El miércoles 11 de junio comenzó como un día normal para el élder Bird. Era día de preparación y la zona había disfrutado actividades, juegos y risas. Pero esa alegría sería el inicio de un testimonio que cambiaría su vida para siempre.
Esa noche, después de una lección en la que un amigo les dijo que deseaba bautizarse el domingo, el élder Bird regresaba a casa lleno de emoción. En un mensaje de voz enviado a las 9:15 p. m., habló sobre la obra del Señor y de cómo Dios guía incluso los detalles más pequeños.
Un dolor de cabeza terrible lo golpeó de repente. Su visión se nubló. Al llegar al estacionamiento del apartamento, los élderes tuvieron que sostenerlo para ayudarlo a subir. Intentaron hidratarlo y ponerle compresas frías, pero su cuerpo comenzó a apagarse. En cuestión de minutos, dejó de responder.
Los misioneros mayores de la zona llegaron a las 9:40 p. m. y, al verlo completamente inconsciente, llamaron al 911. Mientras esperaban la ambulancia, sus compañeros hicieron lo único que sabían que podían hacer: darle una bendición del sacerdocio. En esa bendición se prometió que sanaría por completo.
En ese instante, comenzó un milagro que nadie olvidará.
Una noche de incertidumbre

Al llegar al hospital, un doctor con años de experiencia dijo a la familia que, según los síntomas, parecía un aneurisma cerebral roto. La noticia los derrumbó. Se arrodillaron para orar con toda la fe que tenían.
Mientras suplicaban, uno de los familiares escuchó una voz clara que le dijo:
“Todo estará bien. Él está siendo cuidado por ángeles”.
El élder Bird permaneció más de cinco horas en un estado similar al coma. Durante ese tiempo, él también escuchó una voz.
Era la de su tía, quien había fallecido años atrás y siempre lo llamaba por su apodo: “Tato Bug”. Su presencia lo llenó de una paz indescriptible.
Cuando despertó, no podía mover su cuerpo. Estaba paralizado. Pero no sintió miedo. Sintió calma. Sintió compañía.

Su familia viajó de inmediato para estar con él. Cuando llegaron, lo abrazaron sin poder contener las lágrimas.
Ese mismo día recibió otra bendición, esta vez de su presidente de misión, su padre, sus compañeros y un misionero mayor. En esa bendición se confirmó lo que todos habían sentido: ángeles lo acompañaron mientras estaba inconsciente.
Cuando conversaban sobre llevarlo a casa para recuperarse, el élder Bird los interrumpió:
“No podemos irnos antes del domingo. Nuestro amigo se bautiza y necesito ir”.
Su madre, con una mezcla de ternura y realismo, le dijo:
“Si puedes sentarte solo y usar una silla de ruedas con ayuda, iremos.”
El élder Bird decidió ejercer su fe una vez más.
Una recuperación imposible de explicar

En los días siguientes, ocurrió lo inexplicable. De no mover nada, pasó a mover los dedos. Luego, las piernas. Después, pudo sentarse.
Para el sábado ya estaba listo para usar una silla de ruedas. Al día domingo, como lo había pedido en fe, pudo asistir a la Iglesia.
Todos los exámenes médicos, sangre, escaneo, resonancias, pruebas nerviosas, salieron normales. Ningún especialista pudo explicar lo sucedido. No había razón médica para el colapso, ni para la parálisis… ni para la recuperación tan rápida.

El lunes regresó a casa. Diez días después estaba sirviendo en una actividad donde partió leña durante seis horas como si nada hubiera pasado. Su tiempo en casa fue corto, solo tres meses. Pronto recibió autorización para regresar como misionero de servicio… y más tarde volvió por completo a la Misión Nashville Tennessee en Estados Unidos.
Hoy el élder Bird testifica:
“Sé que Dios nos ama. Sé que Él tiene un plan. Sé que el poder de la oración y del sacerdocio es real. Los milagros siguen ocurriendo. Yo soy testigo de eso”.
Su familia y todos los que oraron por él sienten lo mismo. Su historia ya ha tocado a miles que, al escucharla, recuerdan que Dios sigue actuando en los días comunes, en las noches de dolor y en los momentos donde ya no queda más que fe.
“Un milagro sucedió. Los milagros existen hoy”.
Fuente: Facebook (JustinandAmanda Bird), Facebook (Believe)
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