Cómo el último recuerdo de una mujer que estaba a punto de morir puede cambiar nuestra comprensión del amor de Cristo

El siguiente es un extracto del libro del Élder John H. Groberg, “Fire of Faith”,  que detalla sus experiencias junto a su familia mientras servía como presidente de misión en Tonga.

Con mucha frecuencia, Jean asistía a las conferencias de distrito conmigo. Una vez tuvimos una conferencia que nos hizo visitar muchas ramas. Gayle solo tenía unos meses de edad, así que la llevamos con nosotros. El presidente del distrito le pidió a Asinate, una hermana de unos 70 años, que viajara con nosotros y nos ayudara a cuidar a Gayle.

Durante nuestra estadía, Asinate se apegó mucho a Gayle, tanto que cuando estábamos listos para regresar no quería dejarla. Había sido su guardiana y protectora del sol, el viento y la lluvia. Se había dedicado mucho al cuidado de Gayle y se había creado un vínculo muy estrecho entre ellas.

Asinate preguntó si podía quedarse con ella y criarla. Pero, no estábamos listos para dejar a nuestros hijos al cuidado de otras personas, aunque esa costumbre todavía se practicara en Tonga. Le explicamos que si bien apreciábamos su ayuda y sus deseos, llevaríamos a Gayle con nosotros. Asinate estaba decepcionada, pero entendió nuestra posición.

Quería sellar el sentimiento que tenía por Gayle de una manera especial, por lo que insistió en darle un antiguo nombre real de Tonga. Con cariño y profunda emoción, Asinate le puso el nombre “Lavania Veiongo” y siempre la llamó así.

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Con el transcurso de los años, hubo varias ocasiones en las que los caminos de Asinate y Gayle se cruzaron. Cada cruce estuvo lleno de felicidad y ayuda, pero mencionaré solo el último.

Aproximadamente 25 años después de esta primera visita, Jean y yo tuvimos otra oportunidad de estar en la misma área. Naturalmente, preguntamos sobre Asinate. Nos dijeron que ella todavía estaba viva, pero que ahora tenía más de 100 años y que debido a que estaba enferma, había estado postrada en cama durante varios años. Su familia dijo que podíamos visitarla si queríamos, pero nos recalcó que no reconocía a nadie y que no podía hablar.

Nos dirigimos a la casa de Asinate, hablamos con ella, pero no se movió ni respondió de ninguna manera. Su sobrina nieta, que ya tenía 60 años, le dijo quién había venido a verla, pero aun así no hubo respuesta ni reconocimiento.

Hablamos con ella un poco más, tomamos su mano e intentamos transmitir nuestro amor, pero todo pareció en vano. Finalmente nos pareció mejor irnos.

Agradecimos a la familia por su ayuda y su amor por esta gran mujer. Nos preguntaron si ofreceríamos una oración y le dejaríamos una bendición a Asinate, a ellos y a su hogar antes de que nos fuéramos, lo cual aceptamos con felicidad.

Durante la oración, se me ocurrió una idea. Cuando terminé, regresé al lado de la cama de Asinate, tomé su mano y le susurré al oído: “Asinate, él es el Élder Groberg. Te traigo el amor de tu pequeña hija Lavania Veiongo”.

Movió ligeramente sus labios, “¿Lavania? ¿Lavania Veiongo? Gracias por traer su amor”. Abrió los ojos, no sé si pudo ver, pero parecía estudiar mi rostro. Luego, Asinate puso su otra mano sobre la mía, levantó un poco la cabeza y repitió las palabras:

“Lavania Veiongo, ¿Cómo está ella?”

“Ella está bien”.

“Quiero mucho a Lavania Veiongo. Ella es una buena chica”.

Para entonces, todos en la casa se habían reunido asombrados. Esto fue lo más que Asinate había dicho o hecho en meses, mejor dicho, años. Su cabeza regresó a su almohada, sus ojos se cerraron y comenzó a soltar mi mano.

Sentí un pequeño apretón más mientras respiraba suavemente, “Gracias por traer el mensaje de amor de Lavania Veiongo. Dile que la quiero”. Después, me soltó la mano y no habló más, solo respiraba con dificultad.

