¿Quién no ha sentido decepción alguna vez? ¿Quién no ha visto sus sueños frustrados porque algo inesperado sucedió? ¿Quién no ha cuestionado a Dios por las cosas “malas” que ocurren en su vida? Creo que a todos nos ha pasado esto en algún momento.
Cuando estaba en la escuela secundaria y el baile de graduación se aproximaba, me decidí a invitar a la joven que me gustaba a ir conmigo a dicho baile. Había imaginado cómo sería ese momento, estaba muy emocionado. Pero, cuando ya se lo iba a decir, otro joven la invitó al baile y ella aceptó.
Me sentí muy decepcionado y triste porque me había preparado para ese momento y de pronto vi mi sueño frustrado. Pensé, “¿acaso soy de poco valor?” “¿Por qué Dios pudo permitir que esto pasara?” Esta situación me parecía muy injusta, estaba muy enojado. La amarga decepción actuó como una barrera para el consuelo celestial.
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Esos sentimientos no duraron para siempre. A través de la oración pude perdonar y olvidar e invité a otra joven al baile y nos divertimos mucho. De hecho, no me sentí agradecido por esa experiencia decepcionante en ese tiempo. Pero, al recordarlo, me siento feliz de haber aprendido esas lecciones mientras era joven.
Sentimos decepción cuando no cumplimos nuestros deseos y sueños, cuando no obtenemos lo que creemos que merecemos. Es algo natural, ¡no está mal sentir decepción! Este sentimiento demuestra que algo en verdad nos importaba.
Y, ¿qué pasa cuando nos azota una pandemia, tenemos que cancelar nuestros planes y quedarnos en casa sin nada que podamos hacer al respecto? ¡También nos sentimos decepcionados!
¿Qué pasaría si cambiáramos un poco nuestra perspectiva? ¿Qué pasaría si eligiéramos confiar en Él que en Su sabiduría “todo lo sabe” (2 Nefi 2:24)?
Dios permite que nos decepcionemos para aprender y confiemos en Él.
Cuando me siento decepcionado, pienso en los Santos justos que vivieron antes que nosotros.
Imagino la decepción en el rostro de Moisés cuando vio a su pueblo reducido a la idolatría. Pienso en la decepción que Lehi sentía a diario cuando intentaba en vano enseñar a Lamán y Lemuel los caminos de la rectitud. Imagino la gran decepción que José Smith y sus asociados experimentaron en la prisión durante 5 meses mientras sus familias fueron azotadas y expulsadas.
¡Qué amarga decepción! Pero, ¿cómo reaccionaron? Siguieron teniendo fe en Dios. Su voluntad era la voluntad de Dios. Eligieron no detenerse en cómo podrían haber sido las cosas, sino que enfocaron su energía en lo que estaba sucediendo y cómo podrían soportarlo. Vieron las promesas a lo lejos (Hebreos 11: 13), no las recibieron en ese entonces, pero sabían que llegarían en algún momento.
¿Por qué no hacemos frente a las pruebas como ellos?
Sí, la pandemia aún sigue azotando la Tierra y no sabemos cuándo terminará. Pero, en lugar de hundirnos en la decepción, ¿por qué no tomamos este tiempo para reenfocar nuestras vidas en lo que importa, construir una relación más fuerte con Dios y nuestra familia, y nos preparamos para lo que vendrá después?
En lugar de centrarnos en cuán difíciles son las cosas ahora, ¿por qué no nos centramos en que Dios tiene un propósito para todo?
“Por lo tanto, Él os concede esta promesa, con un convenio inmutable de que serán cumplidas; y todas las cosas con que habéis sido afligidos obrarán juntamente para vuestro bien y para la gloria de mi nombre, dice el Señor”. (DyC 98: 3)
Las cosas aparentemente malas que suceden en nuestras vidas, finalmente obrarán de alguna manera para nuestro bien. Sé que esto es verdad porque lo experimenté en la misión y no puedo expresar el inmenso efecto que tuvo en mi vida.
También sé que es verdad cuando veo a nuestros líderes hablar sobre la oposición y sus pruebas con una sonrisa en su rostro. ¿Cómo? Confían en el poder de Dios para convertir sus tiempos difíciles en lecciones invaluables y progreso, que de otro modo no podrían haberlos alcanzado.
“‘Hijo’, dijo, ‘no puedes, en tu estado actual, entender la eternidad… Eso es lo que los mortales no entienden’. Dicen del sufrimiento temporal: ‘Ninguna felicidad futura puede compensar esto’, sin saber que el Cielo, una vez alcanzado, transformará incluso esa agonía en gloria”. – C.S. Lewis, “Great Divorce”.
Si creemos en esto, sabremos que si reaccionamos a la decepción con rectitud, llegará un momento en que olvidaremos toda desilusión y recordaremos solo el progreso y el gozo.
Puede que ese momento no sea aquí y ahora. Pero, pronto, si perseveramos, ese día llegará. ¡Confía en Aquel que todo lo sabe! Y recuerda:
“Tú conoces la grandeza de Dios; y Él consagrará tus aflicciones para tu provecho”. (2 Nefi 2: 2)
Fuente: LDS Blogs