Cómo no poder entrar al templo se convirtió en mi mayor bendición

templo; templo de washington

Nota del editor: Esta es una adaptación de la experiencia personal de Virginia Wills para LDS Living.

Eran tiempos de incertidumbre en mi vida.

Sí, había culminado una carrera, contaba con un trabajo estable y gozaba de salud, pero mi corazón se hallaba vacío.

Con 36 años, estaba a la deriva espiritualmente. ¿Cuál era el propósito en mi vida? Me resistía a aceptar que mi existencia se resumiera en pagar cuentas y algunas salidas efímeras. Necesitaba una guía. Y sabía que no la hallaría aquí en la Tierra.

Anhelaba encontrar la verdadera iglesia de Dios, un lugar donde las enseñanzas de Jesús de la Biblia resonaran en mi alma como cuando era una ingenua niña. 

La puerta cerrada que abrió mi corazón

templo; puerta del templo

Mi mayor bendición comenzó con un ‘no’. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Así que un sábado, impulsada por la desesperación y una frágil esperanza, manejé en busca de consuelo y finalmente vi lo que pensé que era un templo judío. 

A medida que me acercaba, logré leer el letrero en la entrada que decía: “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”. Nunca había oído hablar de esa religión. Pero, por los latidos en mi corazón, sabía que no era una simple coincidencia.

En ese momento, una oración silenciosa se formó en mi interior: “Señor, si no me dejan entrar aquí, entonces sé que necesito aprender sobre esta iglesia”.

Me negaron la entrada, porque no tenía una “recomendación”, pero una extraña sensación de paz se apoderó de mí. Mi oración había sido respondida. 

Tan pronto me explicaron que no podía ingresar a los ambientes principales, me dirigí al centro de visitantes, donde aprendí acerca de José Smith y me ofrecieron un Libro de Mormón. Cuando supe que Jesucristo había venido a las Américas, sentí que el Espíritu Santo me testificaba que era verdad.

El martes, después de sumergirme por completo en el Libro de Mormón y terminar de leerlo, llegaron las misioneras y me regalaron un ejemplar de Doctrina y Convenios, el cual culminé de estudiar al día siguiente. 

Solo tenía 2 preguntas tras esa exhaustiva búsqueda: “¿Tenía la Iglesia un profeta viviente hoy como se afirma en Doctrina y Convenios?” y “¿Todavía se realizaba el bautismo por inmersión total en agua?”

Cuando las hermanas respondieron afirmativamente, supe que estaba lista para ser bautizada, aunque todavía no había asistido a la Iglesia.

No tardé en visitar y confirmar a través de la ceremonia de la Santa Cena que estaba en el lugar que tanto necesitaba mi corazón. Me bauticé pocas semanas después y, transcurrido exactamente un año, entré al lugar donde todo empezó.

De familia eterna a madre soltera

madre e hija

Virginia y su hija. Créditos: Virginia Wills

Recibí mis investiduras en el Templo de Washington D.C. cuando estaba casada y con una hija. Pero el acontecimiento que creí que fortalecería a mi familia, terminó como un detonante para mi divorcio y el inicio de mi jornada como madre soltera.

En una Iglesia centrada en las familias, ¿cómo podía criar a mi hija en las sendas de la verdad? Y fue allí cuando toda la luz y conocimiento que recibí al ingresar al templo llegaron a mi mente y corazón.

Sabía que la revelación personal es real, así que fui al templo y le pedí al Señor que me guíe en el camino de la maternidad. Y así como me condujo hacía un año atrás hacia el templo, Él nuevamente me demostraría que vive, me ama y me conoce.

Aunque sé que las circunstancias para cada madre o padre soltero son diferentes, estos son los principios generales que me han ayudado:

  • Mantén el Espíritu en tu hogar. Había momentos en que no teníamos mucho en cuanto a comida, pero siempre me aseguraba de que nos inscribiéramos para alimentar a los misioneros. Nuestros hermanos y hermanas ministrantes estaban con frecuencia en nuestro hogar. Le enseñé a mi hija la importancia de pedir y recibir las bendiciones del sacerdocio.
  • No mientas a tus hijos. Aprendí esto en una clase para padres a la que asistí en el centro de visitantes del templo. Yo celebraba reuniones familiares mensuales con mi hija, siempre de acuerdo a su edad, por supuesto, para hablar sobre nuestro presupuesto y lo que estaba sucediendo en nuestras vidas. Ella sabía lo que yo sabía.
  • Seguir las enseñanzas del profeta y las Escrituras. Hace mucho tiempo, decidí que nunca permitiría que nadie me disuadiera de estar en la Iglesia, porque sé a quién debo escuchar y las fuentes inspiradas donde hallaría respuestas. 

Aunque, en ocasiones, puede ser un camino solitario, cuando derramamos nuestro corazón al Señor, Él nos demuestra que siempre podrá estar a nuestro lado. Así lo enseñó el élder David S. Baxter, Setenta Autoridad General, a las madres solteras: 

“Su perspectiva y su visión de la vida cambiarán cuando, en vez de sentirse desanimadas, levanten la vista hacia el cielo (…) [Dios] las acompañará; los cielos les concederán las bendiciones que necesiten”.

A veces, los milagros más grandes vienen de los sucesos menos afortunados

Y, por eso, jamás me cansaré de contar que el no poder entrar al templo se convirtió en mi mayor bendición.

Fuente: LDS Living

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