¿Alguna vez tuviste la intención de comer solo una cucharada de helado, pero terminaste comiendo todo un litro de helado?
O, ¿alguna vez quisiste ver algunos capítulos de una serie, pero terminaste viendo la serie completa?
O, ¿alguna vez pensaste en pasar algunos minutos en las redes sociales hasta que te diera sueño, pero te quedaste ahí hasta que amaneció?
En la vida siempre tenemos que tomar decisiones. Algunas son muy importantes, ya que definen nuestro destino, mientras que otras, son más comunes e “insignificantes” porque las tomamos todos los días.
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Decisiones como comer una bola de helado, ver algunos episodios de una serie o navegar algunos minutos en las redes sociales, parecen ser tan insignificantes que no las tomamos en cuenta. Pero, es a partir de esas pequeñas decisiones que creamos hábitos que son difíciles de romper.
En nuestro viaje como discípulos de Cristo, nos toparemos con muchas de esas decisiones “insignificantes” que pueden quebrantar nuestra fe.
Posponer la alarma el domingo por la mañana puede ser la razón por la que nos perdamos la reunión sacramental. Ver algo inapropiado puede llevarte a ser adicto a la pornografía.
Hablar malas palabras de vez en cuando puede conducirte a un uso inapropiado del lenguaje. Dejar de orar una noche puede convertirse en muchas noches sin orar.
Esas decisiones que creemos que son inofensivas para el fundamento de nuestro testimonio pueden destruir nuestra fe, poco a poco, sin darnos alguna señal de alerta.
A veces, solo basta echar un vistazo o experimentar una sola vez para que lentamente nos apartemos del Salvador.
La idea de “solo uno más” o “solo un poco más” puede atraparnos hasta que hayamos cavado un hoyo tan profundo que ya no podamos salir para pedir ayuda.
Otra trampa que colocamos en nuestro camino y que aumenta las posibilidades de que tomemos “pequeñas” y malas decisiones es vivir al límite.
Vivimos al límite cuando intentamos andar por la frontera entre lo bueno y lo malo, suponiendo que siempre estaremos bien, siempre y cuando no crucemos la línea.
Sin embargo, cuando hacemos eso, el adversario intensifica su trabajo y nos anima a movernos a unos centímetros del borde. Cuando nos damos cuenta, ya hemos puesto nuestras almas en riesgo de sufrir una trágica caída.
Entonces, ¿qué podemos hacer cuando estamos más lejos de Dios de lo que planeamos?
El Salvador, a través de su expiación, se aseguró de que tuviéramos un camino de regreso. No existe otra manera además de la que Él nos proporcionó. Entonces, ¿cómo comenzamos?
Primero
Debemos tener en nuestros corazones el deseo de seguir a Cristo y de arrepentirnos de nuestros pecados. En las palabras del profeta Alma, ejercer “un poco de fe” es suficiente, “aunque no sea más que un deseo de creer”.
El Señor nos anima a aferrarnos a ese deseo y dejar que Su Expiación repare nuestro error.
Segundo
Debemos decidir cambiar los aspectos de nosotros que podemos cambiar. Uno de los consejos más poderosos que hemos recibido es evitar no solo lo malo, sino incluso aquello que “parece malo”.
Esto significa que debemos, a pesar de todo, evitar cualquier circunstancia que pueda tentarnos a tomar una decisión “insignificante”, que nos lleve a un viaje de desesperación y miseria.
Tercero
Debemos comprometernos a tomar sobre nosotros el nombre de Cristo y seguir Sus mandamientos.
Es importante enfatizar que para que nuestros pecados puedan ser perdonados, debemos seguir todos los pasos a nuestro alcance, para que de ese modo Dios pueda hacer Su parte.
Nuestras acciones diarias deben ser un testimonio vivo de que estamos dispuestos a seguir al Salvador, así como Él nos dice: “Ven, sígueme”.
Al esforzarnos para volver a seguirlo, Él magnificará nuestros deseos de volver a convertirnos en parte de su rebaño.
A medida que tomamos decisiones aparentemente “insignificantes” todos los días de nuestra vida, siempre debemos recordar las lecciones que aprendimos: Intentar desviarnos del camino del Señor, puede alejarnos de Él, más de lo que nos gustaría.
Que el Señor nos bendiga al tomar “pequeñas” decisiones para no volver a alejarnos de Él.
Fuente: faith.ph