El siguiente es un extracto del discurso “El grosellero” por Hugh B. Brown.
Me pregunto si podría contarles una anécdota que tiene que ver con un incidente que tuve durante mi vida en el que Dios me mostró que Él sabe lo que es mejor.
Vivía yo en Canadá, donde había comprado una granja que estaba un tanto deteriorada. Una mañana salí y vi un grosellero que había alcanzado aproximadamente dos metros de altura y estaba llegando a ser casi exclusivamente material para leña. No había ningún retoño ni grosellas. Antes de ir a Canadá, fui criado en una granja frutal de Salt Lake City y sabía lo que tenía que sucederle a ese grosellero, de manera que tomé unas tijeras podadoras, fui hasta el arbusto y lo corté, lo podé y volví a cortarlo hasta que no quedó nada, excepto un montón de tocones. Cuando terminé, empezaba a amanecer y me pareció ver arriba de cada uno de esos tocones algo que parecía como una lágrima, y pensé que el grosellero estaba llorando. Era yo entonces un tanto ingenuo (y todavía no he dejado de serlo por completo), lo miré, sonreí y dije: “¿Por qué estás llorando?”. Pensé haber oído hablar al grosellero y creo que le oí decir esto:
“¿Cómo pudiste hacerme esto? Estaba creciendo tan maravillosamente; estaba casi tan alto como el árbol de sombra y el frutal que se encuentran dentro de la cerca, y ahora me has talado. Todas las plantas del huerto me mirarán con desprecio porque no llegué a ser lo que debí haber sido. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Creí que tú eras el jardinero aquí”.
Eso es lo que pensé que había dicho el grosellero y estaba tan convencido de haberlo oído que le respondí: “Mira, pequeño grosellero, yo soy el jardinero aquí y sé lo que quiero que seas. No quería que fueras un árbol frutal ni un árbol de sombra; quiero que seas un grosellero, y algún día, pequeño arbusto, cuando estés cargado de fruta, me dirás: ‘Gracias, Señor Jardinero, por quererme lo suficiente para talarme. Gracias, Señor Jardinero’”.
Diez años pasaron y me encontré en Inglaterra, donde era comandante de una unidad de caballería en el Ejército Canadiense Británico. Tenía el rango de oficial de campo y me sentía orgulloso de mi puesto. Luego se presentó la oportunidad para llegar a ser general. Había pasado todos los exámenes y además tenía antigüedad. Con la muerte de un general del Ejército Británico, pensé que esa oportunidad se había hecho realidad cuando recibí un telegrama desde Londres que decía: “Preséntese en mi oficina a las diez de la mañana”
Me engrandecí. Llamé a mi siervo especial. Le dije, “lustra mis botas y mis botones. Hazlos lucir como los de un general, porque mañana voy a ser nombrado”.
Él hizo lo mejor que pudo con lo que le encargué, y me fui a Londres. Entré con gallardía en la oficina del general y lo saludé de forma apropiada, correspondiéndome él con la misma clase de saludo que un oficial mayor suele conceder, algo así como “¡Quítate de mi camino, gusano!”. Me dijo: “Siéntese, Brown”.
Yo estaba desanimando. Me senté. Él dijo, “Brown, usted tiene derecho a este ascenso pero no puedo dártelo. Has calificado y aprobado los reglamentos, tienes la experiencia, y tienes el derecho de obtenerlo en todos los sentidos pero no puedo hacer este nombramiento”.
En ese momento se fue a otra habitación para contestar una llamada y yo hice lo que la mayoría de los oficiales haría bajo esas circunstancias: miré su escritorio para ver lo que mi hoja de antecedentes personales mostraba y al pie del cual estaba escrito en mayúsculas: “ESTE HOMBRE ES MORMÓN”.
En aquel momento nos odiaban en Gran Bretaña, yo sabía por qué no podía hacer el nombramiento.Él regresó y dijo: “Eso es todo, Brown”.
Lo saludé de nuevo, pero no con tanta gallardía, y salí. En mi camino de regreso a Shorncliffe, a 120 kilómetros de distancia, el rechinido de las ruedas parecía decir: “Eres un fracaso. Anda a casa y sé llamado cobarde por aquellos que no entienden”.
Y mi corazón se llenó de amargura hasta que llegué a mi destino. Cuando volví a mi tienda, estaba tan amargado que tiré la capa y el cinto sobre el catre. Elevé los puños hacia el cielo y dije: “¿Cómo pudiste hacerme esto, Dios? He hecho todo lo que estaba de mi parte para prepararme; no hay nada que podría haber hecho, que no hubiera hecho. ¿Cómo pudiste hacerme esto?”.tado. ¿Cómo pudiste hacerlo?”
Y entonces oí una voz. Sonaba como mi propia voz, y la voz dijo, “Yo soy el jardinero aquí. Yo sé lo que quiero que seas. Si te dejo ir en el camino que deseas ir, nunca llegará a nada. Y algún día, cuando dejes de madurar en la vida, vas a recordar y gritar diciendo: ‘Gracias Señor jardinero, [gracias] por cortarme, por amarme lo suficiente para hacerme daño'”.
Esas palabras, las que reconocí que eran mías para el grosellero y que se habían convertido en las palabras de Dios para mí, hicieron que me arrodillara y oré por perdón por mi arrogancia y mi ambición.
Mientras oraba, oí a unos muchachos mormones en la tienda contigua que cantaban en una sesión para las personas perdidas en combate a la que asistía con ellos. Y reconocí estas palabras, que todos ustedes han memorizado:
Quizás no tenga yo que cruzar
montañas ni ancho mar;
quizás no sea a lucha cruel
que Cristo me quiera enviar.
Mas si Él me llama a sendas que
yo nunca caminé,
confiando en Él, le diré: Señor,
a donde me mandes, iré.
. . .
Y siempre confiando en Su bondad,
Sus dones recibiré.
Alegre, haré Su voluntad,
y lo que me mande, seré.
[ Himno: “A donde me mandes iré”]
Mis jóvenes amigos y hermanos y hermanas, ¿recordarán esa pequeña experiencia que cambió toda mi vida? Si el jardinero no hubiera tomado el control y el hecho lo que era mejor para mí, o si hubiera seguido el camino que quería ir, hubiera vuelto a Canadá como oficial al mando de alto nivel al oeste de Canadá. Hubiera criado a mi familia en un cuartel. Mis seis hijas habrían tenido poca oportunidad de casarse en la Iglesia. Yo mismo, probablemente hubiera caído y caído. No sé qué podría haber ocurrido, pero sé, y les digo esto a ustedes y a él en su presencia, mirando atrás más de sesenta años”. Gracias Señor Jardinero, por podarme”
Ahora les dejo con mi testimonio, y he recibido este testimonio de la misma fuente que Jesús dijo que inspiró a Pedro cuando dijo: ¡Tú eres el Cristo!
Cualquier proyecto que requiera de su atención, les digo, hombres y mujeres jóvenes, ustedes no pueden tomar mejor decisión hoy que esta: “Voy a mantenerse cerca del Señor. Voy a entenderlo mejor y entendiéndolo, voy a entenderme a mí mismo y voy a tratar de poner mi vida en armonía con la de Él”. Porque he llegado a conocer que cada hombre y mujer tiene un potencial divino dentro, porque Dios es, en realidad, el Padre de todos nosotros.
Este artículo fue publicado en ldsliving.com, como “What God Told One Apostle After He Didn’t Get a Promotion Because He Was Mormon” y fue traducido al español por mormonsud.org