Si tuviera que escoger los momentos más felices de mi vida, sin duda mencionaría la etapa misional como una de ellas. Servir como misionero de la Iglesia de Jesucristo me ayudó a cultivar un amor cristiano y las experiencias que viví en esos dos años fueron sencillamente indescriptibles.

Sin embargo, no todo fue felicidad. Durante mi misión no recibí mayor comunicación que con mi familia directa. Cada semana abría mi correo con el deseo de recibir algún contacto de mis amigos y seres queridos, pero eso nunca pasó.

Eso me entristecía y, si soy honesto, incluso me hacía sentir olvidado. Sin embargo, ahora que veo hacia atrás, recuerdo esos momentos con gratitud porque me dejaron lecciones que no podría haber aprendido de ningún otro modo. ¿Cuáles fueron esas lecciones?

Depender del Señor en vez de una carta

No juzgar a quienes no van a la mision
Al no recibir cartas, desarrollé el valor de depender solo del consuelo que el Señor puede ofrecer.

Cada vez que me sentía desanimado, siempre encontraba fuerzas en las palabras de aliento de mi familia y amigos. Pero al no recibir ninguna carta de ellos durante mi misión, desarrollé el valor de depender solo del consuelo que el Señor puede ofrecer.

Mientras aprendía esa lección, encontré fuerzas en la enseñanza del rey Salomón:

“Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”.

En vez de esperar cartas para recibir ánimo, me dediqué a orar con fe, confiar en el Señor y servirlo con todas mis fuerzas. Al hacerlo, poco a poco sentí Su presencia y eso sanó el vacío de mi corazón aunque el buzón de mi correo seguía vacío.

Un simple gesto puede cambiarlo todo

Cada vez que un miembro nos saludaba sonriendo por la calle, sentía el amor de Dios. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Cuando nadie me escribía, aprendí a valorar hasta los gestos de amor más pequeños. Cada vez que un miembro nos saludaba sonriendo por la calle o las personas nos recibían con ánimo en sus casas, sentía el amor de Dios que consolaba mi corazón y me afirmaba que no era invisible.

Eso me enseñó que no es necesario hacer grandes cosas para compartir el amor de Dios. O, en otras palabras:

“Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas… El Señor Dios se vale de medios para realizar sus grandes y eternos designios”. (Alma 37:6-7)

A través de esa dura experiencia misional, aprendí que no era necesario hablar con amigos o seres queridos para sentirme amado. Siempre me sentí amado a través de los pequeños y simples gestos.

Esa enseñanza transformó no solo mi actuar como misionero, sino también la manera en la que decidí vivir durante y luego de la misión porque:

“En cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. (Mateo 25:40)

No se trata de recibir sino de dar

El propósito de mi servicio misional se encontraba al dar de mí sin esperar nada a cambio. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

Creo que una de las mayores ideas erróneas que tuve al ir a la misión fue pensar que al alejarme de mis seres queridos, recibiría varias cartas y correos constantemente. ¿Tú también pensaste lo mismo?

Pero con el tiempo aprendí que había sido llamado no a responder correos, sino a dar de mí a los demás. ¡Ese era el propósito de mi misión! Cuando aprendí eso, me enfoqué en servir, enseñar y consolar a todos con el mensaje del evangelio de Jesucristo. ¡Solo al dar, recibí amor!

El presidente Dallin H. Oaks declaró:

“Nuestro Salvador nos enseña a seguirlo al hacer los sacrificios necesarios para perder nuestra vida en el servicio desinteresado a los demás”.

En vez de dejar que la soledad me aleje de mi fe, decidí aferrarme a esas lecciones y desde ese entonces, jamás me sentí solo

Si estás en la misión y nadie te escribe, incluso tu propia familia, recuerda que Dios sí te ve, sí te escucha y sí te ama. Tu valor como misionero no depende de los correos, sino de tu esfuerzo diario por servir.

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