Han pasado veinte años desde aquellos atentados del 11 de septiembre.
Hemos recolectado las experiencias de Santos de los Últimos Días que se encontraban sirviendo en el ejército en ese entonces.
Ellos nos relatan cómo este evento cambió sus vidas para siempre.
Desde ya compartimos el dolor con aquellos que resultaron afectados directa o indirectamente con ese lamentable 11 de septiembre.
Bruce A. Carlson
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En la mañana del 11 de septiembre de 2001, el teniente general de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, Bruce A. Carlson, se encontraba trabajando en su oficina al lado este del Pentágono en Washington, DC.
En ese momento, se le comunicó que un avión se había estrellado contra una de las torres del World Trade Center.
“Eso me pareció extraño, ya que era un día soleado. Algo no sonaba bien”, recordó el experimentado piloto de combate.
Sus sospechas se confirmaron minutos después cuando un segundo avión chocó contra la torre sur del World Trade Center.
Como millones de personas, presenció el accidente a través de la televisión en tiempo real.
“Miré [a un colega] y dije: ‘El mundo nunca volverá a ser el mismo. Estamos en guerra’”.
Aproximadamente 30 minutos después, un tercer avión, que fue secuestrado, se estrelló contra el lado opuesto del Pentágono.
El general de la Fuerza Aérea y futura autoridad general estaba experimentando, de primera mano, un nuevo conflicto global.
José Fonseca
Esa misma mañana, José Fonseca, un Santo de los Últimos Días, que se encontraba en el servicio militar, intentaba procesar el desastre desde su puesto en San Antonio, Texas.
El ex misionero se había alistado en el ejército de los Estados Unidos varios años antes. Al igual que el teniente general Carlson, sabía que una cosa era segura: el mundo estaba en guerra y su mundo nunca volvería a ser el mismo.
“Sabíamos que esto no era una coincidencia. Fue un ataque en suelo estadounidense”, dijo.
Más tarde, Fonseca se desplegaría en Irak, donde participó en los servicios sacramentales semanales acompañado de su rifle debido al peligro constante.
Ahora, Carlson y Fonseca, se encuentran retirados del servicio militar y pertenecen a las legiones de Santos de los Últimos Días, cuyas vidas militares, familiares y espirituales cambiaron para siempre por los eventos del 11 de septiembre.
Son eslabones de la cadena que conectan para siempre a la Iglesia con un capítulo definitorio de la historia que aún se está escribiendo.
Muchos militares y mujeres Santos de los Últimos Días estaban sirviendo como soldados, infantes de marina, marineros, aviadores o guardias costeros en ese crucial martes.
Otros, se pusieron voluntariamente el uniforme de su país después de esa tragedia.
Hasta el día de hoy, los miembros se están alistando o son comisionados en los rangos de oficiales después de recibir el impulso de servir y mejorar un mundo que todavía siente el dolor del 11 de septiembre.
Recuerdos sagrados
Para los Santos de los Últimos Días, que sirvieron como militares después de los eventos del 11 de septiembre de 2001, es probable que el vigésimo aniversario de los ataques se observe con reverencia.
Muchos llorarán por aquellos que perdieron. Asimismo, otros considerarán las muchas formas en que sus propios testimonios se fortalecieron, gracias a la ministración, y los sostuvieron durante los días oscuros del conflicto.
“La guerra es el patio de recreo del enemigo. Si hay algo malo que él pueda hacer, lo hará diez veces más en la guerra”, dijo el élder Carlson, autoridad general emérita, que fue sostenida como miembro del Segundo Cuórum de los Setenta en 2009, después de retirarse como un general de cuatro estrellas.
Gene Wikle
Gene Wikle es un oficial retirado de la Fuerza Aérea de EE. UU., que trabajó como enlace civil con la Fuerza Aérea de Afganistán después del 11 de septiembre.
Eclesiásticamente, se desempeñó como el primer presidente de distrito de la Iglesia del distrito Militar de Kabul, Afganistán. Asimismo, fue enviado a Irak como contratista civil.
Durante su mandato en Afganistán, presidió a más de 1, 200 Santos de los Últimos Días de 16 naciones, incluidos aquellos miembros que se encontraban en el servicio militar en ese país.
Los miembros del distrito de Kabul no hicieron proselitismo durante su servicio en Afganistán.
Wikle observa el vigésimo aniversario del 11 de septiembre con una mezcla de sentimientos. Reprime las emociones al considerar su relación con muchos afganos.
Lamenta las tragedias que se han desarrollado en las últimas semanas. Todos son recordatorios del alcance duradero del 11 de septiembre de 2001.
“Llegué a amar al pueblo afgano. Son buenas personas. Desean las mismas cosas básicas que todos queremos, que es la paz, poder criar a sus hijos, educarlos y tener un trabajo. Tienen los mismos deseos y necesidades que nosotros”, dijo.
Con frecuencia, descubrí puntos en común con mis nuevos amigos con respecto a nuestras creencias sobre un Padre Celestial.
“Siempre me llamaron ‘Hermano Gene’ cuando comenzamos a reconocer que todos éramos hermanos”.
Desde el 11 de septiembre, la terrible realidad de la guerra afectó a todos los involucrados, incluidos los Santos de los Últimos Días.
“Durante mis tres años de servicio como presidente de distrito, murieron 25 miembros en el cumplimiento de su deber”, dijo Wikle.
Promesas proféticas de paz
Durante la tarde del 11 de septiembre, el presidente Gordon B. Hinckley extendió un sensible mensaje a los Santos de los Últimos.
Les dijo que el consuelo del Salvador se puede sentir incluso en medio del terror y la incertidumbre de la guerra.
“Es conmovedor saber que puedes obtener una perspectiva profunda a través de las actividades de la Iglesia y las bendiciones del templo. Es una bendición saber el principio del fin”, dijo el élder Carlson sobre la serenidad prometida por el presidente Hinckley.
Varios militares Santos de los Últimos Días compartieron sus sentimientos sobre su servicio militar después del 11 de septiembre. Enfatizaron la paz que sintieron en sus compañerismos con Santos de los Últimos Días en las zonas de combate. Sintieron la paz que prometió el presidente Hinckley.
El élder Carlson dijo:
“Estoy convencido de que muchos Santos de los Últimos Días se salvaron de un mal increíble debido a que se relacionaron con otros miembros”.
Fonseca agregó:
“El solo hecho de poder ir a la Iglesia siempre fue una gran bendición.
A veces, las reuniones de grupo solo duraban 30 minutos. Sin embargo, era suficiente tiempo para la Santa Cena y un breve mensaje de nuestro líder de grupo.
Siempre fue agradable estar con otros miembros”.
Fuente: Church News