada por Ronnie Kaufman, Getty Images
Fuente: LDS Living