Un día, mi hermano y yo decidimos salir a pasear en bicicleta. Con el paso de las de las horas, sentíamos mucho calor y decidimos buscar una tienda.
Al encontrar el establecimiento, mi hermano Christian me preguntó:
“¿Quieres comprar helado en la tienda?”
¡Qué gran idea!
Busqué dentro de la bolsa donde guardaba el dinero de mis propinas y, al abrirla, me di cuenta que no tenía suficiente dinero para comprar el helado.
Al regresar a casa encontré el frasco donde guardaba mi dinero para el diezmo. Tenía lo suficiente como para un helado.
Tomé el dinero y junto a mi hermano me acerqué a la tienda para elegir el sabor que deseaba.
Mientras disfrutaba mi cono de helado, me sentí un poco culpable, pero sabía que podía devolver el dinero más tarde.
Con el paso de las semanas, volví a comprar un helado. No me alcanza con lo que tenía, por lo que volví a tomar dinero de mis diezmos.
Seguía tomando el dinero de los diezmos y siempre prometía devolverlo, pero cuando llegó el momento de retornarlo, no recordaba cuánto había tomado y, lo que es peor, no tenía esa cantidad.
Cuando llegó el día de ajuste de diezmos con mi familia, sabía que el obispo iba a preguntarnos a cada uno de nosotros sobre nuestros diezmos.
Ese domingo, puse lo que sobraba de mis diezmos en un sobre y se lo di al obispo, me sentí mal debido a que no era la cantidad exacta.
El obispo le preguntó a mi hermano si pagaba un diezmo íntegro, él respondió:
“Claro que sí”.
Por otro lado, yo comenté que no lo había pagado de manera íntegra ya que lo había utilizado en mis helados, pedí disculpas y el obispo me dijo lo siguiente:
“Sé que el Padre Celestial está agradecido por el diezmo que sí pagaste. Cuando tomamos una mala decisión, podemos arrepentirnos y esforzarnos por mejorar. Sé que tratarás de pagar todo tu diezmo en el futuro”.
Tiempo después, cuando ganaba algo de dinero, ponía el 10% y un poco más para reemplazar lo que tomé, debía de pagar mis diezmos hasta sentir que lo había devuelto todo.
Cuando le comenté a mi mamá lo sucedido, ella me abrazó y me dijo:
“Me alegra que quieras arreglar el error que cometiste, pero a veces solo tenemos que comenzar donde estamos y volver a intentarlo. El Padre Celestial nos perdonará cuando hagamos todo lo posible por arrepentirnos”.
Aún no sentía que esto era verdad, así que oré al Padre Celestial:
“Padre Celestial, lamento no haber pagado todo mi diezmo. Quiero devolverlo, pero no sé cuánto debo. ¿Me perdonarás y me dejarás volver a empezar y volver a intentarlo?”.
Sentí paz. Qué bien se sentía pedir perdón. Sabía que el Padre Celestial me ayudaría a mejorar de ahora en adelante.
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