“E invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás”. – Salmos 50: 15
A veces olvidamos que la ayuda que necesitamos para salir del más profundo hoyo se encuentra a una oración de distancia. Dios siempre está para Sus hijos e hijas, y es tan sencillo hablar con Él para invocar Su poder que fallamos en ese simple paso.
Solo necesitas el “deseo de creer” para que sucedan grandes cosas.
Hoy conoceremos la historia de un Santo de los Últimos Días, cuya identidad mantendremos en reserva, que experimentó una difícil prueba con las drogas y que gracias a su fe pudo recuperar su vida.
“Cuando era joven, veía cómo mis amigos y conocidos eran felices. Todo parecía estar tranquilo en su vida.
Sin embargo, por más que mi familia y yo fuéramos miembros de la Iglesia de Jesucristo no conseguíamos ver esa felicidad entre nosotros. Las constantes discusiones y ‘las apariencias’ lamentablemente formaban parte de nuestra vida diaria.
Debido a que en mi casa teníamos una realidad diferente a lo que aprendíamos en la Iglesia, decidí buscar la verdadera felicidad para que pudiera tener una vida como la de mis amigos.
Durante cuatro años busqué esa ‘felicidad’ en diferentes lugares y no la encontré.
Cuando me di cuenta, ya no iba a la Iglesia y comencé a beber y consumir drogas.
Seguí buscando genuinamente la felicidad y la libertad, y un día me pareció haber encontrado la respuesta. Al principio, esa respuesta parecía tener mucho sentido para mí, pero poco después fue perdiendo significado.
Necesitaba aumentar la dosis de aquello que parecía responder mis dudas, hasta el punto que comencé a delirar. Me veía en situaciones de peligro e imaginaba cosas, pero todo eso solo sucedía en mi cabeza.
En esa búsqueda, solo encontré alucinaciones, pecado, dolor, sufrimiento y superficialidad.
Siempre creí en Dios y Su poder, pero en ese momento solo tenía miedo. No tenía miedo de caer preso ni de los hombres, solo tenía temor de Dios. Sentía temor de que me castigara, temor porque mis padres sufrían por lo que estaba haciendo y temor por mi propia vida.
Un día, decidí conversar con Dios y hacer un convenio con Él. Si Él me ayudaba a protegerme del peligro, yo iría a la Iglesia el siguiente domingo.
Dios cumplió Su parte del acuerdo, pero yo no, no fui a la Iglesia ese domingo. Por incumplirle, tuve la peor semana de mi vida. Perdí la paz y la tranquilidad.
Al domingo siguiente, reuní todas mis fuerzas y fui a la Iglesia. Fue una de las cosas más difíciles que necesité hacer y desde entonces nunca más me alejé.
De todo esto aprendí que Dios siempre estuvo conmigo y respetó mi albedrío. Aprendí que no encontraría esa felicidad perfecta que imaginaba en mis padres porque ellos son personas imperfectas que están buscando la perfección.
Aprendí que estamos aquí en la Tierra para desarrollarnos y buscar esa verdadera felicidad que solo encontramos en Cristo.
Aprendí que debemos tener integridad en todo lo que hacemos y reducir el ritmo cuando sea necesario para buscar el equilibrio en todas las cosas. Debemos tener paciencia y confiar en Jesucristo, porque Él quiere bendecirnos y es nuestro mejor amigo.
Necesitamos arrepentirnos, hablar con nuestros líderes si es necesario y, lo más importante, perdonarnos a nosotros mismos. Eso puede ser difícil, pero recuerda siempre que tu pasado puede quedar enterrado mediante la expiación de nuestro Señor, Jesucristo (Juan 3:17).
Todavía no entendemos todo y una de las razones es porque a Dios realmente le importa mucho más quiénes somos y en quién nos estamos convirtiendo que nuestro pasado. Él quiere que nos acerquemos a Él aquí en la Tierra y que algún día regresemos a nuestro hogar eterno.
Le prometí al Señor un nuevo comienzo y esta promesa es una de las cosas más importantes y sagradas en mi vida hoy. Ahora, mi familia y yo estamos luchando por la felicidad que Dios me ha mostrado, la que solo podemos alcanzar a través de la gracia de Jesucristo y nuestra obediencia”.
Fuente: Mais Fe