Un emotivo video compartido en Facebook por la Estaca Bajío, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, se ha vuelto viral al retratar una de las experiencias más difíciles en la vida de un misionero: el momento de ser relevado y entregar su placa.

En las imágenes se observa a un joven misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días junto a sus padres. 

Vestido de traje y corbata, con evidente emoción, permite que su madre retire de su pecho la placa que lo identificó durante dos años como representante de Jesucristo.

Imagen: Estaca Bajío, en Santa Cruz de la Sierra

Con lágrimas en los ojos, inclina la cabeza y recibe gestos de consuelo de sus padres.

El video refleja lo que muchos describen como un instante cargado de sentimientos encontrados. 

Si bien el regreso a casa significa reencontrarse con la familia, también simboliza dejar atrás la rutina de servicio diario, las experiencias vividas y el compromiso formal de tiempo completo que caracteriza a una misión.

Un símbolo que marca vidas

Imagen: Estaca Bajío, en Santa Cruz de la Sierra

La placa negra, que lleva el nombre del misionero junto a la denominación de la Iglesia, se convierte en un emblema de identidad y propósito durante el servicio.

Quitársela no significa abandonar las enseñanzas ni el testimonio, pero sí cerrar una etapa que transforma profundamente a quienes la viven.

En el video, los padres participan activamente en ese proceso, colocando y retirando la insignia mientras abrazan a su hijo. 

El joven, visiblemente conmovido, refleja el sentir de muchos misioneros que coinciden en que “partir a la misión es difícil, pero dejarla lo es aún más”.

La publicación, que rápidamente comenzó a circular en distintas páginas y perfiles personales, generó cientos de comentarios y compartidos.

Usuarios expresaron empatía con el misionero y su familia, recordando sus propias experiencias de servicio religioso o las de seres queridos.

Aunque el video dura apenas unos segundos, su carga simbólica explica por qué se volvió viral. No se trata solo de un acto protocolar, sino de la representación de un sacrificio cumplido y de un compromiso que, como muchos comentan, “se guarda en el corazón para siempre”.

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