Mientras atravesaba los desafíos de la vida terrenal, le pregunté desesperadamente al Señor: “¿Dónde estás?”
A menudo, de manera invisible, Él está a nuestro lado y podemos sentir Su presencia en medio de nuestras aflicciones por medios inimaginables. Por ejemplo, a través de los sentimientos que tenemos, Sus palabras, las Escrituras y Sus creaciones.
El dolor y la angustia que sentimos cuando atravesamos por nuestro propio Getsemaní, el dolor físico o emocional, el desaliento, las aflicciones, los desafíos, las pruebas en nuestra vida terrenal, pasan cuando acudimos a Él con paciencia, según la voluntad del Señor (Mosíah 24:15).
La fuente de sanación
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El Salvador, nuestro hermano, amigo y protector, dijo en Doctrina y Convenios 88:63:
“Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros”.
¡Qué maravilloso es saber que tenemos refugio en medio de la tormenta! Él nos promete seguridad en Sus brazos de misericordia si nos acercamos a Él.
Con frecuencia, caemos en la tentación de juzgar nuestras heridas al compararlas con las de los demás. Sin embargo, nuestro dolor es nuestro, independientemente de qué causó la herida.
Cada herida duele, ya sea física o emocional. No debemos comparar nuestros dolores, dando más crédito a los más graves, más intensos, con los dolores que atraviesan otras personas.
Todos somos susceptibles a las heridas que duelen y lo único que tenemos en común es la misma fuente de sanación.
Él comprende tu dolor
Las personas que no conocen esta fuente de sanación o no confían en que tiene la capacidad para sanar, terminan desesperadas por no poder descansar de sus aflicciones.
Cristo vive, es nuestro Salvador, Él atravesó por todos los dolores que podemos llegar a sentir en nuestra vida terrenal, confiemos en Él.
Confiar en las lágrimas de Cristo, que ya se han derramado, es la clave para descansar de los dolores de nuestra vida mortal. La expiación del Señor es la clave.
Cuando te duela el corazón, cuando las lágrimas sigan corriendo por tu rostro, cuando te sientas destrozado, cuando los pensamientos pesimistas invadan tu mente, debes recordar: el Salvador tiene el poder de curarlo todo. Él tiene Sus lágrimas listas para sanarnos.
Cristo nos hizo una promesa
Él nos prometió sanación:
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27).
“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.” (Mateo 11: 28-29).
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).
Cuando Amulón persiguió al pueblo de Alma, en el Libro de Mormón, al pueblo se le prohibió orar y si desobedecían, los matarían.
El pueblo no alzó su voz, pero la historia cuenta que el Señor “(…) conocía sus pensamientos”. Les dijo que aliviaría sus cargas para que no las sintieran porque Él los visitaría en sus aflicciones.
Cristo nos acompaña de formas inimaginables
Las formas invisibles del Señor, se vuelven claras cuando lo buscamos en nuestros pensamientos y sentimos Su alivio.
Cuando le pregunté, en mi desesperación, “¿Dónde estás?”, traté de sentir Su Espíritu. Pronto vi frente a mí, en mi jardín, una curiosa plantita llamada popularmente “Lágrimas de Cristo” (Clerodendrum thomsoniae).
Era una planta con flores blancas en su exterior y flores rojas en su interior.
Fui testigo de cómo Él se muestra de formas increíbles, incluso a través de sus creaciones.
Cuando cultivé esta hermosa planta, no sabía el verdadero significado de su nombre. Sin embargo, hoy sé que simbólicamente, las lágrimas del Salvador estaban junto a las mías.
Recibí Su paz y consuelo en respuesta a mi pregunta:
– “¿Dónde estás?”
– “Estoy aquí”.
El amor del Salvador nunca cambia. Él siempre está ahí para todos nosotros cuando estamos tristes o felices, desanimados o esperanzados. Su amor estará allí si lo buscamos, ya sea que sintamos que lo merecemos o no.
Nunca dudes de su amor
No podemos dudar y mucho menos endurecer nuestros corazones.
Orar, ayunar, leer las Escrituras, tomar la Santa Cena todas las semanas son prácticas que cambian nuestra vida como lágrimas que bañan nuestra alma en consuelo ante los desafíos de la vida terrenal.
Pedro dijo:
“Amados, no os asombréis del fuego de prueba que os ha sobrevenido para poneros a prueba, como si alguna cosa extraña os aconteciese, antes bien, gozaos en que sois participantes de las aflicciones de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría” (1 Pedro 4: 12-13).
La fe y la confianza que tengamos en Él nos ayudará a encontrarlo dondequiera que lo busquemos, con Sus lágrimas junto a las nuestras para sanarnos.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Taís A. Magno y fue publicado en Mais Fe con el título “As lágrimas de Cristo estão prontas para nos curar”.