Mientras mi esposa, Alice Mae, y yo nos encontrábamos sirviendo como misioneros mayores en Filadelfia, Pensilvania, EE.UU., noté algo raro en mis habilidades motoras.
Entonces, al seguir el consejo del médico y la enfermera de la misión, fui a un hospital local.
Me hicieron un electrocardiograma y una tomografía computarizada. Luego, me atendió una neuróloga. Me hizo más preguntas y ordenó más exámenes. Finalmente, para mi sorpresa, me dijo:
“Señor Lemon, tiene la enfermedad de Parkinson”.
No era el diagnóstico que esperaba y, ciertamente, tampoco lo deseaba, pero ¿qué podía hacer?
Cuatro fases
Eso fue hace dos años, y comencé un proceso que desde entonces he agrupado en cuatro fases.
Las comparto aquí con la esperanza de que puedan ser útiles para otras personas que estén lidiando con un diagnóstico no deseado.
Estas son algunas de las cosas que he aprendido.
1. Aprender acerca de la enfermedad
Deseaba saber más sobre mi enfermedad. Así que, investigué en línea, en libros, me puse en contacto con otro neurólogo.
Mientras me encontraba en ese proceso de aprendizaje, oraba al Padre Celestial y Jesucristo para obtener la información y ayuda médica que verdaderamente necesitaba.
Aprendí que el Parkinson por lo general no afecta cuánto tiempo vives, pero sí influye en lo que puedes hacer. Avanza de manera diferente en cada persona. Empeora con el tiempo. No es curable.
2. Adaptarse y redefinir las expectativas
A medida que iba pasando el tiempo, comencé a aceptar que mi enfermedad no iba a desaparecer.
Le expuse mis preocupaciones a mi esposa. Le pregunté qué pasaría cuando perdiera parte de mi movilidad, cuando ya no pudiera caminar ni conducir. Mi querida esposa, respondió con sencillez y sin vacilar: “Entonces yo cuidaré de ti”.
Estábamos agradecidos de no haber esperado para servir al Señor como misioneros de tiempo completo y de haber podido servir mientras nuestra salud aún era buena.
Asimismo, nos sentimos gratos por habernos mudado a una casa más pequeña, sin escaleras en la planta principal, con casi todos los pisos duros en lugar de alfombras, y con barras de sujeción cerca de todos los baños y duchas.
Sentimos que el Señor había sabido que algún día necesitaríamos una casa así y había preparado el camino para que cuando la necesitáramos, estuviera lista.
3. Lidiar con el sentimiento de pérdida y dolor
Mientras pasaba tiempo en casa, me ponía a pensar en las expectativas que tenía para mi esposa y para mí en los últimos años de nuestras vidas.
Me sentía un poco triste y frustrado porque las cosas ya no serían como las imaginé. Con frecuencia, lidiaba con los pensamientos negativos. Oré mucho a medida que los síntomas empeoraban.
Entonces el Padre Celestial proporcionó una fuente inesperada de apoyo.
Mi esposa y yo fuimos llamados a ser los especialistas de bienestar y autosuficiencia de nuestro barrio.
Como parte de nuestro llamamiento, dirigimos una reunión de grupo sobre resiliencia emocional. No había pensado en que necesitaría la clase para mí mismo. Sin embargo, al final de la primera reunión, pensé: “¡Vaya! Esto es para mí”.
Hablamos de evitar los patrones de pensamiento negativos, ser positivos y controlar nuestros sentimientos.
Este llamamiento nos dio a mi esposa y a mí algunas herramientas prácticas que, con el tiempo, nos ayudaron a desarrollar una actitud saludable hacia mi enfermedad.
4. Aprender de esta prueba
Recuerdo que un día pensé: “Si fuera a elegir una enfermedad para mí, sería esta”, porque en este momento no acorta mi vida, pero me obliga a someterme a la voluntad de Dios.
No se me ha dado más opción que aceptarla y aquello ha sido una bendición.
Estoy más tranquilo, más en paz. Siempre había vivido demasiado en el futuro, preocupado por cuál sería el siguiente capítulo de mi vida.
La enfermedad de Parkinson me ha ayudado a contentarme con vivir en el presente, a hacer el bien que puedo hacer ahora.
Poco a poco, he aprendido a someterme a mí mismo y a mi futuro al Señor de forma más completa y sin reservas.
A lo largo de este proceso, he encontrado un nivel de paz, gozo y satisfacción que antes me era esquivo.
He llegado a ver que la muerte y el pasar por el velo es solo otro “traslado” en mi viaje por la senda de los convenios. Es parte del plan de felicidad de Dios.
Hice un pequeño cartel en mi computadora y lo puse en la pared de la oficina que tengo en casa, donde lo veo todos los días. Dice: “Sé bueno. Haz el bien. Conténtate. Relájate y confía en el Señor”.
Confíen en el Señor
Hoy en día, en este punto de avance de la enfermedad, llevo una vida bastante normal. Todavía puedo conducir un auto, aunque hay cosas que puedo hacer y cosas que no.
Hace poco fuimos llamados como obreros del templo.
Ando con un bastón cuando salgo de la casa.
Me emocionan las cosas pequeñas, pero también me he vuelto más sensible a las necesidades de los demás.
No estoy seguro de cómo se desarrollará mi futuro, pero tengo la seguridad de que, pase lo que pase, el Señor me ayudará a sobrellevarlo bien y a encontrar gozo.
Ha sido una buena instrucción para mí y no quiero perderme la lección.
Fuente: LaIglesiadeJesucristo.org