Ninguno de nosotros tuvimos el privilegio de haber nacido durante la época en que Jesucristo caminaba y testificaba de Él y Su Padre en la Tierra.
No obstante, tenemos la dicha de ser acompañados constantemente de Su poder gracias al Espíritu Santo.
Es gracias a aquel Espíritu, que nos conecta directamente con el Padre, que podemos testificar de Él aunque no lo hayamos visto.
Un ejemplo conmovedor y con el cual podemos identificarnos es el de aquel joven que recibió la remisión de sus pecados a causa de su gran fe:
“Y él me dijo: Por tu fe en Cristo, a quien nunca jamás has oído ni visto. Y pasarán muchos años antes que él se manifieste en la carne; por tanto, ve, tu fe te ha salvado”. (Enós 1:8)
Al igual que Enós, podemos acercarnos más a Cristo a medida que lo adoremos frecuentemente en el templo, arrepintiéndonos diariamente, estudiando las escrituras, asistiendo a la Iglesia, meditando en nuestra bendición patriarcal, recibiendo dignamente las ordenanzas, y honrando nuestros sagrados convenios.
Nuestra mente se iluminará, nuestro entendimiento se ensanchará, y nuestra vista podrá discernir la verdad del error. La paz llegará por añadidura y la protección del Salvador estará presente cuando el enemigo aceche.
A pesar de que sabemos todo esto, ¿honramos las oportunidades que tenemos de testificar de Cristo?
Si bien podemos testificar en todo momento de Cristo con nuestras acciones, testificar de Él no debe simplificarse en una lista de “cosas por hacer”. Debe ser parte de nuestra esencia, pues en ello encontramos poder.
Conseguir aquella conexión con Cristo no es un proceso sencillo ni instantáneo, se desarrolla al participar diaria y activamente en la búsqueda de experiencias espirituales con el Salvador.
Probablemente, el mayor beneficio de seguir las enseñanzas de Jesús y de edificar una relación con el Padre y el Hijo es la de llegar a ser semejante a aquellos Seres perfectos y divinos.
Satanás sabe de nuestro potencial y cómo va nuestro progreso, por ello, él intentará distraernos y llevarnos por un camino en el cual será más difícil escuchar la voz del Señor.
Es en ese momento cuando nuestro testimonio será fundamental para nuestra salvación.
Aquel testimonio nos será como una luz para enfocarnos en nuestro Salvador durante todos los días de nuestra vida.
¡Jesucristo está ahí!
El verdadero gozo depende de nuestra disposición a acercarnos más a Cristo y obtener un testimonio por nosotros mismos.
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