Recuerdo tener 15 años y estar sentada en la clase de la Escuela Dominical. El maestro acababa de pasar un trozo de papel con la pregunta “¿En dónde te ves en 15 años?” Fácil. Esta fue mi lista:
- Exitosamente graduada de la universidad.
- Casada con el hombre de mis sueños.
- Ser la madre de 4-5 niños, que se lleven dos años de diferencia.
- Viviendo en mi hermosa casa decorada a mi gusto.
- Dirigiendo un negocio exitoso desde casa (mientras los niños duermen).
- Leeré las escrituras cada mañana antes de las 5:00 a.m. Haré ejercicio (entrenamiento para triatlones y maratones) antes de que los niños se levanten.
- Tendremos estudio de las escrituras y oraciones familiares cada día.
- Prepararé cenas saludables, y prepararé extra para mis vecinos o aquellos en necesidad.
- Finalmente dejaré de consumir azúcar y carbohidratos por completo y habré conseguido estar delgada.
Volví a sentarme en mi silla, completamente satisfecha con la larga lista que había hecho. Respiré profundamente, soñando con lo que sería estar viviendo una vida donde me sintiera suficiente, tuviera lo suficiente, e hiciera lo suficiente, una vida que parecía, en ese momento, llena de satisfacción y felicidad.
Sin darme cuenta, ese día en la Escuela Dominical, había caído en una de las más grandes mentiras de Satanás, la mentira perfecta.
No había nada que quisiera más que sentirme suficiente y ser suficiente. Quería ser como mi Salvador; quería vivir una vida exitosa y ser una buena cristiana, estudiante, hermana, hija, y amiga.
Sin embargo, a temprana edad mis pensamientos estaban distorsionados y mi realidad sesgada. Verán, era una perfeccionista, persiguiendo una vida sin imperfección, un lugar inalcanzable que pensaba que existía, un lugar al que podía llegar si me esforzaba lo suficientemente y le daba el tiempo suficiente. Sin embargo, no importó que tan duro lo intenté, que tan bien cumplí mi lista de buena cristiana, orando, leyendo las escrituras, y teniendo fe, no me sentía feliz. Me sentía estresada. Me sentía culpable de nunca tenía suficiente tiempo para lo que estaba haciendo, culpable de que no estaba a la altura. No sentía paz. De hecho, me sentía como un completo fracaso.
Se suponía que el evangelio de Jesucristo tenía que brindarme esperanza y paz en mi vida. Entonces, ¿por qué no estaba funcionando para mi?
En mis esfuerzos por ser como Cristo, viví en esta ecuación matemática:
Yo + más = Ser como Cristo
Si soy más paciente, si perdono más, si amo más, si soy más caritativa, si oro más (y la lista puede continuar), yo podía ser como Cristo. Ser como Cristo es el objetivo. ¿Suena bien, verdad? Excepto cuando no lo es. Es la mentira perfecta. Es la ecuación de Satanás que nos engaña para que la vivamos.
Aprendí eso durante uno de los momentos más oscuros de mi vida, cuando mi familia literalmente se desmoronaba. Mi esposo perdió su trabajo, se me había diagnosticado con múltiples enfermedades crónicas, y por causa de esas enfermedades, nuestra fe no estaba creciendo. Tuve que alejarme de de mi negocio en el que había puesto mi corazón por cuatro años, y como si fuera poco, estaba en las garras debilitantes de la ansiedad y la depresión. La vida perfecta a la que había dado mi alma entera para mantenerla unida estaba literalmente cayéndose a pedazos en frente de mis ojos.
Todo lo que era, o había sido, ya no estaba ahí. Era una atleta universitaria que no podía ni siquiera caminar una cuadra. Era una diseñadora gráfica creativa, dueña de su propio negocio que no podía encontrar luz suficiente para ser creativa. Era una buena madre que constantemente llevaba a su hijo de paseo mientras capturaba los momentos felices de nuestro día, y ahora era la mamá con solo un hijo que no podía estar de pie por mucho tiempo para prepararle el desayuno. Todo lo que alguna vez pensé que era o de lo que me enorgullecía ser se había ido.
Recuerdo arrastrarme a la iglesia un domingo; la canción inicial comenzó, y las lágrimas se derramaron en mi rostro. No podía parar. No podía respirar. El dolor en mi corazón era mucho. Inmediatamente me levanté y me dirigí a mi auto, donde me encerré y lloré. La ansiedad era más de la que podía manejar y la inutilidad que sentía era inaguantable.
Las lágrimas no se detendrían. Me sentía miserable, arruinada, y destruida.
¿Quién era yo si no era todo lo que solía hacer? ¿Qué valor tenía si me la pasaba en la cama día tras día? ¿Quién era yo como esposa, madre, y una mujer cuando mi cuerpo no me permitía hacer las cosas que una esposa, una madre, y una mujer debería hacer?
Tenía un testimonio de que la Expiación de mi Salvador era real. Creía en sus milagros; creía en Él cuando decía que todas las cosas eran posibles al que creyere. Pero en mi estado tan destrozado, no estaba segura de cómo usar Su poder.
Necesitaba respuestas. Así que, en mi momento más oscuro, tenía dos opciones. Podía estar en la angustia mental que estaba experimentando, o podía poner a prueba las promesas de Dios.
Así que eso hice. Pedí de una manera que nunca había hecho antes. Comencé a buscar, abrí mis escrituras no para cumplir con mi lista cristiana, sino para encontrar respuestas, para encontrar esperanza, y para encontrar a mi Salvador.
