La Expiación
Por Maurice Proctor para ldsmag.com y traducido por Pedro Rostaing para mormonsud.org
En las escrituras, el Señor nos proporciona simbolismos conmovedores y emotivos para entender el significado de la expiación. Nos dice que nos dará “gloria en lugar de ceniza“. Dice que “los presos quedarán libres.” Consolará todas tus “soledades”, y convertirá tu “desierto” en Edén y tu “soledad” en huerto de Jehová. Él nos traerá de la oscuridad a la luz.
¿Quién no quiere gloria en lugar de ceniza o tener rotas sus cadenas de esclavitud? ¿Quién no quiere que las soledades de su vida se conviertan en un huerto bien regado? La parte más difícil para nosotros, quienes estamos totalmente capacitados para ser residentes de un mundo caído, es comprender eso. ¿Quién es este Dios que puede dar tal regalo; y qué soy yo para él que me lo daría a mí, quien tan a menudo se encuentra en las cenizas y las cadenas?
La respuesta a estas preguntas se encuentra en, quizás, la imagen más tierna y personal de la expiación de todos. Lehi nos dice: “Estoy para siempre envuelto entre los brazos de su amor”. En vista de sus debilidades, Nefi declara: “¡Oh Señor, envuélveme con el manto de tu justicia!”
Somos sostenidos con su abrazo divino, y la expiación en sí es ilustrada como un manto que rodea. Pienso en un abrazo como cuando tengo frío y alguien me calienta con una manta o cuando estoy triste y alguien me consuela. O cuando era niño y alguien me alzaba en sus brazos para consolarme.
Todas esas imágenes de comodidad ciertamente existen, pero las escrituras se extienden en eso. Cercados en los mantos de justicia del Señor, nuestra desnudez está cubierta. Nosotros, quienes somos frágiles y vulnerables, débiles y pecadores estamos cubiertos por la expiación del Señor.
¿Desnudo o vestido?
Esta idea de estar desnudos o vestidos persiste a lo largo de las escrituras. Si estamos desnudos, estamos en nuestros pecados; estamos expuestos y somos los más vulnerables del mundo. Cuando los romanos querían humillar completamente a un prisionero, los desnudaban antes de que lo crucificaran. Por ello, aquel que nos reviste es el Señor; y lo que nos pone, es su propio manto, la expiación.
La bondad va más allá de la expresión “vestir al desnudo”, ya que al dejarlos descubiertos, morirían a causa de la exposición, porque ellos son susceptibles a los feroces dardos del maligno.
En ninguna parte esto es más evidente que en 2 Nefi 09:14, que describe a la humanidad ante el tribunal de juicio. Podemos aprender que si no nos hemos arrepentido, “vamos a tener un conocimiento perfecto de toda nuestra culpa, y nuestra impureza, y nuestra desnudez; y el justo tendrá un perfecto conocimiento de su gozo y de su rectitud, siendo vestido de pureza, sí, incluso con el manto de la justicia”
De hecho, la raíz hebrea de la Expiación es “kpr” que no sólo significa “expiar”, sino que también significa “cubrir”. Esto significa cubrir sus pecados, para acabar con ellos, olvidarse de ellos, y erradicarlos.
En Medio Oriente, la bufanda alrededor del cuello se denomina keffiyeh. Que significa “una protección”.
Hugh Nibley dijo: “Lo más interesante es la kafata árabe, ya que es la clave de una situación dramática. Era costumbre que alguien huya por su vida en el desierto para buscar protección en la tienda de una gran jeque, gritando, “Ana dakhiluka”, que significa “yo soy tu suplicante”, con lo cual el anfitrión colocaba el borde de su túnica sobre el hombro del huésped y declaraba que este estaría bajo su protección.
“En un caso en el Libro de Mormón, vemos a Nefi huyendo de un enemigo maligno que lo persigue. En gran peligro, reza al Señor para que le proporcione una salida en el camino de regreso, para que bloquee a sus perseguidores, y para que los haga tropezar. Él viene al Señor como suplicante: “¡Oh Señor, envuélveme con el manto de tu justicia! ¡Prepara, oh Señor, un camino para que escape de mis enemigos!” (2 Ne. 04:33).