Todos teníamos lágrimas en los ojos y sabíamos que algo muy especial había sucedido. Cuando solté suavemente su mano y miré su rostro, entendí muchas cosas.

Sentí que Asinate estaba reviviendo los momentos que pasó con Lavania Veiongo por tierra y mar, protegiéndola del sol, el viento y la lluvia.

Recordé claramente que los actos de amor y servicio nunca se pierden y siempre están cerca de la superficie de las cosas que son de gran valor.

Imaginé que el espíritu de Asinate había estado aquí y allá. Pero, cuando pronuncié las palabras “Lavania Veiongo”, sucedió algo que trascendió el cuerpo, la mente, el espíritu, los labios, los sonidos, los sentimientos y unió todo de una manera que solo podía suceder bajo los auspicios de la mayor de todas las cualidades del universo: el amor verdadero y desinteresado. De alguna manera, ese amor venció todo lo inferior y le permitió mostrar su reconocimiento y su amor.

Comprendí que cuando realmente amamos a alguien por completo, cuando deseamos con todo nuestro corazón ayudar, servir y bendecir a otra persona sin pensar en nuestro bien; Incluso, en el momento en el que es necesario dar nuestra propia vida, algo está codificado en nuestro ser, que es imposible de borrar y que da propósito a nuestra vida, que se eleva por encima de todas las cosas terrenales.

El amor desinteresado nos da el poder y la capacidad de comprender y hacer cosas que de otro modo no podríamos entender o hacer.

A medida que estos pensamientos llenaron mi alma, la figura central del Salvador —la esencia del amor— y supe que había un poder más profundo en Su amor desinteresado o caridad por todos nosotros como se demostró mediante Su sacrificio expiatorio, que venció la muerte física y espiritual.

Por un momento, fue como si caminara con Jesús cuando visitó a Marta y María en el momento de la muerte de Lázaro. Las escrituras explican que justo antes de ir al sepulcro “Jesús lloró” y los judíos dijeron: “Mirad cómo le amaba” (Juan 11: 35-36 ).

Un día con Jesús

Fue el amor y la gratitud que sintió por su padre y el amor que sintió por Lázaro, Marta y María no solo un preludio sino, posiblemente, un requisito para esa gran demostración de poder sobre la muerte, cuando clamó a gran voz: “¡Lázaro, ven afuera!”

¿Fue su amor consumado el que triunfó en ese momento? ¿El amor es vida? ¿La falta de amor es muerte? ¿La plenitud del amor es vida eterna? Cuando estamos llenos de amor, estamos llenos de vida. Entonces, la muerte – física o espiritual – no tiene poder sobre nosotros.

Me pregunté si el amor que Jesús tenía por su Padre y toda la humanidad, que llenaba su propio ser, le dio el poder para superar esas terribles pruebas y hacer lo que de otro modo no hubiera podido hacer.

Él conoce el poder del amor. No es de extrañar que nos dé el mandamiento de amar a Dios y a nuestros prójimos. Él nos ama y sabe cuánto poder y alegría podemos obtener al amarnos unos a otros.

La escritura “Dios es amor” vino a mí y supe que era verdad. Sabía que, como una persona perfecta, Dios está lleno de amor, por eso es amor.

La Iglesia de Jesucristo

A medida que comprendamos mejor estos principios, automáticamente querremos tener más amor y compasión por los demás.

Pensé en cuán maravilloso es que Él nos permita participar con Él en este gran don del amor y lo poco que aprovechamos esa oportunidad que nos da la vida.

Sabía que Asinate lo había hecho y oré para que yo pudiera amar mejor que en el pasado…

Poco después de regresar a casa de ese viaje, recibimos la noticia de que Asinate había fallecido mientras dormía. Sus últimas palabras fueron: “Lavania Veiongo”.

Esta es una traducción del extracto del libro “Fire of Faith” de John H. Groberg que fue compartido en ldsliving.com con el título “How a Final Memory of a Woman Near Death Can Transform Our Understanding of Christlike Love”.

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