Esta es la historia de Christine Spencer, una fiel miembro de la Iglesia de Jesucristo que se dio cuenta de que la última vez que había asistido al templo fue hace 2 años.
Las razones eran simples.
Primero, su vestido del templo ya no le quedaba bien debido al embarazo que tuvo hace 3 años. Segundo, porque su esposo enfrentaba una adicción a la pornografía.
Esta es su historia.
Mi esposo siempre consideró una prioridad asistir al templo, pero cada vez que nos alistábamos para ir, separábamos una cita e incluso contratábamos a un niñera, él siempre recaía en su adicción.
Recaía lo suficiente como para no sentirse digno de entrar al templo.
Yo no me sentía bien yendo sola al templo ni mucho menos dejándolo solo después de su recaída. Así, pasaron 2 años.
Después de mucho tiempo, asistí al templo un poco confundida, pues no recordaba muy bien los pasos que debía tomar.
Un día, me quedé sorprendida cuando recibí un nombre casi idéntico al mi su abuela. Sentí como si ella me estuviera acompañando.
Asistí sola al templo y a la sesión, pero no me sentí sola. Durante el tiempo que estuve ahí, mi mente se llenó de claridad e inspiración en asuntos que me habían estado preocupando. Entonces, sentí que podía tomar decisiones muy firmemente.
Le mandé un mensaje a mi esposo diciéndole que separaría 4 sesiones más en el templo durante el año para nosotros dos, y que si llegaba el día y él no podía ir, iría sin él. Mis ojos se abrieron y me di cuenta de que necesitaba el poder del templo en mi hogar.
Me había estado ahogando en el pesar, los problemas y los quehaceres del hogar. Las distracciones del mundo habían crecido tanto que dispersaron la felicidad en mi vida. Los problemas temporales desconectaron mi vista de la eternidad.
Por mucho tiempo estuve necesitando redireccionar mi vista a la eternidad y ahora sé que necesito el mayor panorama posible.
Cuando me casé en el templo con mi amado esposo, sentí que debería siempre estar ahí con él, no sola. Sin embargo, él siempre se frenaba por su debilidad, la cual no solo lo hacía sentirse incapaz sino que también lo alejaba del Espíritu.
Su disposición siempre estaba presente, pero no con la misma urgencia que la mía debido a que el Espíritu no siempre podía susurrarle dicha necesidad.
Sin embargo, ahora me doy cuenta de que en lugar de esperarlo para ir juntos al templo por el bien de nuestra relación, debo ir sola por el bien de nuestra familia, porque necesita urgentemente el poder del templo.
Mi esposo es un maravilloso proveedor y compañero. Trabaja muy duro y me anima en todos los ámbitos. Es un padre presente y querido por todos en el hogar. Si fuera una cuestión de deseo, se habría librado de este comportamiento adictivo perjudicial antes de que nos conociéramos.
Yo también tengo comportamientos y hábitos que habrían desaparecido hace mucho tiempo si deshacerme de ellos se tratara de simplemente tomar una decisión.
Él anhela estar conmigo en el templo y quiere estar listo para dar la bendición como padre a su hijo, y lo está intentando. Su recuperación está en proceso.
Todos estamos recuperándonos, y hasta que él pueda venir conmigo al templo, estaré allí para los dos. Entraré en la Casa del Señor con más frecuencia que antes porque necesito tocar los cielos y regresar a mi vida habiendo respirado profundamente aquel aire espiritual.
Lo necesito y sin ese aire, me ahogaré.
Fuente: Meridian Magazine