“Como respuesta, de acuerdo con la antigua costumbre, el Maestro le coloca el borde de su manto protector sobre el hombro del hombre arrodillado (kafata). Esto lo pone bajo la protección del Señor, de todos los enemigos. Se abrazan, como lo siguen haciendo los jefes árabes hoy en día, y el Señor separa un lugar para él (véase Alma 5:24) y lo invita a sentarse junto a él – ahora ellos son uno”.
La bendición del convenio de estar vestidos
Tener el don indescriptible de ser vestido por la expiación, es una bendición resultante del convenio. Para explicar este existen abundantes ejemplos.
Cuando Adán y Eva transgredieron, tomaron conciencia de su desnudez. Lo que antes era simplemente un estado de inocencia, se convirtió en una nueva conciencia de un terrible déficit. La desnudez ahora llego a depender mucho de la expiación. Ya que ellos quedaron desnudos y sin protección, y una vez que descubrieron su desnudez, el Señor los vistió con su expiación.
En la vida de Cristo, nos encontramos con un pobre hombre enloquecido en Gadara, que está despotricado y poseído por una legión de demonios. Lucas también nos dice de manera significativa que está desnudo. “Y al llegar él a tierra, le salió al encuentro un hombre de la ciudad que tenía demonios desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa ni vivía en una casa, sino entre los sepulcros”. (Lucas 8:27).
Más adelante, sin embargo, cuando los demonios fueron echados fuera de él y él se curó, aprendemos que quien había sido poseído, ahora está “sentado, vestido y en su juicio cabal”. (Marco 5:15).
En las guerras entre los lamanitas y los nefitas, Moroni protege a su pueblo con la armadura protectora. Los lamanitas, por el contrario están expuestos; ya que ellos están desnudos. El ejemplo no sólo es para demostrar que Moroni es muy inteligente. Sino también para demostrar que, si bien los nefitas se visten, como investidos con la expiación, los lamanitas están desnudos y expuestos.
“Mas he aquí, su piel desnuda y sus cabezas descubiertas estaban expuestas a las afiladas espadas de los nefitas. Sí, he aquí, fueron acribillados y heridos; sí, y cayeron con suma rapidez ante las espadas de los nefitas y empezaron a ser derribados, tal como lo había profetizado el soldado de Moroni”. (Alma 44:18).
Los que hacen convenios con el Señor en el templo están vestidos con la expiación. Este es un símbolo de ponerse la expiación, y usarla, como un abrazo, para su protección el resto de su vida.
Esto contrasta con la idea de crear nuestro propio camino, pidiendo la expiación de vez en cuando -como un secador de pelo en la peluquería para limpiarnos- y luego seguir adelante. No es sólo un bálsamo para una herida temporal.
En el convenio, estamos siendo sostenidos en los brazos del Señor. Estamos envueltos como un recordatorio constante de la expiación. Este recordatorio es como un acuerdo para nuestra salvación y la vida eterna. Mi regreso a su presencia no es sólo un proyecto mío. Dios y yo tenemos un proyecto, y ese soy yo.
Las escrituras están llenas de imágenes sobre ser revestidos. Estamos para vestirnos de toda la armadura de Dios. Aprendemos “Y permite que estos, tus ungidos, sean revestidos de salvación, y que tus santos prorrumpan en voces de gozo” (Doctrina y Convenios, 109:80)
El señor está “vestido con majestad”. Él está “ceñido con fortaleza”. (Salmo 93:1). Los mensajeros celestiales están vestidos. Después de que muramos, estaremos “vestidos” con un cuerpo resucitado.
¿Puede usted imaginar el enorme privilegio de ser revestidos con la expiación? Cuando estamos vestidos en la expiación, estamos, estamos por fin envueltos en sus brazos en un divino abrazo, para nunca ser separados de nuevo.