Un amigo de mi edad, se debilitó físicamente debido a la esclerosis múltiple. Poco a poco, perdió la capacidad de caminar, de estar de pie y de sentarse.
Durante el tiempo que estuvo completamente postrado en la cama, su esposa falleció de cáncer. Su familia lo llevó al funeral en una camilla. Poco después del funeral de su esposa, fuimos a visitarlo a su casa.
Cuanto más hablaba, más me impresionaba el espíritu de paz y luz que le rodeaba. Dijo que no podía dejar de pensar en lo afortunado que había sido en su vida. Fue bendecido con la mujer con la que se casó, con los hijos que el Señor les dio, con la vida abundante que tuvieron juntos en su pequeña y animada ciudad.
Se rió al hablar de lo feliz que se sentía de que su mujer y él hicieran tantos viajes de “felices por siempre” durante sus primeros años, a pesar de que no podían permitírselo.
Habló de la admiración que sentía por los pioneros que dejaron Nauvoo para establecerse en Utah.
Recordó que muchos de ellos recibieron las ordenanzas del templo en el Templo de Nauvoo a fin de fortalecerse para su viaje por el temido desierto.
Todas las señales que salían de él eran genuinas. No percibí ninguna autocompasión. La luz de su rostro y el espíritu de la habitación me decían que estaba experimentando el proceso sagrado de la santificación.
Así es como su deteriorada condición física parecía paradójicamente haber mejorado su condición espiritual.
Esa noche leí DyC 101: 2–5: “Yo, el Señor, he permitido que la tribulación con la que han sido afligidos venga sobre ellos, [y] todos los que no soporten la disciplina… [NO PUEDEN] ser santificados”.
También vimos tanto los efectos verdaderamente difíciles, como las bendiciones santificadoras de la grave enfermedad de nuestra nieta. Su nombre era Chaya. Nació con parálisis cerebral. Nunca fue capaz de alimentarse, ni de caminar, ni de hablar. Su familia tenía que cuidarla constantemente.
Al principio, sus padres sintieron que era una gran carga cuidar tanto de Chaya. Pero, llegaron a sentir que cuidarla era un privilegio, no una carga, porque ella traía el espíritu de la verdadera caridad a su hogar y a su familia.
A pesar de su enorme discapacidad, tenía un espíritu alegre y una risa mágica, y una sonrisa que iluminaba una habitación.
Además, todos los miembros de su familia aprendieron a pensar más en Chaya y en sus necesidades que en ellos mismos. Esto les enseñó el significado de la caridad. Cuando Chaya falleció justo antes de cumplir 16 años, todos los miembros de la familia que hablaron en su funeral dijeron que eran mejores personas gracias a ella. Sí, habían hecho muchos sacrificios. Sin embargo, sus bendiciones eran mucho mayores que sus sacrificios.
Estas experiencias nos enseñaron que la mansa y humilde sencillez que buscamos más allá de la complejidad suele tener un precio, aunque no siempre es el sufrimiento físico. El sacrificio puede adoptar muchas formas, y no todas pueden explicarse plenamente por la razón.
El sufrimiento y luego la muerte de mi amigo y los años de sufrimiento y muerte de Chaya desafían las explicaciones lógicas. Sin embargo, fuimos testigos de sus efectos sagrados. Sentimos que la búsqueda equilibrada del conocimiento, por muy valiosa que sea, puede no ser nuestro último fin.
Simplemente, tener información no nos santificará, no nos hará capaces de estar en la presencia de Dios.
Nuestras circunstancias de santificación no siempre serán racionales. Por su propia naturaleza, la fe nos lleva en última instancia más allá de los límites de la razón. Por eso, si condicionamos nuestra fe a que sea siempre razonable, podemos retroceder ante una experiencia de santificación y, por tanto, no descubrir lo que la experiencia podría enseñar.
Aunque ceder a esas experiencias transformadoras es necesariamente un salto de fe, no podemos llegar hasta allí hasta que hayamos caminado todo lo que la luz de nuestra búsqueda de conocimiento nos permita.
Al mismo tiempo, toda una vida tratando de entender la mortalidad, especialmente en los días en que parece tener poco sentido, puede darnos la experiencia que necesitamos para desarrollar nuestra santificación.
En la posición equilibrada de aceptar tanto lo ideal como lo real, valoramos la razón. Sin embargo, también valoramos nuestra fe en la autoridad de Dios.
No queremos volver a una simplicidad tan inocente que excluya por completo la razón o la fe. No obstante, la simplicidad más allá de la complejidad nos invita a darnos cuenta de que un enfoque equilibrado no es suficiente.
Cuando se nos lleva al límite de nuestras capacidades, alcanzamos un nuevo nivel que nos permite aprovechar plenamente nuestras raíces hebreas, el poder expiatorio de Cristo.
El sacrificio consagrado de un corazón quebrantado y un espíritu contrito nos bendice con una visión más profunda. Eso nos lleva a una esfera más alta de lo que el simple equilibrio puede elevarnos, aunque el hecho de estar sobre esa base equilibrada nos ayuda a llegar más alto.
La simplicidad más allá de la complejidad no nos pide que renunciemos a nada de valor en nuestro razonamiento, aunque reconoce los límites de la razón.
Desde este punto de vista más elevado, necesitamos una indagación aún más rigurosa, especialmente sobre cómo alimentar los asuntos de la eternidad.
En este nivel de simplicidad madura, ser un verdadero discípulo no tiene que ver tanto con lo que hacemos o cómo pensamos, sino con lo que somos y en lo que nos convertimos. De este modo, las pruebas difíciles que afrontamos ayudarán a que nuestra fe se fortalezca y madure.
No tenemos que esperar a tener una enfermedad terminal para tomar en serio las cuestiones de la eternidad. Ahora, podemos sentir la emoción de acelerar nuestro paso mientras corremos al encuentro del Salvador. .
Ahora, podemos acelerar nuestro deseo de vivir más cerca de esa presencia eterna, para que Él pueda prepararnos mejor para cualquier otra complejidad de la santificación que nos espere.
Como Juan y Pedro cuando se encontraron de nuevo con Cristo resucitado (Juan 16: 18–20), nos llenaremos de fe y esperanza después de superar los miedos racionales y nos encontraremos finalmente con el Señor resucitado porque hemos sido lo suficientemente fieles. Cuando lo encontremos así, hallaremos la resolución definitiva de todas nuestras complejidades.
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Este artículo está basado en el libro “La fe no es ciega”, del élder Bruce C. Hafen y Marie K. Hafen. Este libro describe experiencias personales, preguntas inesperadas y más que encontramos en el camino de la vida que pueden desafiar nuestra fe.
“La fe no es ciega” reconoce los temas complicados del evangelio, pero te guía clara y gentilmente a través de los pasos necesarios para trabajar en la complejidad, desarrollar un testimonio informado y llenarte de la fe que viene de conocer a Dios.
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