Por Terrie Lynn Bittner
Ayer, en mi clase semanal de religión, hablamos acerca de Abraham, del Antiguo Testamento. Dios le instruyó a Abraham irse y abandonar a su familia y su tierra natal, donde se estaba practicando la idolatría (ver Génesis 12). Notamos que esta era una práctica común en las escrituras. Tanto la Biblia como el Libro de Mormón contienen tales historias.
En toda la historia de las escrituras, encontramos que Dios envía a gente a otros lugares por su propia seguridad o para cumplir los planes de Dios para ellos. En el Antiguo Testamento, leemos de Moisés guiando a su pueblo hacia el desierto. En el Nuevo Testamento, Dios envía a María y José a Egipto para proteger al bebé Jesús. A Noé se le instruyó construir y llenar un arca para salvar su vida y las vidas de sus familiares. En el Libro de Mormón, un profeta llamado Lehí fue advertido de tomar a su familia, dejar atrás sus riquezas, y huir hacia el desierto porque la gente quería matarlo por profetizar acerca de Dios. Otro grupo, los jareditas, estaban entre aquellos que se dispersaron después de los sucesos de la torre de Babel. Se les permitió conservar su lenguaje, pero se les instruyó salir y viajar a una nueva tierra.
Sin embargo, Dios no reserva estas instrucciones o advertencias sólo para los profetas y futuros profetas. Cada día recibimos distintas advertencias o sugerencias útiles para Él. Desafortunadamente, a menudo estamos tan envueltos en lo que estamos haciendo que no prestamos atención o las ignoramos como si fuera nuestra imaginación o preocupaciones innecesarias. A veces estos sutiles mensajes nos dicen que nos mudemos a algún lugar nuevo, como pasó con Moisés o Abraham. En ocasiones nos advierten empezar a prepararnos para el peligro o la oportunidad, como sucedió con Noé. Otras veces se trata de ayudar a alguien más. Podemos tener un pensamiento clavado en la mente de llamar a alguien o llevar alimentos a alguien. Podemos no conocer las necesidades de esa persona, pero Dios sí, y Él satisface la necesidad por medio de otros que están atentos.
Estos pensamientos, a veces llamados inspiración, llegan del Espíritu Santo y son mensajes transmitidos por Dios. Con frecuencia mal interpretados como intuición o ideas, pero conforme aprendemos más acerca de Dios, aprendemos cómo Él ayuda a Sus hijos. Dios se comunica con cada uno de nosotros a diario, pero debemos prestar atención. Mientras más atención prestemos, seremos mejores en reconocer cuándo Él no está hablando debido a que nos volvemos más conscientes de cómo a menudo estos pensamientos que entran en nuestras mentes se vuelven importantes.
Cuando Dios nos pide ir a algún sitio o hacer algo, ¿cuál es nuestra reacción? ¿Dudamos, tratamos de hablar con Él sobre eso, dejamos de hacer cosas aparentemente importantes, o nos ponemos a trabajar de inmediato sobre lo que se nos ha pedido hacer? Nuestras decisiones tienen consecuencias que no podemos controlar, y en ocasiones, aún la duda momentánea puede salir “cara” en términos de nuestro bienestar, o incluso en términos del bienestar de alguien más.
En ocasiones nuestras impresiones llegan como sentimientos o pensamientos. Con menor frecuencia, llegan como si alguien estuviera hablándonos o plantando pensamientos muy específicos en nuestras mentes. En una emergencia real, la gente ocasionalmente escucha una voz. Aunque la mayor parte del tiempo, los pensamientos son muy suaves y pueden ser confundidos con nuestros propios pensamientos si no estamos prestando atención.
Una experiencia que tuve hace algunos años ilustra cómo funciona este principio.
