Abrirnos a alguien y permitir que sea testigo de nuestro dolor o debilidades requiere confianza, humildad y honestidad.
Este tipo de exposición es un riesgo, sin embargo, es un regalo vital,
uno que fortalece las relaciones y crea cercanía de una manera inigualable. Como escribió C.S. Lewis en “Los cuatro amores”:
“Amar, de cualquier manera, es ser vulnerable. Basta con que amemos algo para que nuestro corazón, con seguridad, se retuerza y posiblemente se rompa.
Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes dárselo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos; evita todo compromiso; guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre o en el ataúd de tu egoísmo.
Pero en ese cofre, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, cambiará, no se romperá, se volverá irrompible, impenetrable, irredimible”.
Comprendemos lo vital que es ser sinceros y derribar las barreras emocionales en nuestras relaciones humanas, pero a menudo evitamos compartir nuestros sentimientos más difíciles con Dios.
Nos preocupa que expresar nuestro dolor pueda interpretarse como una falta de fe o como algo irreverente, por lo que a veces nos sentimos más seguros ocultando nuestras frustraciones en lugar de confrontarlas.
Sin embargo, el lamento también es una forma de adorar, es un elemento esencial para construir una relación auténtica con Dios y aceptar Su amor.
Michael Huston, en su libro, “Even in the Darkest Hour: Lament as a Path to God”, explicó sobre cómo el lamento es parte de una relación de convenio con Dios, tal como es la fe, la alabanza y la gratitud.
Michael sugiere que negarnos a lamentarse puede obstaculizar nuestro progreso espiritual, incluso cuando ocultar nuestros sentimientos difíciles pueda provenir de buenas intenciones:
“Si nunca podemos decirle a nuestro cónyuge o ser querido ‘siento dolor’, entonces lo que está ocurriendo es que la relación nunca está realmente abierta a la otra persona. Siempre estás reteniendo algo…
Si queremos conocer a Dios, tenemos que poder mostrar todo de nosotros, no solo las partes bonitas y las partes que suenan bien, todas nosotros. Si no tenemos la confianza en Dios para poder expresar cómo nos sentimos, ¿cómo podemos esperar construir el tipo de relación que pueda sostenernos a través de la eternidad?”.
Ser honestos con Él en nuestros momentos de dolor puede que haga que el desafío desaparezca, pero puede ayudarnos a aprender cómo se siente Su presencia divina y a acudir a Él durante los momentos de incertidumbre.
Michael señaló que hay diferencias clave entre murmurar y lamentar. Hizo referencia al discurso del élder Neil A. Maxwell “No murmures”, que describe el murmurar como quejas indirectas sobre Dios destinadas a provocar a otros y, por el contrario, el lamentar implica dirigirse y pedir a Dios y, eventualmente, volver a la adoración o la gratitud.
Aunque la brecha entre expresar dolor y volver a la alabanza a menudo es pequeña en las Escrituras, Michael sugiere que nuestras experiencias de vida son mucho menos comprimidas.
Sin importar el resultado, llevar nuestras quejas fieles directamente a Dios sigue siendo significativo y una forma importante de adorarlo. Michael explica:
“En el Salmo 88, no vemos un cambio. Es solo un lamento que termina en lamento… No siempre llegamos a un cambio. A veces, simplemente la expresión del dolor es suficiente si eso es todo lo que podemos lograr”.
También podemos lamentarnos ante Dios durante momentos de incertidumbre o una “crisis de fe”. Michael siente que a veces podemos malinterpretar lo que significa tener fe cuando estamos esforzándonos por entender algo, asumiendo que debemos recurrir inmediatamente a la alabanza o la acción de gracias cuando no entendemos algo:
“El lamento se reserva para los momentos de incertidumbre… Aún existe una forma y un lenguaje para aferrarnos a Dios… desde esa misma incertidumbre… Y quiero dejar claro que el propósito del lamento no es retener a las personas en la Iglesia, porque no es para eso.
Sin embargo, es una herramienta espiritual que [muchas] personas simplemente desconocen. Siento que muchas personas que atraviesan momentos de dolor y tristeza realmente profundos que a veces acompañan a una crisis de fe se beneficiarían de la capacidad de decir en voz alta a Dios: ‘No entiendo, ¿por qué me está sucediendo esto?’”
Fuente: LDS Living
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