María Magdalena es uno de los personajes más conocidos del Nuevo Testamento. Sin embargo, sorprendentemente, sabemos poco de ella. En todas menos en una de las doce veces que se menciona en los cuatro evangelios, se le nombra sola o es la primera de la lista de mujeres. La única excepción se encuentra en el relato de Juan sobre las mujeres que estuvieron junto a la cruz, en el que se enumera primero a la madre de Jesús (Juan 19: 25).
No obstante, en el evangelio de Juan, María Magdalena es la primera testigo de la resurrección y la única encargada de contarles a los demás la impresionante verdad.
La primacía de su nombre en estos relatos, la frecuencia de su mención y su papel en la mañana de la resurrección indican que fue una discípula prominente y respetada del primer siglo.
Sin embargo, desde las primeras interpretaciones sobre ella, se le han asignado papeles opuestos: por un lado, una pecadora arrepentida que sirvió silenciosamente; por el otro, la discípula para los discípulos.
El lugar de residencia de María Magdalena
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María Magdalena recibió su nombre por su relación con su ciudad natal en lugar de su relación con un padre o esposo. Era María de Magdalena, un indicador de que viajó y, por lo tanto, era conocida en otras áreas geográficas.
Magdalena es el nombre arameo de una impresionante ciudad del primer siglo de unos 1000 a 1500 habitantes, situada a unas cuatro millas al norte de Tiberíades, en la costa occidental del Mar de Galilea. Su nombre griego, Tricheae, significa “pescado salado”, que indica la fama de una industria exportadora de pescado salado que se ubicaba ahí.
El trabajo diario de María Magdalena
Debido a que no era inusual que las mujeres de la clase baja adquirieran uno de varios oficios, María Magdalena pudo ser una pescadora y estar involucrada en el comercio local, lo que le pudo haber dado acceso a los medios para atender a Jesús en sus viajes.
El Talmud de Babilonia presenta otra posibilidad con respecto al oficio de María. El nombre Magdalena podría interpretarse como peluquera.
Nada en las Escrituras revela algo sobre la familia de María Magdalena. Podría haber estado casada y, quizá, involucrada en el negocio familiar de pesca con su esposo. Asimismo, es posible que fuera viuda o soltera con habilidades para mantenerse a sí misma.
Claramente, los detalles de sus relaciones personales no fueron relevantes para los autores. Sin embargo, no existen evidencias de que estuviera relacionada con la familia de Jesús o la de alguno de sus apóstoles. Del mismo modo, en ninguna parte de las Escrituras se le llama pecadora.
Contexto histórico
En dos de los evangelios, se informa que María Magdalena fue poseída por demonios y que Jesús la sanó (Lucas 8: 2; Marcos 16: 9). Los incrédulos pueden haber adornado su condición previa para desacreditar su testimonio o su ejemplo, como lo hicieron con Jesús cuando lo acusaron de estar poseído por Belcebú, el príncipe de los demonios (Marcos 3: 22).
Solo Lucas y Marcos mencionan que María Magdalena fue poseída por “siete demonios” (Lucas 8:2; Marcos 16:9), un detalle que Lucas, que era médico, habría notado. Por lo general, los judíos no entendían qué causaba las enfermedades y, con frecuencia, consideraban que el diablo causaba las enfermedades graves.
Los primeros críticos cristianos relacionaron a María Magdalena y los siete demonios con los siete pecados capitales a pesar de que en ninguna otra parte del Nuevo Testamento cuando Jesús sanó a alguien poseído, como el hombre con una legión de espíritus malignos (Lucas 8: 26 – 39), las dos personas poseídas por demonios (Mateo 8: 28 – 34), y la hija de una mujer cananea (Mateo 15: 21 – 28), no consideró la posesión como resultado del pecado.
Otros indicaron que la fuerte sensibilidad espiritual de María Magdalena se desequilibró ante los desafíos de la vida, lo que la llevó a su “desposeimiento”.
Con frecuencia, el número siete en las Escrituras connota integridad, un periodo completo o totalidad. La enfermedad de María Magdalena que involucraba a siete demonios puede decir más sobre la magnitud del poder de Cristo para sanar que su anterior salud espiritual, emocional o moral.
Al anunciar la cura de María Magdalena, Lucas podría haber confirmado que a través del poder de Cristo, María se curó por completo, estaba sana o se liberó completamente de su enfermedad. En este sentido, es un prototipo de todos nosotros: La fuerza de un mundo caído la esclavizó, solo Cristo puede liberarnos.
