El siguiente es un extracto de la historia de Brittany, una estrella de atletismo de la Universidad de Utah. Durante una aventura de fin de semana Brittany y un amigo fueron a hacer rápel desde un acantilado de más de 60 metros de altura a la luz de la luna. Sin embargo, esa noche la aventura se convirtió en una tragedia, que cambió la vida de Brittany y la llevó a valorar su nueva relación con el Salvador.
En marzo de 2012, nuestros entrenadores nos dieron el fin de semana libre antes de que comenzara la temporada de atletismo y aproveché la oportunidad para reunirme con algunos amigos en St. George e ir a escalar.
Comenzamos a escalar a las 7:30 am, escalé todo el día, hice seis carreras y terminé la noche nadando. Más tarde, recibí la invitación para hacer rápel a la luz de la luna y acepté, fui a los acantilados Cougar.
Estaba sentada en la cima del acantilado, mirando las estrellas y sentía mucha paz. Luego, una vez que comencé a descender con el rápel, no tenía idea de cuán alto era el acantilado. Nunca había hecho rápel en un acantilado de ese tamaño, media casi 80 metros de altura.
A medida que la velocidad del rápel aumentó, traté de reducirla y me quemé tanto la mano que solo atiné a soltarme. Más tarde, descubrimos que tenía una quemadura de tercer grado en mi mano. Intenté aguantar todo el tiempo que pude para frenar mi caída; pero, en ese punto, tuve una caída libre de 27 a 30 metros de altura. Me preguntaba, “¿cuándo llegaré al suelo?” Y de repente, solo ¡bam!, ahí estaba.
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Después de la conmoción inicial de la caída, recobré el sentido. Miré al cielo y lo tranquilo que era. El amigo con el que fui a hacer rápel, se fue a pedir ayuda, así que estaba sola y sabía que algo andaba mal. Pero, mientras miraba el cielo nocturno, volví a sentir paz y pensé en orar.
Traté de darme la vuelta para arrodillarme y orar, pero no pude hacerlo. No pensé que fuera extraño. Simplemente decidí quedarme boca arriba, mirar las estrellas y orar:
“Padre Celestial, ya sabes, por favor ayúdame. Sé que estoy en problemas. No sé qué tipo de problema sea, pero, si me ayudas en esta situación, haré lo que me pidas”.
Negocié un poco con el Señor. Sentí paz mientras estaba recostada y sola.
Luego, llegaron a rescatarme en un avión y me llevaron a un hospital en Las Vegas. Rápidamente me sometieron a una cirugía y desperté 10 horas después. Vi a mi mamá a un lado de mi cama, me leía las Escrituras para ayudarme a guardar la calma.
Sabía lo que había sucedido, pero no sabía por qué no podía hablar ni moverme. En ese momento, las Escrituras me transmitieron paz.
Terminé con varios huesos rotos en las piernas, una quemadura en mi mano derecha y múltiples fracturas en mi columna vertebral, incluida la vértebra T12, que estalló instantáneamente y me paralizó de la cintura para abajo. El diagnóstico oficial fue una lesión de médula espinal y paraplejia.
En esos momentos en los que estuve despierta, me sentí llena de mucho optimismo y esperanza hasta que miré mis piernas por primera vez. Mis piernas ya no se veían fuertes y atléticas, ahora estaban hinchadas, sin vida, con cortes y moretones.
Ese fue el primer momento en que la duda y el desánimo se apoderaron de mi mente y me pregunté: “¿Ahora quién soy?”
Finalmente, me trasladaron de Las Vegas a un hospital de rehabilitación en Colorado, Hospital Craig, donde aprendí a vivir de nuevo, esta vez en una silla de ruedas.
Aprender de nuevo las tareas más simples se convirtió en una lucha, y desde entonces pasé meses y meses de intensa rehabilitación y fisioterapia. Incluso después de que me dieron de alta del hospital, seguí aprendiendo a caminar.
Una vez que se curaron los huesos de mis piernas, recuperé cierta parte del funcionamiento de mis músculos y la sensibilidad en mis piernas, lo suficiente como para caminar con un andador. Con el tiempo, aprendí a caminar con muletas.
Ahora, puedo dar algunos pasos por mí misma, pero me caigo muy rápido. Fue un año intenso de fisioterapia y recuperación tanto espiritual como emocional.
Finalmente, después de un año y medio de recuperación, me di cuenta de que mi condición era permanente. Mi parálisis no iba a desaparecer. En ese momento bajó mi nivel espiritual y emocional.
En ese momento, me sentí completamente sola y me pregunté dónde estaba la promesa que Dios les hizo a sus hijos: “No os dejaré huérfanos”.
Me sentía muy mal y cuestionaba todo lo que tenía. Sin embargo, llegué a saber durante esos meses de oscuridad, depresión y dolor, que el Padre Celestial estaba al tanto de lo que me sucedía. Él tenía que dejarme sentir esa oscuridad… esa tristeza para que pudiera entender lo que otros estaban pasando y están pasando.
Mientras seguía haciendo esas cosas pequeñas y sencillas, regresé a mí, volví a encontrar gozo y escoger la felicidad.
Se nos enseña, que en los momentos de adversidad, lo que realmente importa no es la adversidad, sino cómo reaccionamos ante ella. No siempre podemos elegir lo que nos pasa, pero siempre podemos elegir cómo reaccionar. No creo que el Padre Celestial se enoje con nosotros cuando sentimos tristeza y oscuridad, pero siempre escógelo al final del día.
Mi vida ahora no se parece en nada a lo que me hubiera imaginado. Si le hubieras preguntado a Brittany, de 21 años, dónde estaría en 7 años, no habría imaginado esto. Pero, lo que estoy viviendo en este momento es muy hermoso. Ahora, estoy casada y soy mamá, todavía puedo estar activa y salir al aire libre.
Eso se ve diferente a lo que hubiera imaginado, hubiera preferido correr con mis propios pies, pero aun así puedo salir y vivir una vida plena y hermosa, independientemente de mis habilidades y mis circunstancias.
Cada uno de nosotros puede vivir esta vida hermosa y plena que el Padre Celestial ha planeado para nosotros mientras aprendemos a vivir felices con nuestras circunstancias.
Aprendí eso antes de mi accidente, durante mi accidente y lo sigo aprendiendo ahora.
Es muy difícil cuando resurgen esos sentimientos de pérdida y dolor. Pero, miro mi hermosa vida y me doy cuenta de que la gratitud y el dolor pueden coexistir.
Solo me permito sentir tristeza, pero luego miro hacia arriba y a mi alrededor, y me doy cuenta de lo hermosa que sigue siendo la vida. Sigo siendo yo. Sigo siendo Brittany. Es precisamente eso lo que me ha traído mucho consuelo, saber que el dolor y la gratitud pueden coexistir.
Fuente: LDS Living