Un dilema de vida o muerte.
Eso vivió la pequeña comunidad religiosa de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en la antigua Alemania del régimen de Adolf Hitler.
Enfrentados a la ideología nazi, que se inmiscuía en todos los aspectos de la vida, los Santos de los Últimos Días alemanes intentaron sobrevivir sin dejar de ser fieles a sus creencias. Una delgada línea que la Iglesia tuvo que recorrer, equilibrando una cautelosa obediencia con un desafío silencioso, al tiempo que subrayan las complejidades morales de mantener la fe en un estado opresivo.
Así lo revela un expediente de cerca de 500 páginas del Partido de Nazi y recientemente publicado por la Fundación BH Roberts, ofreciendo una visión sin filtros sobre la represión que el nazismo ejerció sobre la fe entre 1933 y 1939.
Los informes de vigilancia, los archivos policiales, la literatura confiscada y la correspondencia interna nazi revelan el desprecio del gobierno nazi hacia los Santos de los Últimos Días alemanes que, aunque procuraban respetar la ley, la mayoría de las veces se distanciaban cuidadosamente del nazismo.
Amenazas y vigilancia nazis
El control y vigilancia del nazismo sobre la Iglesia comenzó tan pronto como Hitler llegó al poder.
Así lo relató en 1933 el presidente de la Misión Germano-Austriaca, Oliver H. Budge, quien recuerda que las autoridades nazis no estaban convencidas de la neutralidad política que proclamaba la Iglesia, considerando a los Santos de los Últimos Días una “secta” a la que había que vigilar por posibles actividades “antiestatales”.
Fue así que, en 1936, la presión se intensificó y la Gestapo, como se lo conocía a la policía nazi, convocó a los líderes de la misión de los Santos de los Últimos Días y les advirtió que se les impondrían “las medidas policiales estatales más estrictas” si surgiera cualquier indicio de oposición al régimen nazi dentro de su comunidad.
La amenaza era dura. Los documentos del expediente revelan que el gobierno nazi vigilaba las reuniones de adoración de los Santos de los Últimos Días, la actividad misional, las publicaciones de la Iglesia y a los miembros individuales, infiltrándose y escudriñando incluso las actividades de recreación e inofensivas de la Iglesia.
Y así inició la represión y violencia. La policía nazi arrestó a los misioneros y confiscó numerosos folletos de la Iglesia. Además, las autoridades —bajo el infame ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels— prohibieron oficialmente los Artículos de Fe.
Los funcionarios de la Gestapo clasificaron las enseñanzas de la Iglesia como subversivas para el estado nazi, y la correspondencia interna muestra que los funcionarios del Reich consideraron seriamente prohibir la Iglesia por completo.
Un memorando de 1937 indicaba que, si bien se estaba planteando una “posible disolución”, también se explica que “actualmente era inviable”, solo debido a las conexiones internacionales de la Iglesia.
Algunos nazis también difundieron extrañas teorías conspirativas; un informe afirmaba que el presidente de la iglesia, Heber J. Grant, era un “millonario judío” que controlaba los bancos en Utah.
Deporte: estrategia de supervivencia
En 1936, la Iglesia encontró una forma singular de aliviar las tensiones con el gobierno: enseñar baloncesto.
Mientras Alemania se preparaba para albergar los Juegos Olímpicos de Berlín, el gobierno nazi invitó a misioneros estadounidenses Santos de los Últimos Días, familiarizados con el deporte, a entrenar al equipo nacional alemán de baloncesto.
Melvyn M. Cowan, quien sirvió en la Misión Germano-Austríaca, escribió que esta cooperación proporcionó “un nuevo medio por el cual el Evangelio de Jesucristo puede predicarse con palabras y acciones a la juventud de una nación, una juventud menos disponible, tal vez, en circunstancias ordinarias”.
Para Cowan, fue una oportunidad de fomentar la buena voluntad con los funcionarios alemanes y al mismo tiempo evitar un conflicto político directo.