Después de curarse, María Magdalena permaneció fiel a Jesús y libre de la enfermedad que previamente la asoló. Su papel en las escenas de “La Pasión” enfatiza su fe, servicio y liderazgo subsiguientes en lugar de cualquier preocupación en su vida anterior.
La aparición de María Magdalena en la historia del Nuevo Testamento
Testigo de la crucifixión
Los evangelios testifican unánimemente que María Magdalena estaba entre las mujeres de Galilea que siguieron a Jesús a Jerusalén y se convirtieron en testigos activos de su crucifixión. Los discípulos se dispersaron, las mujeres de Galilea resistieron como centinelas y testigos.
Los evangelios sinópticos representan a María lo suficientemente alejada de la cruz como para comunicar su censura de lo que estaba sucediendo, pero lo suficientemente cerca para demostrar su apoyo a Jesús (Mateo 27: 55–56; Marcos 15:40; Lucas 23:49).
En Juan, María Magdalena estaba con María, la madre del Salvador, cerca de la cruz (Juan 19:25). Su postura en ese evangelio refleja su compromiso ante la humillación relacionada con la muerte en una cruz.
Debido a que el tiempo no permitió el rocío habitual de especias y bálsamo perfumado en las tiras de tela que se utilizaban para envolver el cuerpo antes del entierro, la ceremonia oficial de entierro no podía ocurrir hasta después del Día de Reposo. María y las otras mujeres vieron dónde estaba el cuerpo y regresaron a casa para descansar por el Día de Reposo.
La primera en la tumba vacía
Los evangelios sinópticos, así como las tradiciones que preceden su escritura, coinciden en que María Magdalena y al menos otra mujer de Galilea fueron las primeras en descubrir la tumba vacía esa misma primera mañana de Pascua.
A pesar de que Juan identifica solo a María Magdalena en la escena (Juan 20: 1), en su relato para los apóstoles, declara, “no sabemos dónde le han puesto” (Juan 20: 2). Eso implica que al menos otra persona la acompañó a hacer el descubrimiento inicial, como lo relatan Mateo, Marcos y Lucas.
Algunos eruditos del Nuevo Testamento indican que Juan 20: 2 – 10 no formaba parte del texto original. Pero, se añadió más tarde para ajustarse más a los otros relatos. Al leer el versículo 11 después del versículo 1, el testimonio de Juan indica que el Cristo resucitado se le apareció a María cuando descubrió la tumba vacía y no a su regreso, después de que Pedro y otro discípulo verificaron que la tumba estaba vacía.
Preparada para ungir el cadáver de Jesús por quien todavía lloraba, María y quizá otras mujeres de Galilea estuvieron confundidas al ver la tumba vacía.
El mundo de la preresurrección podría explicar la ausencia del cuerpo solo por una teoría que involucra el robo de tumbas. Cuando los dos ángeles en la tumba les dijeron que Jesús no estaba ahí, sino que había resucitado y les tuvieron que contar a los apóstoles lo que se enteraron, María estaba ansiosa por obedecer.
El relato de Mateo es único en su informe sobre el Cristo resucitado que se les apareció a María Magdalena y a la otra María al regresar de darles la noticia a los discípulos. Las mujeres cayeron a sus pies y Él les dio el mandamiento de decirles a los otros discípulos que se reunieran con él en Galilea (Mateo 28: 9 – 10).
Los discípulos no le creyeron
María Magdalena pudo haber estado confundida, pero no dudó, incluso después de que los discípulos se negaron a creerle (Lucas 24: 10–11; Juan 20: 3–8). Según Juan, Pedro y otro discípulo corrieron a la tumba, vieron que la ropa de entierro estaba doblada, la ropa que cubría la cabeza estaba separada de las tiras de tela que vistieron el resto de su cuerpo.
La escena indica una salida tranquila y ordenada en lugar de un robo.
Si el Señor resucitado fue quien dobló la ropa de manera tan cuidadosa. Eso indica una reflexión solemne y reverente, incluso asombro, ante lo que acaba de ocurrir.
Después de que los dos apóstoles vieron por sí mismos que lo que dijo María era verdad, “creyeron”, o se convencieron, del testimonio de María y se fueron rápidamente otra vez, sin entender aún que “era necesario que él resucitase de entre los muertos” (Juan 20: 4 – 10).
Con María Magdalena sola en la tumba, Juan le indica al lector a seguir su búsqueda y revelación posterior.
Sin duda, otros discípulos podrían haber testificado de su experiencia paralela de ver al Cristo resucitado. Pero, se preserva el encuentro personal de María con el Cristo resucitado.