Mi familia había considerado mudarse a una casa más grande por algún tiempo después de que mi hijo regresara a casa para asistir a una universidad cercana. De vez en cuando buscaba en internet pero no encontraba nada de interés. Esperaba quedarme en la misma área para poder permanecer en mi congregación. (Los mormones asisten a la Iglesia en base a límites fijados, algo así como distritos escolares). Sin embargo, no le dediqué mucho tiempo. Un día, estaba trabajando en mi computadora cuando vino a mi mente un pensamiento de que buscara en ese momento. No era una voz, sólo un pensamiento, pero lo reconocí como algo más que un pensamiento, así que dejé mi trabajo y empecé a buscar. A diferencia de las búsquedas anteriores, de inmediato encontré varias posibilidades. Mi esposo estaba fuera de la ciudad por negocios, así que la búsqueda de casas dependía de mí. Finalmente elegí la casa que quería a unas cuadras de nuestra casa en ese momento. Parecía tener todo lo que necesitábamos. Ése fue el primer impulso del espíritu: el que me dijo que buscara ahora.
Sin embargo, luego de elegir la casa, me sentía inquieta. Apenas pude conciliar el sueño esa noche a causa de ello. Me sentía molesta e incómoda. A la mañana siguiente, hablé con una amiga acerca de esto. Ella indicó que mi extraña reacción podría ser inspiración. Ella me recordó que había otra casa en la que habíamos estado interesados y que no había podido conseguir una cita para visitarla. Ella sugirió que simplemente fuera y pidiera que se me permita verla, ya que no estaba habitada y había visto indicios de que había gente trabajando allí. Así lo hice y tan pronto la recorrí, la inquietud desapareció. La casa no era perfecta; era antigua y tenía corrientes de aire y estaba en los límites de otra congregación, pero sabía que Dios quería que tomara esa casa por Sus propias razones. Llamé a mi esposo, quien seguía fuera de la ciudad, y estuvo de acuerdo en que debía seguir esa inspiración.
Después de mudarnos de casa, fuimos a la iglesia en nuestra nueva congregación. Minutos después de entrar en el edificio, me pidieron que ayudara a una niña con parálisis cerebral que estaba en la guardería. Se habían enterado por un amigo que me estaba mudando y que quería trabajar con niños. Los líderes y la familia habían estado orando para que alguien que pudiera hacerse cargo de ello se mudara allí. Ellos no sabían entonces que yo había criado un hijo con parálisis cerebral y que había trabajado con muchos niños con necesidades especiales, pero Dios sí. Cuando supieron que estaba llegando, tuvieron una impresión de que me debían encargar la tarea. Una vez que todos supieron de mi experiencia personal con niños de necesidades especiales, estuvo claro para todos nosotros el por qué había tenido tales impresiones. Dios cuidadosamente dirigió todo… pero Su plan sólo podía funcionar si todos prestábamos atención a los impulsos y si decidíamos hacer lo que se nos pedía.
No se me pidió viajar por muchos años en el desierto o huir a un nuevo país. Sólo se me pidió mudarme a unos kilómetros, a una casa menos perfecta, para ayudar a una pequeña niña que Dios amaba. Dios no guarda Sus peticiones para los sucesos grandes, dramáticos y que marcan historia. Él tiene todo planeado, pero nos pide realizar el trabajo. A veces esto significa acceder a empacar nuestras pertenencias y mudarnos a un lugar nuevo. A veces la tarea sólo involucra cambiar algunos detalles de nuestras vidas para que así encajen con el patrón planeado, aún si no nos movemos físicamente a otro lugar. Puede ser fácil ignorar una instrucción debido a que parecen muy insignificantes para ser inspiración, pero simplemente nunca sabemos lo que podría llegar a ser importante.
Ya sea largo o corto el viaje, literal o figurativo, es importante realizarlo cuando Dios lo pide, sin duda o retraso. Siempre, el viaje requiere de fe, confianza y un esfuerzo diario de escuchar a Dios conforme nos da Sus instrucciones. El no hacer esto puede tener serias consecuencias. En ocasiones cuando escuchamos a alguien preguntar por qué Dios no ayudó en cierta situación, me pregunto si Él lo intentó pero ninguna de las personas qué envió respondieron a Su llamado. Cuando he ignorado los impulsos, intentando convencerme a mí misma que fueron mi imaginación porque me preocupo por naturaleza, siempre me arrepiento después. Recuerdo el impulso y entiendo por qué me fue dado y cómo podría haber cambiado el resultado.
When God asks you to take a journey, how do you respond? Do you have an experience of your own to share about your own God-given journeys?
Cuando Dios nos pide realizar una jornada, ¿cómo respondemos? ¿Tienen alguna experiencia propia para compartir acerca de sus propias jornadas solicitadas por Dios?