Quizá, sientas que tus oraciones no están siendo contestadas o ni siquiera escuchadas. Tal vez, sientas que te has alejado de la capacidad del Padre Celestial para perdonar. Probablemente, sea difícil confiar en que la Expiación de Jesucristo funciona realmente en tu vida. Quizá, estas lleno de temor, luchando por mantenerte en la cima de la adversidad. Quizá, has sido traicionado de la manera más profunda por alguien que debería haberte atesorado. O, puede ser que sencillamente estés intentando ser paciente, esperando las bendiciones prometidas y comenzando a perder la fe en que llegarán.
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Cuando los desafíos que enfrentas te afectan, tropiezas inevitablemente con ese velo del olvido que te impide recordar tu existencia premortal. En esos momentos es fácil sentirse triste. Solo. Olvidado. No amado.
Esos sentimientos son reales. Pero, no son la realidad.
Sentirse solo es parte de la mortalidad
Vives en un mundo accidentado y caído. Está bien porque es parte del gran plan diseñado y establecido para darte la mayor posibilidad para la exaltación. Así es exactamente como se supone que sea.
Sin embargo, también significa que tú, como todos los demás en este mundo, tienes días en que te sientes abatido y caído. Desmotivado. Angustiado. Incluso, no amado. Metido en medio de días que parecen llenos hasta rebosar de alegría, son días que en que sientes que nada de lo que haces importa, que todos tus esfuerzos son en vano, que no importa cuánto amor les des a los demás, no eres amado lo suficiente.
¡Pero lo eres!
Independientemente de lo que suceda a tu alrededor en este mundo caído y accidentado, sin importar el comportamiento de los que te rodean, sé que eres amado con un amor tan completo, universal y eterno que se encuentra totalmente más allá de tu capacidad mortal de comprender. Además, ese amor proviene del más grande de todos, el “creador de todas las estrellas” que “preferiría morir por ti que vivir sin ti.” (Max Lucado, Traveling Light. Nashville, TN: Thomas Nelson Inc./HarperCollins, 2009)
La mortalidad es un lugar peligroso en el que podemos estar. Fuiste enviado por un Dios que prometió cuidarte, protegerte e instruirte a medida que experimentaras aquello que se supone que te guíe de regreso a casa. Estás cubierto por la expiación infinita del Salvador que ha pagado el precio de todo error que puedas cometer. Juntos, tu Padre Celestial y tu Salvador desean “verte por espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12), para dar un vistazo a través el velo del olvido y observar, aunque sea por un instante, que criatura tan magnífica eres. Te elevan e inspiran desde lejos y te aman con cada fibra de su ser.
No eres menos
Quizá aquí se encuentre la parte más magnífica del amor celestial, nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador la derraman sobre cada uno de nosotros por igual, sin distinción por nada de lo que hayamos hecho por nuestra propia voluntad. Simplemente, por ser un hijo de Dios, aquel por quien el Salvador derramó Su preciosa sangre, cada uno de nosotros es amado completa e igualmente sin restricciones. Cada uno de nosotros es hijo del Padre Celestial y Él está profundamente interesado y totalmente comprometido con cada uno de nosotros. Ninguno de nosotros es menos, nunca más. Ninguno de nosotros puede ir más allá del límite de un amor que cubre por completo toda alma creada en innumerables mundos. Solo por existir, mereces ese amor. Es tuyo, pase lo que pase. Nunca permitas que esta verdad sin restricciones se deslice siquiera una pulgada de tu mente: Dios siempre te amará más completa y profundamente que cualquier persona, sin importar quién seas o hagas.
Vivimos en un mundo afectado por tendencias y preocupaciones temporales con un sentido de competencia interminable: si alguien lo hace muy bien, eso debe significar que soy menos. Menos inteligente. Menos capaz. Menos valioso. Y, todo se convierte en una competencia de comparación triste y distorsionada en la que uno trata de alcanzar lo que parece ser un equilibrio. Sin embargo, en el cálculo divino de nuestro Padre Celestial, no existe menos. Ante sus ojos, todos tenemos el mismo valor.
El Élder Holland lo explicó de esta manera:
Testifico que Él ama a cada uno de nosotros: a cada cual con sus inseguridades, afanes, imagen de sí mismo y todo. Él no mide nuestros talentos ni nuestro aspecto; Él no mide nuestra profesión ni nuestras posesiones. Él aclama a cada corredor y hace saber que la carrera es en contra del pecado y no de unos contra otros. (Jeffrey R. Holland, “The Other Prodigal,” Ensign, mayo de 2002).
Él se centra en aquello que realmente importa, no en aquello que nos aflige tan fácilmente que nos atemorizamos de estar de este lado del velo.
No importa cuán difíciles sean tus pruebas, Su amor siempre está ahí
Cuando nos encontramos envueltos por las dificultades y las pruebas solo para llegar a la siguiente esquina y estamos llenos de dudas sobre nuestra capacidad para hacerlo todo, existe algo de lo que nunca debemos dudar, el amor que nuestro Padre Celestial siente por nosotros. Debido a que Él “no nos promete una vida fácil sino que Él promete amarnos y nunca abandonarnos, sin importar qué suceda.” Y algo de lo que siempre podemos estar seguros: nuestro Dios nunca rompe sus promesas.
A medida que sufras la adversidad, definitivamente no estarás solo. El Élder Jeffrey R. Holland dijo, “A veces, mientras más lo intentes, más difícil será, anímate. Así ha sido con las mejores personas que han vivido.” (Jeffrey R. Holland, “The Inconvenient Messiah,” Brigham Young University Speeches, 02 de febrero de 1982).
El Élder Holland también escribió,
Las pruebas en la vida están diseñadas para nuestros mejores intereses y todos enfrentaremos las cargas más adecuadas para nuestra propia experiencia mortal. Al final, nos daremos cuenta de que Dios es tan misericordioso así como justo y que todas las reglas son rectas. Podremos estar seguros de que nuestros desafíos serán lo que necesitamos y conquistarlos nos traerá bendiciones que no podríamos haber recibido de ninguna otra manera. (Jeffrey R. Holland, Created for Greater Things. Salt Lake City: Deseret Book, 2011).
Entonces, en donde sea que te encuentres, cual sea tu circunstancia, debes saber que estás seguro y protegido en Su magnífico amor. Nunca te rindas, no importa cuán mal se pongan las cosas. Nunca olvides que Él está ahí, más allá del velo, esperando que tengas éxito y regreses a casa. Nunca lo olvides, porque puedes estar seguro de que Él nunca te olvidará.
Artículo originalmente escrito por Kathryn Jenkins Gordon y publicado por ldsliving.com con el título “3 Things to Remember When God’s Love Feels Far Away.”