En sus treinta y tantos, una mujer Santo de los Últimos Días enfrentaba una serie de desafíos que la dejaron con el corazón roto y una fuerte sensación de no pertenecer a la Iglesia.
Después de múltiples pérdidas de embarazo y un divorcio, sintió que ya no podía continuar con la Iglesia. La tristeza era tan profunda que llegó a convencerse de que jamás podría encajar con otras mujeres de su fe.
Una mañana, luego de orar con desesperación, algo curioso ocurrió: todas las aplicaciones de su celular se congelaron, excepto una—la Biblioteca del Evangelio.

Sin pensarlo mucho, eligió al azar un discurso para escuchar camino al trabajo. Fue “Vencer al mundo”, del élder Neil L. Andersen. Para su sorpresa, el mensaje le habló profundamente. Por primera vez en mucho tiempo, sintió un poco de paz.
Sin embargo, un solo discurso no fue suficiente para disipar el dolor acumulado. Con el tiempo, las dificultades siguieron creciendo, y sus recuerdos espirituales comenzaron a teñirse de desilusión.
Se alejó por completo de la Iglesia y empezó a buscar consuelo en fiestas, alcohol y cigarrillos. Aunque al principio sintió algo de alivio, la tristeza siempre regresaba.
Años después, viajó a Tailandia para visitar a unos amigos, algunos de ellos miembros de la Iglesia. Ellos le comentaron que el élder Andersen estaba en el país, supervisando la construcción del Templo de Bangkok, y que daría un devocional para los jóvenes adultos solteros.
También mencionaron que la Iglesia buscaba un fotógrafo para cubrir el evento.
Ella tenía experiencia en fotografía, y aunque dudó en aceptar, la coincidencia de encontrarse en el mismo país y al mismo tiempo que el apóstol cuyo discurso había marcado su último momento de paz espiritual fue suficiente para motivarla a ir.

Desde el fondo del salón, con su cámara en mano, captó imágenes del élder Andersen saludando y enseñando. A medida que transcurría la noche, algo cambió dentro de ella. Sintió el Espíritu nuevamente. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras tomaba fotos, al darse cuenta de que Dios la veía y no se había olvidado de ella.
Esa noche, pensamientos inspiradores llenaron su mente y un mensaje se hizo claro: si quería sanar, tenía que volver al templo.
Ya de regreso en California, empezó a reunirse con su obispo. El proceso no fue inmediato, pero con paciencia y esfuerzo, logró estar lista para volver a entrar en la casa del Señor.

Allí, en el templo, sintió cómo las grietas en su corazón y en su testimonio comenzaban a cerrarse. Para ella, estar en el templo era como escuchar un idioma más puro, uno que sanaba el alma.
Hoy en día, trabaja en el centro de distribución cercano al Templo de Oakland, ayudando a otras personas a obtener su primer conjunto de ropa sagrada. Ese trabajo, aunque sencillo, le permite acompañar a otros en su camino de regreso a la fe y la sanación.
“El templo lo es todo para mí”.
Y después de todo lo que vivió, lo dice con más convicción que nunca.
Fuente: LDS Living
Que bonita experiencia, escucho el idioma del alma….