Maddie Baker creció en Boise, Idaho, rodeada de arte y del apoyo de sus padres.

Desde niña, le gustaba crear, aunque no estaba segura de poder convertirlo en una carrera.

“Te enseñan que ser artista no es una buena opción, que vas a vivir en una caja de cartón”. 

Aun así, siguió dibujando en su tiempo libre y en las clases de arte del colegio. Todo cambió durante una visita a Brigham Young University (BYU).

Mientras recorría el antiguo Harris Fine Arts Center como estudiante potencial, se topó con una exposición de ilustraciones. No era diseño gráfico ni arte clásico. Era algo diferente.

“Fue como si los ángeles cantaran desde lo alto. Supe que este era mi lugar».

Desde ese momento, decidió que no habría plan B: quería ser ilustradora.

Imagen: Meridian Magazine

Se postuló al programa de Ilustración de BYU, fue aceptada, y comenzó su carrera. Al principio, soñaba con ilustrar libros para niños o trabajar para The Friend, la revista infantil de la Iglesia. Pero todo se transformó cuando sirvió una misión en Oklahoma. Al volver, sus metas ya no se sentían tan claras. Aunque no sabía qué le faltaba, siguió avanzando.

Para su proyecto final de grado, decidió hacer algo distinto: una exposición histórica interactiva sobre mujeres del siglo XIX y la maternidad. Incluyó figuras como Sojourner Truth, Emma Smith y varias de sus propias antepasadas pioneras. Investigó sus historias, leyó cartas antiguas y dibujó las casas en las que vivieron.

“Hay muchas historias de mujeres que no se han contado bien. Sentí que necesitaban otra voz”.

Después de graduarse, comenzó a trabajar con Brooke Smart, una ilustradora conocida por su enfoque en mujeres históricas, familia y maternidad. Pintaron murales juntas durante un verano y medio en Salt Lake City.

“Aprendí muchísimo de ella, de cómo empodera a las mujeres a través del arte”.

Imagen: Meridian Magazine

También hizo trabajos para Deseret Book, ilustró libros infantiles y probó con varios proyectos freelance. Aunque le gustaban, sentía que le faltaba algo: compañía y propósito. Fue entonces cuando comenzó a enseñar dibujo en BYU–Idaho. Allí descubrió su amor por la docencia.

“Me encantó trabajar uno a uno con los alumnos. Son creativos, energéticos, y me encanta ayudarles a sentirse capaces”.

En medio de su etapa como docente, conoció a Josh y Sarah Sabey, cineastas que querían publicar un libro religioso ilustrado para sus hijos. La invitaron a ilustrar The Book of Mormon Storybook for Little Saints, una obra de dos volúmenes con 50 relatos del Libro de Mormón. Maddie creó más de 50 ilustraciones estilo collage en solo siete meses.

“Los personajes se sentían reales, llenos de humanidad. Fue muy especial”.

Pese a lo significativo del proyecto, sintió una impresión espiritual de que debía estudiar un posgrado. Aunque nunca lo había considerado en serio, no era la mejor decisión financiera ni un paso obligatorio para ser ilustradora, se sintió impulsada por el Espíritu y por el consejo de su profesora Melissa Crowton.

Postuló a la Sam Fox School of Art and Design en Washington University. También lo hizo su amiga Sarah Hawkes, y ambas fueron aceptadas. Se mudaron juntas a St. Louis.

“Fue una bendición tener a alguien que entendiera mi fe y mi cultura. Eso marcó la diferencia”.

Imagen: Meridian Magazine

Durante los dos años de su maestría, Maddie descubrió su pasión por los cómics. Su tesis fue Frog Thesis: A Comic Diary, un diario ilustrado donde ella aparece como una rana y su amiga Sarah como una musaraña. El cómic narra pequeños momentos de la vida: una noche de hogar, galletas desaparecidas, y experiencias en su barrio JAS.

“Son cosas sencillas, pero resonaban. Fue especial poder hacer obras con temas religiosos en un entorno académico”.

También creó cómics sobre mujeres en la historia de la Iglesia, como Minerva Teichert, quien criaba a sus hijos, cuidaba una granja y aún así encontraba tiempo para pintar. En otro, narra con humor su experiencia en una conferencia JAS.

Hoy, a los 26 años, Maddie es ilustradora, maestra, escritora, artista de cómics y fiel Santo de los Últimos Días.

“Crecí creyendo que mi vida sería misión, matrimonio y familia. Sigo valorando eso, pero ahora veo que las mujeres pueden ofrecer mucho más. Eso ha enriquecido mi identidad”.

Su misión como artista es clara: expresar lo sagrado en lo cotidiano.

“Cada persona tiene algo sagrado en su historia que nadie más puede contar. Y muchas veces, esa es la historia que el mundo necesita oír”.

Fuente: Meridian Magazine

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