Esta experiencia fue escrita por Ely Ribeiro
Hace algunos años, trabajaba en un hospital en otra parte de la ciudad y tenía que entrar a las 7 de la mañana. Eso significaba que tenía que salir a las 4 de la mañana de mi casa todos los días para llegar a tiempo.
Un día, me desperté tarde, pero pensé que si me apresuraba, todavía podría tomar el autobús y, finalmente, llegar a tiempo.
Me arreglé rápidamente y corrí hacia la parada del autobús, sin embargo, descubrí que había perdido mi última oportunidad de llegar a tiempo.
Me quedé pensando en cómo minimizaría mi retraso, ya que era responsable de una de las llaves que abrían la clínica.
Mi tardanza haría que los empleados tuvieran que esperar a que llegara para que recién pudieran ir a sus puestos de trabajo y que hubiera una gran fila de pacientes esperando ser atendidos.
Pensando en todos los problemas que causaría, recordé que podría hacer un último intento y tomar otro autobús pero esta vez en la carretera.
Paralizada
Tan pronto como tuve esa idea, tuve un sentimiento muy malo.
A esa hora, la carretera era un lugar aislado y desierto, y la parada del autobús estaba rodeada de edificios abandonados y un gran campo de eucaliptos.
Sentí un apretón en el pecho a medida que me acercaba. Cuanto más me acercaba a la carretera, esa horrible sensación empeoraba. Era un miedo tan abrumador que me paralizó.
Literalmente, no podía moverme. Mis piernas no avanzaban.
Aunque estaba paralizada, algo dentro de mí no quería retrasarse más y quería llegar a la carretera, pero al mismo tiempo quería una razón para no tener que seguir caminando y regresar a casa.
En aquel momento, escuché una voz que me decía que mirara dentro de mi bolso.
Con mucho esfuerzo, logré abrirlo y descubrí que mi tarjeta de transporte público no estaba allí. No servía de nada que fuera a la parada del autobús si no tenía la tarjeta.
Fue solo cuando decidí regresar a casa que pude moverme de nuevo.
Aceptando mi retraso, busqué la tarjeta en casa y tomé el autobús de siempre. Llegué tarde, pero curiosamente, la otra empleada que tenía la llave decidió llegar temprano ese día y abrió el edificio para todos.
Trabajé todo el día sin entender aquella extraña experiencia durante la madrugada.
Protegida
Cuando regresé a casa por la noche, tomé el mismo autobús que debí haber tomado en la madrugada, el que me dejaría en la carretera.
Cuando le hice señas para bajar del autobús, una joven asustada comentó que un hombre había atacado a una mujer en ese mismo lugar durante la madrugada, exactamente entre las 4 y las 5 de la mañana.
No pude reaccionar.
Como no tenía otra opción, bajé del autobús en ese mismo lugar y, para mi horror, vi las evidencias del ataque en la acera.
En ese momento, entendí rápidamente que el Señor me había protegido ese día y que los ángeles estaban a mi alrededor. También entendí que Él me conocía personalmente.
Él sabía que, incluso con miedo, haría todo lo posible para llegar a tiempo, por lo que me paralizó para que no continuara con mi objetivo.
La voz del Espíritu Santo
Comprendí que el Señor sabe exactamente cómo comunicarse con nosotros y cuál es la mejor manera para que comprendamos Sus palabras. Necesitaba escuchar esa voz y necesitaba una razón para regresar a casa.
Todo esto me hizo pensar que no debemos resistirnos cuando el Espíritu Santo nos habla. Como enseñó el élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles:
“El Espíritu del Señor será nuestra guía y nos bendecirá con dirección, instrucción y protección espiritual a lo largo de nuestro trayecto terrenal… Que cada uno de nosotros viva para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros, y de ese modo ser merecedores de las bendiciones tanto de dirección como de instrucción y protección que son esenciales en estos últimos días”.
Fuente: MaisFe
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