En el otoño de 2018, Hanna, una joven de 22 años esperaba a su primer hijo. A pesar de estar felizmente casada, sentía que su vida estaba cambiando demasiado rápido. No había terminado la universidad, y mientras sus amigas hablaban de carreras, metas profesionales y viajes, ella se preguntaba si estaba tomando la decisión correcta.

“¿Debería estar enfocándome en mi carrera? ¿Es este el momento para ser madre?”.

Se preparaba para escuchar la Conferencia General de ese año. Lo que no sabía era que, en una de sus primeras conferencias como profeta, el presidente Russell M. Nelson respondería directamente a sus inquietudes.

Ver la maternidad con nuevos ojos

Nadie puede hacer lo que una mujer justa puede hacer. Nadie puede duplicar la influencia de una madre. Hanna y su familia. Imagen: Called to Share

Durante su discurso “La participación de las hermanas en el recogimiento de Israel”, el presidente Nelson contó una anécdota curiosa. Mientras visitaba una congregación en Sudamérica, por error se refirió a sí mismo como “madre” en lugar de “padre”.

Luego explicó que, en ese momento, brotó en su corazón un profundo anhelo de hacer una diferencia en el mundo como solo una madre puede hacerlo. Añadió algo que quedó grabado en la mente de muchos, especialmente en la de una joven madre que escuchaba aquel mensaje:

Cada vez que me preguntan por qué elegí ser médico, mi respuesta siempre ha sido la misma: “Porque no pude elegir ser madre”.

Aquellas palabras la sorprendieron. ¿Por qué un hombre tan exitoso, un cirujano del corazón, desearía ser madre? Pero la respuesta llegó pronto, clara y poderosa:

“Nadie puede hacer lo que una mujer justa puede hacer. Nadie puede duplicar la influencia de una madre.”

A partir de entonces, su perspectiva cambió. Su embarazo dejó de parecer un desvío o un obstáculo, y se convirtió en una nueva forma de participar en la obra de Dios. Comprendió que ser madre no le restaba valor, sino que le daba un propósito eterno.

“Yo estaba participando en la creación misma. Y fue el presidente Nelson quien me ayudó a verlo así.”

El sacrificio que se transforma en bendición

Hanna y su familia. Ser madre es perder una parte de uno mismo para encontrar algo mucho más grande. Imagen: Called to Share

Con el tiempo, la Hanna entendió algo que el Señor enseñó con claridad:

“Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 16:25)

Ser madre es perder una parte de uno mismo para encontrar algo mucho más grande. Es dejar atrás la comodidad, las metas personales y el control, para abrazar el servicio, la entrega y el amor incondicional.

El mundo le decía que perder su cuerpo, su tiempo o su carrera era perder su valor. Pero Cristo enseñó lo contrario: en el sacrificio está la plenitud.

Una gratitud que permanece

Ser madre no es una pausa, sino una misión. Imagen: Canva

Hoy, Hanna tiene 29 años y es madre de tres hijos. A veces todavía se pregunta si su vida habría sido “más productiva” o “más reconocida” siguiendo otro camino, pero su corazón siempre vuelve a esa enseñanza del profeta.

El presidente Nelson le recordó que ser madre no es una pausa, sino una misión. Que su influencia tiene un alcance eterno, incluso si el mundo no la ve. Y cuando mira a sus hijos, sonríe con convicción:

“Sé que mi trabajo como madre importa. Y sé que el presidente Nelson habría querido ser una madre como yo.”

Fuente: Called To Share 

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