El siguiente relato es una historia ficticia, aún cuando muestra de manera interesante una parte importante del plan de salvación, no representa ninguna doctrina de la Iglesia de Jesucristo y no debería compartirse en reuniones oficiales de la Iglesia.
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Te hallaré mi querido amigo
Quisiera compartir con ustedes una experiencia que tuve en la vida pre terrenal.
Yo, al igual que ustedes, era un ser espiritual que moraba en la presencia de nuestro Padre Celestial. Era feliz porque el mundo pre terrenal era un lugar hermoso e indescriptible, pero entonces hubo una considerable agitación.
El Gran Concilio se había llevado a cabo hacía muy poco tiempo y se había presentado el plan de Salvación.
Los que seguimos el plan propuesto por Jesucristo recibimos la noticia de que recibiríamos un cuerpo de carne y hueso y que iríamos al mundo terrenal a ser probados para así tener la completa seguridad de que viviríamos por todas las eternidades con nuestro Padre Celestial.
Sabíamos que nuestro progreso como espíritus era limitado y que el plan era necesario, yo estaba muy feliz de haber seguido y apoyado el plan de nuestro Salvador.
La guerra había terminado.
Lucifer, ahora conocido también como el adversario, había sido desterrado junto a sus huestes de la presencia de Dios.
La medición del tiempo era diferente a la de la tierra y éste pasó fugazmente. En la pre existencia tenía grandes amigos, pero había uno en especial. Aprendimos muchas cosas juntos sobre el plan de salvación y realmente nuestra amistad fue muy fuerte.
Un día mientras conversaba con él, se nos acercó un ángel. Los dos sabíamos lo que eso significaba, nos llenamos de felicidad.
¡Naceríamos en el mismo tiempo!
Llenos de emoción al saber que nuestro tiempo de probación estaba cerca, nos dirigimos a una arboleda y cada quien abrió su sobre.
No podía aguantar las ganas de saber más sobre a dónde iría; mi ser no podía estar más feliz por lo que estaba leyendo, se decía que yo nacería en una familia de padres honorables, miembros y seguidores de La Iglesia de Jesucristo.
Entre las muchas cosas y bendiciones que se decían una me maravilló aún más, se me pre ordenaba a servir una misión de tiempo completo. Si era fiel, tendría la oportunidad y bendición de compartir el evangelio a mis demás hermanos y hermanas, mi felicidad era plena al saber todo lo que el Padre esperaba de mí.
Me acerqué corriendo a mi amigo para contarle el gozo que sentía. Cuando lo hallé lo encontré de rodillas sollozando y con sus manos cubriendo su rostro, podía sentir su tristeza.
Con la confianza que nuestra amistad nos permitía, le pregunté: “¿Qué te sucede?”. Él no me respondió, seguía de rodillas sin decir nada. Vi en el suelo su carta de transferencia, la recogí y la empecé a leer.
En ella decía que él gozaría de grandes bendiciones durante su vida terrenal, que sus padres lo querrían mucho y que su familia sería muy unida y siempre estarían ahí para ayudarlo.
Sin embargo me percaté de que él iría a una familia buena pero sin el Evangelio de Jesucristo, de cualquier forma, por medio de la luz de Cristo se le prometía que el conservaría el deseo de conocer la verdad, y la aceptaría si la buscaba con fe.
El momento de partir había llegado, y nuestra vida terrenal estaba a punto de comenzar.
Al caminar por el corredor del silencio, pensaba en la manera de animar a mi amigo para que no se sintiera triste.
No pude lograrlo. No me dijo ni una sola palabra.
Cuando llegamos al final del corredor, me miró con los ojos llorosos, me abrazó fuertemente y me dijo:
“Encuéntrame, por favor, encuéntrame”.
Le prometí que lo haría, por la gran amistad que nos unía y le respondí: “Te hallaré, mi querido amigo.”
Autor desconocido.