“Que tu belleza no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos.
Que tu belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible.
Esa belleza sí que tiene mucho valor delante de Dios”. (1 Pedro 3: 3 – 4)
La envidia no siempre es material. Con frecuencia, la gente siente celos de tu personalidad, tu espíritu, tu energía, tu esfuerzo y tus ganas de superarte.
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Esas personas tratan de minimizar tu luz porque no pueden contra ella. Cuando te encuentres en esas situaciones en las que dudes de tu valor, recuerda que el valor de tu alma es grande ante la vista de Dios.
Si tu valor puede ser incalculable para un ser Todopoderoso, los comentarios del resto no importan.
Recuerda que tu valor no depende de la aceptación que te den los demás, sino del valor que tú te des a ti mismo. No olvides nunca tu procedencia divina, eres hijo de un Dios.
Continúa haciendo lo bueno. Sigue haciendo resplandecer tu alma. No te arrepientes de todos los sacrificios genuinos que hiciste por los demás.
Quizás ellos no valoraron tus esfuerzos en el momento preciso. Sin embargo, tú puedes guardar en tu corazón la satisfacción de haber hecho lo que sentías en el momento que lo sentías.
Intenta preservar el dulce sentimiento que te impulsó a hacer lo bueno y desecha la congoja por no ver tus esfuerzos retribuidos. Recuerda que uno solo da lo que tiene en su corazón.
No sabemos qué batallas estén luchando las otras personas que les impiden ver lo bueno que los demás hacen por ellas.
No te sientas mal por haber hecho sacrificios por alguien que no lo valoró. Tú hiciste lo que pudiste con aquello que sentiste y esa debe ser tu mayor recompensa.
Al final de cuentas, todo lo que hicimos de corazón, regresa y multiplicado. ¡Ánimos!
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