“Se pareció un poco al tipo de cosas que ves en las películas”.
Esas fueron las palabras que William G. Eggington, profesor de BYU recientemente jubilado, utilizó más de una vez cuando describió sus experiencias de sus casi tres décadas como lingüista forense.
Tomemos, por ejemplo, el caso de un inmigrante refugiado. Este hombre fue acusado de vender cantidades ilegales de pseudoefedrina, que es un medicamento que en grandes cantidades se puede convertir en metanfetamina, en la tienda que tenía.
Al parecer el hombre era culpable. Anteriormente, había firmado documentos en los que aseguraba que conocía las leyes con respecto a la pseudoefedrina.
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Un agente encubierto, que se hizo pasar por un empresario que buscaba abastecerse, grabó un audio de toda la transacción.
Después de una dramática redada en la casa del acusado, un arresto y una noche en la cárcel, el sospechoso proporcionó una confesión por escrito a la policía.
Sin embargo, ninguna de esas pruebas se podría sustentar en el tribunal si la defensa demostraba que el sospechoso, cuya lengua nativa no era el inglés, no entendió lo que la policía le dijo en todas sus interacciones.
Como consultor experto en el caso, Eggington notó tres detalles reveladores que indicaban que el sospechoso fue víctima de su propia estrategia de supervivencia de comunicación.
Algo que los lingüistas llaman “comprensión falsa”: cuando los hablantes no nativos fingen entender las conversaciones cuando en realidad no lo hacen para arreglárselas.
¿Cómo se resolvió el caso?
Primero, los nombres genéricos de los medicamentos que contenían pseudoefedrina — nombres que probablemente el sospechoso habría reconocido — nunca se mencionaron en los documentos que firmó para asegurar su conocimiento de la ley.
Segundo, la gramática sofisticada de la confesión escrita no reflejaba las capacidades de habla en inglés del sospechoso.
“No hizo falta ser un neurocirujano para darse cuenta de que esa parte de la confesión se la dictaron al sospechoso”, recuerda Eggington.
Tercero, y lo más incriminatorio para el caso del fiscal, cuando Eggington escuchó atentamente el audio de la transacción de la droga, escuchó algo de lo que el transcriptor no se dio cuenta.
El agente encubierto le decía claramente al sospechoso: “No me entiendes, ¿verdad?”
“Estaba en casa escuchando la cinta”, dijo Eggington, “llamé al abogado defensor y le dije: ‘Escuche esto y dígame lo que oye’. Reproduje la cinta, y escuché al abogado y a su asistente decir: ‘¡Lo escuchamos!’”
Al día siguiente, después de que el abogado defensor presentó las conclusiones de Eggington, los fiscales retiraron de inmediato los cargos por drogas del acusado.
Lingüística forense: ¿Por qué importan las palabras?
Eggington ha tenido muchos momentos emocionantes como lingüista forense. En otra ocasión, por ejemplo, proporcionó evidencia clave que demostró que un guión de gran éxito fue plagiado.
Sin embargo, sus casos menos glamorosos son igualmente importantes para él.
Lo que realmente le importa, el motivo por el que se convirtió en profesor de lingüística, es usar su conocimiento en lenguaje para ayudar a los demás.
“Siempre he sido un lingüista aplicado. Siempre he pensado, ‘¿Qué problema social real está resolviendo esto, cómo afecta esto a las personas?’ En los casos penales eso es fácil de ver. Sin embargo, incluso en las disputas contractuales más áridas, hay implicaciones en el mundo real”, explicó.
En su trabajo, Eggington es un detective que descubre el significado de las minucias del lenguaje humano.
Eggington puede usar pequeños detalles, como una ortografía inusual, una palabra distintiva, un serie de preguntas repetidas o el hábito de un escritor de usar comas en serie, para: ayudar a identificar al autor de una amenaza de bomba, determinar si el reclamo de marca comercial de una empresa es legítimo, resolver una disputa de seguros o decidir si un interrogatorio policial es coactivo.
“Existe una necesidad real de que las personas instruidas en el lenguaje informen a los tribunales para ayudarles a ellos y al jurado a decidir cuáles son los hechos reales en un caso”, comentó.
Enseñar a marcar la diferencia
William G. Eggington nació en Australia, recibió un doctorado de la Universidad del Sur de California y tuvo su primera experiencia con la lingüística forense unos años después de unirse a la facultad de BYU en 1988.
Lo que comenzó como un trabajo secundario y ocasional, pronto se convirtió en un enfoque importante de su investigación y enseñanza.
Primero, enseñó lingüística forense con regularidad. Luego, desarrolló un curso de pregrado y una clase de posgrado sobre el tema y guió a los estudiantes en su propia investigación.
Sus alumnos se extienden más allá de la universidad, ya que también realiza seminarios de educación continua para abogados, jueces y oficiales de la ley.
En la enseñanza, al igual que en su trabajo de consultoría, Eggington se centró en cómo su experiencia podría ser útil para sus alumnos, ya sea porque trabajarían en derecho, educación, salud pública u otro campo.
Si bien es probable que la mayoría de sus alumnos no se encuentren en medio de un guión de película de la vida real, el Dr. Eggington ha visto cómo la lingüística los ayuda a desempeñarse en las carreras que siguen.
Un exalumno de Eggington, Adam Prestidge, que ejerce la abogacía y, ahora, es ejecutivo, describió el amplio alcance de su influencia en su trabajo:
“Todos los días confío en las lecciones que aprendí del Dr. Eggington sobre cómo se puede usar el lenguaje, no solo para una comunicación efectiva, sino como una herramienta para moldear dinámicas sociales de solidaridad y poder”.
Esta es una traducción del artículo que fue publicado originalmente por Meridian Magazine con el título “BYU professor helps courts solve 60 cases as language detective”.