En ese sentido, la participación de los misioneros en el entrenamiento olímpico no fue una muestra de apoyo político, sino un esfuerzo estratégico para presentar a la Iglesia como una organización inofensiva y cooperativa, además de una oportunidad de ejercer una influencia positiva sobre la juventud alemana.
Esta opción pragmática permitió a la Iglesia continuar su labor en un régimen que veía a la mayoría de los grupos religiosos con sospecha y hostilidad.
Actos de oposición
Aunque los líderes Santos de los Últimos Días actuaron con cautela, algunos miembros no dudaron en resistir activamente; el ejemplo más famoso fue Helmuth Hübener, el adolescente de Hamburgo que terminó pagando con su vida su oposición al régimen. Pero también hubo otros héroes menos conocidos de esta época.
Por ejemplo, Paul Herbert Schieck, un Santo de los Últimos Días de Freiberg, se negó a hacer el saludo nazi o a cantar el himno nacional después de que se transmitiera uno de los discursos de Hitler en su trabajo.
Y su negativa no pasó desapercibida: Schieck fue arrestado, encarcelado y finalmente perdió su trabajo. Según los documentos policiales, Schieck dijo que como alemán (estaba) sujeto al Führer”, pero —sin embargo— “consideraba que Sión era el ideal más alto”.
Esta negativa a manifestar signos de lealtad nazi no fue una anomalía. La Gestapo informa que era “generalmente conocido” entre los funcionarios nazis que los Santos de los Últimos Días “se niegan categóricamente a utilizar el saludo alemán”.
Un acto de rebeldía que ejemplifica el coraje silencioso de los miembros que vivían bajo un régimen que exigía una lealtad inquebrantable hacia prácticas extremistas e intolerantes.
Ideología contra fe
En 1936, el apóstol John A. Widtsoe articuló la postura de la Iglesia sobre los regímenes autoritarios de la época:
“El comunismo, el fascismo y el nazismo pueden ser juzgados por este principio: todo lo que ponga en peligro, en el más mínimo grado, el derecho del hombre a actuar por sí mismo no es de Dios y los Santos de los Últimos Días deben resistirlo”.
La condena de Widtsoe al totalitarismo resonó en muchos miembros, quienes creían que el nazismo, en esencia, violaba el principio religioso del libre albedrío.
Este conflicto fundamental entre la ideología nazi y la doctrina de los Santos de los Últimos Días aparece en uno de los informes más completos de la Gestapo sobre la Iglesia, en el que se concluía que debido a la orientación internacional de su fe, su creencia en profetas modernos y en la revelación: “la doctrina de los mormones es incompatible con la cosmovisión nacionalsocialista”.
Resistencia, no acomodación
Estos documentos recién publicados sugieren que la supervivencia de la Iglesia en la Alemania nazi estaba lejos de estar garantizada.
Porque, a pesar del discurso de neutralidad, los líderes de la Iglesia internamente se referían al gobierno alemán como “criminal” y “detestable”. Por ejemplo, en 1943, el futuro presidente de la Iglesia, David O. McKay, denunció a Hitler como un “dictador asesino”.
Así, mediante un cumplimiento mínimo de los requisitos del régimen y manteniendo sus principios religiosos, los Santos de los Últimos Días alemanes lograron preservar su fe durante uno de los capítulos más oscuros de la historia.
El hecho de que solo alrededor del 5% de los Santos de los Últimos Días alemanes se convirtieran en miembros del Partido Nazi, aproximadamente la mitad de la tasa de la población general, habla de la renuencia de los Santos a abrazar la ideología nazi, incluso bajo una intensa presión para adaptarse.
Estos archivos recién publicados desafían las narrativas simplistas y engañosas sobre los Santos de los Últimos Días en la Alemania nazi, revelando —en cambio— una historia compleja de una comunidad religiosa que intenta proteger a sus miembros mientras se mantiene fiel a sus creencias.
Fuente: Deseret News
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