Nuestro hombre natural se refleja en nosotros cuando carecemos de bondad por las personas que no nos agradan. Buscamos retenerles las bendiciones y nos alegramos cuando los otros sufren.
Tal vez estás inactivo y no sabes cómo regresar a la Iglesia. Tal vez sientes que has cometido muchos errores y no mereces estar al lado de Dios.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre nosotros, personas comunes, y Jesucristo. Él está lleno de gracia, bondad, y perdón. Su amor va más allá de nuestra comprensión.
Veamos Su gracia mediante el ejemplo de David, un profesor universitario.
Hace muchos años, cuando era profesor en una universidad, una estudiante vino a mi oficina para hacerme una pregunta. Ella era de Utah, era miembro de la Iglesia, pero se inactivó y quebró los mandamientos.
Ella estaba perpleja. Me dijo:
“Siento como si Dios tocara la puerta de mi vida y quisiera entrar”.
Le sonreí y le pregunté “¿Cómo le respondes cuando toca la puerta?”
Ella me respondió:
“Bueno, ¡le digo que se vaya! No necesito que Él entre a mi vida para criticarme por las malas decisiones que tomé. Tengo suficientes problemas como para que me esté juzgando”.
Me sentí muy tentado a preguntarle la razón de su respuesta, pero sentí que diría algo más y esperé.
Ella me preguntó:
“¿Qué crees que debería hacer?”
Una idea vino a mi mente y se la comenté:
“Creo que la próxima vez que lo escuches tocando la puerta de tu vida, deberías dejarlo pasar y decirle que puede quedarse donde quiera durante 5 minutos con tal que no cause ningún problema”.
Ella se asombró y me dijo que no podría decírselo. Con mucho coraje le respondí:
“Creo que es mejor que le digas eso a que le digas lo otro”.
La joven se avergonzó y dijo en voz baja que creía que no lo podría hacer.
Una semana después, esta estudiante vino a verme de nuevo, pero ahora estaba serena.
Me contó un milagro:
“Sucedió.
Estaba sentada en mi clase, estudiando, cuando sentí que Él tocaba la puerta de mi vida nuevamente”.
Se dibujó una sonrisa en mi rostro al pensar en lo claro que es Dios. Él llegó en un momento en el que ella estaba concentrada en su clase y dónde no podía distraerse con la televisión, Internet o con sus amigos.
El Señor la visitó en un lugar de paz y concentración.
Rápidamente le pregunté lo que hizo y me respondió:
“Bueno, en mi mente fui a la puerta de mi vida y le dije que podía entrar por 5 minutos si no causaba ningún problema”.
Se quedó callada por un momento y, en lágrimas, continuó:
“¿Por qué nadie me lo había dicho? ¿Por qué crecí en la Iglesia y nadie me dijo cómo era el sentimiento cuando Él venía?
Él me ama. Me anima. Me habla con amabilidad. Me ha dado esperanzas.
Es tan diferente a lo que me imaginaba”.
Sí. Eso es lo que Jesús hace.
Él ama, eleva, bendice y anima.
El verdadero Jesús no atormenta, sino que cura al enfermo, consuela al afligido y eleva a los que han perdido el rumbo.
Lo adoro, lo amo. Me regocijo en Él.
Él es la personificación de la gracia, del amor puro y sincero.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”. -Hebreos 4:15-16
Él entiende nuestros dolores, nuestras fallas y pecados mejor que cualquiera porque Él ya llevó nuestras cargas. Es de esta forma que usa Su entendimiento para ayudarnos a vencer todas nuestras aflicciones.
Jesús nos continúa amando incluso cuando pecamos y nos equivocamos voluntariamente.
Él nos continúa buscando incluso cuando nos alejamos de Su presencia.
Jesús continúa tocando la puerta de nuestra vida aún cuando tenemos resentimiento en nuestro corazón.
“Él no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida para traer a todos los hombres a él. Por tanto, a nadie manda él que no participe de su salvación”.-2 Nefi 26:24
Jesús es exactamente lo que los fariseos no eran, pues los reprendió por imponer leyes imposibles de vivir, y por no ayudar al pueblo cuando más los necesitaban, tal como lo vemos en Mateo 23.
Jesús hizo exactamente lo opuesto a los fariseos. Él, que estaba libre de todo pecado, cargó con todos nuestros pecados, dolores y aflicciones para que así podamos continuar por este camino de la vida con propósito y regocijo.
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y afligido.
Mas él herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados”. –Isaías 53: 4-5
Esta es la gracia. Esto es Jesucristo.
Mientras mejor lo conocemos, mayor es nuestra gratitud.
Mientras seamos más como Él, mayor será nuestra gracia por los que nos rodean.
Sigámoslo.
Fuente: Meridian Magazine