Según Juan, después de que todos se escaparon, María se quedó en la tumba vacía, aparentemente decidida a no irse hasta que supiera qué había sucedido con el cuerpo de Jesús. Siguió atenta, siempre leal.
La primera en ver al Cristo resucitado
María Magdalena no reconoció al Salvador cuando se le apareció primero y le dijo, llamándola por el término no específico “mujer” (Juan 20: 13). El término genérico podría invitar a cada uno de nosotros, ya sea hombre o mujer, a ponernos en su lugar para convertirnos en un posible testigo de la verdad.
Al principio, no reconoció a Jesús y supuso que Él era el jardinero. Quizá las lágrimas nublaron su vista, o quizá la apariencia física de Jesús cambió intencionalmente para evitar el reconocimiento.
Posiblemente, el Señor resucitado quiso que primero lo reconociera a través de sus ojos y oídos espirituales en lugar de sus ojos y oídos físicos.
De manera similar, los discípulos de camino a Emaús no pudieron reconocer al Cristo resucitado porque “sus ojos estaban velados” (Lucas 24: 16). Es importante resaltar que María tampoco comprendió la resurrección del Salvador cuando descubrió la tumba vacía ni cuando lo vio con sus ojos naturales.
Entonces, cuando el Señor dijo su nombre, “María”, sus ojos espirituales se abrieron (Juan 20: 16). De pronto, su encuentro con el Señor resucitado se volvió muy personal. En un ejemplo de lo que Jesús enseñó a modo de metáfora en Juan 10. María escuchó la voz del buen pastor cuando “a sus ovejas llama por nombre y las saca” (Juan 10: 3).
“No me toques”
De inmediato, después de reconocerlo, María Magdalena cayó a sus pies y lo llamó Raboni (Juan 20: 16). Si bien el término se traduce correctamente como “maestro”, con frecuencia se reserva para la deidad y, por lo tanto, era más honorable que “rabino”. Su uso del término implica que podía ver que Jesús había cambiado de alguna manera.
Coincidir con su reconocimiento parece que fue un intento instintivo de tocarlo. La respuesta del Señor, “no me toques”, está en presente imperativo (Juan 20: 17), lo que indica una acción continua representada con mayor precisión, “no sigas tocándome”.
El término se ha interpretado de diversas maneras para que signifique “deja de abrazarme”, “no te aferres a mí”, “no me abraces”, o para detener lo que estuviera haciendo.
En conjunto, estas explicaciones se combinaron para indicar que el Salvador le estaba pidiendo a María que no le impidiera hacer lo que debía. María pudo haber esperado que Jesús regresara para quedarse con sus seguidores para siempre y reanudara su vínculo. Por lo tanto, ansiosa de no perderlo otra vez, quiso aferrarse a él para mantenerlo ahí.
El Salvador no se podía quedar porque todavía no había ascendido a su Padre. Un evento final en su gran victoria, regresar a la presencia de Su Padre, quedaba por realizarse.
Sin embargo, más tarde ese día, invitaría a otros específicamente a tocarlo: “palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” (Lucas 24:39).
Entre líneas
Muchos han preguntado por qué María Magdalena recibió esta extraordinaria experiencia. Podríamos preguntar, ¿por qué, no? No necesitamos un llamamiento, un título o una relación únicos con el Salvador diferente a la de cualquier otro discípulo para recibir un testimonio espiritual. Necesitamos un corazón quebrantado, fe en Él y una oportunidad para que nos enseñe.
Si no fuera por otra razón, María Magdalena podría haber recibido esta bendición simplemente porque permaneció en un lugar tranquilo en lugar de salir corriendo a hablar con los demás.
Los líderes de la Iglesia han observado que tendríamos más experiencias espirituales si no habláramos demasiado al respecto. María Magdalena nos enseña a estar tranquilos y a aprender que Él es Dios (Véase Salmos 46:10; D. y C. 101: 16).
El hecho de que el Salvador escoja que las mujeres sean sus testigos no puede ser más que intencional. Sus palabras y acciones reforzaron una y otra vez su verdad de que las mujeres no eran de segunda clase, sino que eran dignas de las mismas bendiciones de Dios que podían recibir los hombres.
Según los cuatro escritores del Evangelio, las mujeres eran dignas de confianza.
Considerando que los Evangelios se escribieron en las décadas posteriores a la resurrección de Jesús, se puede decir que María Magdalena se convirtió en un miembro destacado y respetable de la comunidad cristiana, aunque no se le mencionó en los Hechos de los Apóstoles de Lucas o en ninguna de las epístolas de los apóstoles.
Esta es una traducción del artículo que fue publicado originalmente en ldsliving.com con el título “What We Know About Mary Magdalene”