Nota del editor: La siguiente es una historia real de un campo nazi de prisioneros de guerra de la Segunda Guerra Mundial.
Wendell Terry era un Santo de los Últimos Días que se encontraba como prisionero en un campo nazi de guerra.
En aquella prisión, se vivía en precarias condiciones. Hacía mucho frío y apenas tenían con qué abrigarse. Además, la comida era escaza. Sin embargo, un día, hubo una luz en medio de tanta oscuridad, precisamente en temporada navideña.
El día de navidad amaneció brillante como ningún otro, pero aún hacía mucho frío. Alrededor de las nueve de la mañana, para sorpresa de todos, el comandante del campo ordenó a todos los prisioneros que salieran, a pesar de que ya se había pasado lista para el desayuno.
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Todos salieron rápidamente mientras tomaban todo abrigo que estuviera a la mano.
Luego, el oficial alemán que estaba a cargo hizo un anuncio sorprendente: el campamento acababa de recibir paquetes de la Cruz Roja desde Estados Unidos. Todos saltaron de alegría. No obstante, pronto vino la mala noticia.
El oficial comunicó que no había suficientes paquetes para dar uno a cada hombre. Ni siquiera cerca. De hecho, solo había lo suficiente para entregar dos paquetes a cada uno de los barracones.
Dado que prácticamente no se podían dividir estas pequeñas cajas de regalo entre 250 hombres, el número aproximado en cada barraca, el comandante había encontrado otra solución: Realizar un sorteo.
Se repartieron pedazos de papel y lápices para que los hombres escribieran sus nombres. Luego, estos papeles se colocaron en un sombrero. Posteriormente, el oficial superior de cada barraca sacó dos nombres.
Mientras se leían los nombres, Terry se quedó atónito. Resultó ganador de uno de los paquetes.
Terry apenas podía creer lo que estaba sucediendo. Sintió que esta fue una gran bendición. Además, pensó que haber ganado este sorteo era una prueba de que Su Padre Celestial no lo había olvidado.
Cuando Terry se sentó en su litera y abrió el paquete, los otros 23 hombres en su habitación se acercaron a él. Había decepción y envidia en sus rostros. Sin embargo, también sintieron emoción porque alguien en su habitación fue uno de los afortunados.
Los hombres, observaron cada movimiento de Terry mientras abría lentamente la caja.
El paquete no era grande y nadie esperaba mucho, pero cuando Terry abrió la caja, se escucharon gritos de asombro.
Dentro había una pequeña lata de leche en polvo, un paquete de azúcar, dos barras de chocolate sin azúcar y algunos otros artículos pequeños no comestibles como guantes, lápices, polvo de dientes, cepillo de dientes y otras cosas por el estilo.
¿Qué pensaba hacer Terry con todas esas cosas? ¿Guardarlas para él o compartirlas con sus compañeros de prisión? ¿Cómo podía compartir tan poco con tantos?
Finalmente, Terry tuvo una idea. Se dio cuenta de que, con el azúcar, el chocolate y la leche en polvo, podía hacer un dulce de chocolate. Pensó que ese sería un regalo perfecto de Navidad, ya que no habría otro.
Terry vio a su alrededor y notó los rostros de tristeza y envidia de sus compañeros. Pensó en cómo ellos compartieron su miseria, hambre y frío en esa prisión. Pensó en lo lejos que ellos también estaban de sus familias esa Navidad.
Asimismo, Terry pensó en el Salvador y en su Padre Celestial. Recordó la respuesta a su oración mientras trataba desesperadamente de salir del avión en llamas.
Pensó en una bala que había pasado de cerca entre su brazo y sus costillas, pero no lo mató. Recordó al soldado alemán que lo había pateado y golpeado casi hasta matarlo. ¿Cómo pudo olvidar esas cosas?
Entonces Terry contempló la vida de Jesús, cuyo cumpleaños estaban a punto de celebrar. Recordó que el Salvador había sacrificado Su propia vida por toda la humanidad debido a Su gran amor.
En ese momento, el teniente Wendell B. Terry sintió que un gran deseo brotaba de su interior. Sabía lo que tenía que hacer. Tenía un fuerte deseo de ser el tipo de persona que Jesús deseaba que fuera. Después de todo, Terry se consideraba un seguidor del Maestro.
Otro sentimiento llegó con fuerza a su corazón. Se dio cuenta de que había llegado a amar a estos amigos reclusos con los que había pasado los últimos cinco meses.
Ellos también habían dejado familias y voluntariamente se arriesgaron a renunciar a su propia libertad para proteger la libertad de los que estaban en casa. Estaban tan solos, desanimados, desolados y miserables como Terry.
Luego, Terry tomó la decisión de compartir todo lo que recibió porque sintió que eso era lo que haría Jesús y lo haría con mucho gusto.
Entonces, durante la Navidad de 1944, Terry abrió la lata de leche en polvo, la mezcló con agua y la vertió en una cacerola pequeña que tenía en su habitación. Luego se puso a trabajar con las pocas herramientas que tenía.
Cortó la lata y la convirtió en una fuente para hornear. Añadió el resto de ingredientes en una cacerola con la leche y la puso al fuego. A medida que la leche se calentaba, el chocolate comenzó a derretirse. Vertió la mezcla en una pequeña sartén y el líquido comenzó a solidificarse.
Cuando el postre estuvo listo, Terry sacó un cuchillo del estante y lo partió. ¡Obtuvo 24 piezas de dulce de chocolate del mismo tamaño! Terry vio a sus compañeros con emoción y les dijo, ¡feliz Navidad!
Sus compañeros se emocionaron y su corazón se llenó de gratitud y alegría.
Tenían un pequeño tesoro de chocolate en un pequeño cuartel de un campo de prisioneros alemán. ¿Quién podría haber soñado con un regalo así?
Algunos de los hombres se comieron el chocolate de un solo bocado y cerraron los ojos con puro deleite. Otros, lamieron con cuidado el chocolate, con los ojos cerrados, saboreando el momento.
Otros más rompieron pequeños trozos para que el momento durara el mayor tiempo posible. Lloraron de gozo, se tomaron de las manos y se abrazaron. “Feliz Navidad” se escuchó una y otra vez.
Debido a la abnegación de un hombre, otros 23 hombres se llenaron de gratitud y amor esa Navidad.
Estaban en un lugar solitario a orillas del Mar Báltico, lejos de casa y separados de sus seres queridos, quién sabe cuánto tiempo más. Sin embargo, ahí, el espíritu navideño rebosó con mucha intensidad.
Fuente: LDS Living