Nunca imaginé tener un perro como mascota, ni mucho menos tener que reorganizar mi horario para dedicarle un tiempo. Todos los días, sin importar el clima, paseábamos por un parque cerca de mi casa. No importaba si llovía o nevaba.
No esperaba que me gustara pasear a un perro, pero de alguna manera esos paseos se convirtieron en una parte agradable de mi día. Mi perro y yo corríamos tras los saltamontes, perseguíamos a los patos y pisábamos las hojas secas.
A pesar de haber realizado todo ese tipo de actividades antes, verlas a través de una nueva perspectiva (incluso si esos ojos pertenecían a un perro), los hizo nuevos para mí.
Sin embargo, un día, esos paseos perdieron su significado especial para mí, ya no los disfrutaba y deseaba volver a casa. Lo que una vez fue una fuente de felicidad para mí, se convirtió en otra cosa más que tachar en mi lista.
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Me puse a pensar en lo que antes fue un motivo de felicidad para mí y se había convertido en una rutina. ¿Cómo me sentía acerca de mi estudio de las Escrituras? ¿La oración? ¿Servir a los demás?
El Élder Uchtdorf, en su discurso “Un verano con la tía abuela Rosa”, relató como la tía Rosa encontraba felicidad al llenar su vida de cosas significativas.
Generalmente, llenar nuestras vidas de cosas no es un problema. Pero, ¿cuán significativas son esas cosas? Si comenzaron siendo significativas, ¿todavía lo son?
Lo que hacemos repetidamente termina convirtiéndose en rutina, incluso lo que es esencial como las oraciones familiares y personales, ir a la iglesia y pasar tiempo con nuestros seres queridos.
¿Cómo podemos hacer que estas actividades no solo se conviertan en otra cosa más que ajustar a nuestros apretados horarios?
A veces, creemos que la respuesta es hacer más. Servir más, orar más, esforzarse más. Hay momentos en que hacer más es lo correcto y, a veces, hacer más es abrumador y agotador.
Probablemente, solo necesitemos un cambio pequeño y sencillo en lo que ya estamos haciendo, para que siga siendo significativo.
No necesitaba caminar más cada día. Solo necesitaba encontrar una manera de disfrutar esa caminata que ya estaba haciendo.
Detenerme a ver a los animales nadando bajo el agua y la garza azul escondida en las cañas fue todo lo que necesité para alegrar mi paseo diario por el parque.
Del mismo modo, en nuestros esfuerzos espirituales, la respuesta puede no ser agregar unos minutos más a nuestro estudio de las Escrituras.
En cambio, es posible que necesitemos reflexionar sobre lo que leemos y abrir nuestros corazones para que el Espíritu nos pueda enseñar.
Es posible que tengamos que practicar escuchar las respuestas cuando oramos, o dejar de lado nuestros teléfonos celulares mientras estamos en la Iglesia – o, en las reuniones virtuales de la Iglesia.
A menudo, todo lo que necesitamos son cambios pequeños y sencillos para ver la vida desde una nueva perspectiva.
El Espíritu Santo nos dirá qué pequeños cambios debemos hacer en nuestras vidas.
El Élder Larry R. Lawrence, una Autoridad General de la Iglesia, dijo:
El Espíritu Santo en verdad brinda consejos personalizados; es un compañero absolutamente honesto y nos dirá cosas que nadie más sabe o tiene el valor de decir.
El Espíritu Santo no nos dice que mejoremos todo a la vez. Si lo hiciera, nos desanimaríamos y nos daríamos por vencidos. El Espíritu trabaja con nosotros a nuestro propio ritmo, un paso a la vez. (Larry R. Lawrence, “¿Qué más me falta?”, octubre 2015).
Un paso a la vez.
Un paso pequeño y sencillo.
Un pequeño cambio aquí, un pequeño cambio allá, puede ayudarnos a llenar nuestra vida de significado y encontrar gozo a medida que andamos por el sendero del Señor.
Fuente: LDS blog