El siguiente mes me sumergí en las palabras de Cristo. Estudié su vida. Leí el Nuevo Testamento. Vi hermosos videos de la Biblia sobre su vida y leí discursos por los líderes de mi iglesia quienes creí que conocían a Cristo y supe cómo implementar Su poder en sus vidas.
No fue fácil al principio, pero entre más leía, más quería. Conforme lo hacía Cristo literalmente se volvía más vivo en mi vida, Las historias que había leído cuando era pequeña comenzaron a ser reales. Estas no eran invisibles, milagros incomprensibles, pero se convirtieron en lecciones tangibles que empezaron a tener significado mi vida hoy.
Cuando 5000 personas necesitaban ser alimentadas y sólo había cinco panes magros y dos pescados, el Señor no dijo que no eran suficientes. Nunca se desvió o condeno. ¡No! Él tomó lo que tenían y usó su poder para hacer suficiente para alimentar a miles.
Cuando aquellos en la fiesta de las bodas querían vino y ya se había acabado, Cristo no juzgó o dijo que habían planeado mal. Él les dijo que llenaran las jarras de barro con lo que tenían, que era agua, y que confiaran en Él. Y Él convirtió el agua en vino, y no sólo vino, sino del más fino vino que habían tenido en toda la noche.
Él no sólo convirtió las deficiencias en algo adecuado y suficiente, él convirtió las deficiencias en algo más que suficiente. Al estudiar la vida de Cristo, me di cuenta que este fue un tema continuo en todo Su ministerio: tomar las cosas más débiles de esta tierra y usar Su poder para transformarlas en algo milagroso.
Cristo jamás nos ha pedido que demos más de lo que tenemos que dar. Más bien nos pregunta, súplica, y nos invita a aprender de Él, a venir a Él, a confiar en Él, y dejar que él haga más de lo que somos.
Eso me lleva de vuelta a la más grande mentira de Satanás, la mentira perfecta.
Cristo dijo, “sed pues perfectos, como yo soy”. Sí, Él dijo eso. Pero Él jamás dijo que necesitamos ser perfectos hoy, mañana o incluso en esta vida, y Él definitivamente jamás dijo que necesitamos ser perfectos por nosotros mismos, sin Cristo.
Lo ven, la mentira perfecta de Satanás toma una simple verdad, “sed pues perfectos, como yo soy”, y la tuerce hasta convencernos que necesitamos vivir la vida intentando ser iguales a Cristo.
La Ecuación de Satanás
Yo + más = ser como Cristo
Satanás nos dice que debemos ser más, hacer más, tener más. Pero por nuestra cuenta, ¿podría cualquier cosa que pongamos junto a nosotros mismos igualar a Cristo? ¡No!
Y aquí es donde Satanás se vuelve más astuto. Una vez en que nos ha tornado en su ecuación matemática, él elimina a Cristo de la ecuación completamente. Él nos lleva a creer y buscar ecuaciones como:
Yo + dinero = éxito
Yo + más delgada = felicidad
Yo + novio = ser amada
Y sin darnos cuenta, estas ecuaciones alternativas succionan la vida fuera de nosotros y ahogan al Salvador de nuestras vidas.
La mentira perfecta me hizo creer que dependía de mí cambiar. Que si sólo me esforzaba más, hacía un poco más, fuera un poco más disciplinada, hacer más, ser más, que de alguna manera podría eventualmente llegar allí. Que si intentaba más podría ser mejor.
Pero, ¡esto es falso! ¡Esto es una mentira!
En ninguna parte en las escrituras Cristo dice que nuestros esfuerzos son inadecuados. Él nunca dice, “si no trabajas lo suficientemente duro, nunca serás suficiente”.
No. Su verdad y Su invitación es “venid a mí, porque mi gracia es suficiente”.
La verdad de Cristo, que descubrí, es más como esta ecuación:
Yo + Cristo = Más
Cuando ponemos a Cristo en el lugar apropiado, cuando venimos a Él y lo conocemos, no hay nada que Él no pueda igualar. Con Cristo, podemos ser más bondadosos. Con Cristo, nos sentiremos amados. Con Cristo, siempre tendremos un amigo. Con Cristo, seremos felices.
Porque con Cristo somos suficiente. Somos poderosos. Somos más.
Mi vida de esfuerzos por la perfección no era sobre lo que Cristo podía hacer de mí; era sobre lo que yo pensaba que necesitaba ser para ser suficiente. Era sobre glorificarme de estar ocupada por hacer lo que estaba en mis listas. No había lugar para el error, no había lugar para las fallas, no había tiempo suficiente, no había suficiente talento, y nunca había gracia alguna.
Cuando Dios dejó que mi vida se derrumbara, no fue porque Él no me amaba. Él dejó que mi vida se derrumbara porque Él quería que regresara. Él quería enseñarme. Él quería cambiarme.
Hace quince años hice una lista de lo que pensaba podría ser mi vida. Quince años después, mi vida no se parece en nada a esa lista. Todavía estoy desecha. Todavía tengo desafíos de salud. Y algunos días mi vida se siente como un completo desastre.
Pero ahora, en vez de buscar la perfección, estoy buscando a Jesús. Y nunca me he sentido tan feliz.
Este artículo fue originalmente escrito por Tiffany Webster para LDS.org/blog y traducido al español por Wendy Vianey Almazán Cano para mormonsud.com