*Esta historia fue escrita originalmente por Cameron Victor
Cuando recibí mi llamamiento como obispo a los 26 años, me pregunté si realmente era lo suficientemente bueno para ello.
Durante los primeros meses, mi incertidumbre aumentó a medida que los miembros se adaptaban a tener un obispo tan joven.
De vez en cuando escuchaba comentarios de los miembros que me desanimaban. Sin embargo, sentía que no me debía rendir porque Cristo había transformado mi vida desde que conocí a los misioneros en la calle cuando tenía 12 años.
De hecho, había visto fotos de misioneros en nuestra casa de cuando mis padres se bautizaron años atrás. Mi familia no había asistido a la Iglesia durante muchos años, sin embargo, ese día invité a esos dos jóvenes a mi casa. Desde entonces, me reunía con ellos dos o tres veces por semana hasta que me bauticé.
Continué mi educación en BYU–Idaho. Sin embargo, poco después de regresar a casa, conocí a mi futura esposa, Monique, y después de mucha oración y reflexión, decidimos quedarnos en Trinidad y Tobago, en parte porque esperábamos ayudar a fortalecer la Iglesia en esta región.
El Señor ha provisto el camino para que sucedan cosas increíbles desde que fui llamado a ser obispo hace 18 meses. Antes de ser obispo, tenía amigos en la congregación a quienes intentaba ministrar, pero nada parecía cambiar.
Ahora, como obispo, he recibido revelación muy específica sobre cómo ayudarlos.
Hace un año, había algunos misioneros retornados que estaban espiritualmente alejados de la Iglesia, pero están en la capilla cada semana preguntando qué pueden hacer para ayudar. Ver este cambio es realmente sorprendente.
Estoy agradecido por la forma en la que estoy cambiando, volviéndome una persona más caritativa. Ya no me enfado tan fácilmente y me preocupo más por los demás.
Estoy comenzando a ver que, si era lo suficientemente bueno o no, no era una pregunta que Dios me estuviera haciendo, sino que me estaba invitando a acercarme y aprender, a acercarme y ser transformado.
Recientemente, Monique y yo tuvimos el nacimiento de nuestra primera hija, Mckenzie. Lo que más deseo es ser el mejor padre para ella. Ahora sé, más que nunca, que aceptar el llamado a servir a Cristo y permitir que Él obre en mí es la clave para alcanzar mi máximo potencial.
Fuente: LDS Living