La membresía de la Iglesia en Sudamérica aumentó exponencialmente desde que el abuelo del élder Ballard, Melvin J. Ballard, dedicó el continente a la predicación del evangelio en 1925.
Un año después, cuando el élder Melvin J. Ballard se estaba preparando para regresar a Utah, pronunció esta profecía:
“La obra del Señor crecerá lentamente durante cierto tiempo en este lugar, así como un roble se forma lentamente a partir de una bellota.
No crecerá en un día como sucede con los girasoles que crecen rápidamente y, luego, mueren.
Sin embargo, miles se unirán a la Iglesia aquí.
Este territorio se dividirá en más de una misión y será uno de los más fuertes de la Iglesia”.
Sesenta años después, con un nuevo élder Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, hubo:
“30 misiones con 5,140 misioneros de tiempo completo, de los cuales aproximadamente el 60% eran nativos de Sudamérica.
186 estacas cubrieron la tierra, con 2,148 barrios y ramas en el territorio.
Además, había aproximadamente 776,000 miembros de la Iglesia”.
Un mes después de haber sido llamado al Cuórum de los Doce, el élder Ballard fue enviado a Bolivia.
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Se le asignó centrarse en la ministración con mucho amor e interés por los Santos de América del Sur.
“Cada viaje a Sudamérica es una experiencia emotiva para mí.
Es difícil expresar lo que siento al ver los maravillosos resultados de la obra que el élder Melvin J. Ballard ayudó a comenzar.
Esto me hace sentir más cerca de mi abuelo y más cerca de la maravillosa gente de Sudamérica”, dijo el élder Ballard.
En su primer viaje a Bolivia como apóstol, se invitó al élder Ballard a una conferencia regional en La Paz.
Antes de que comenzara la conferencia, el élder Ballard y los otros líderes de la Iglesia que viajaron con él saludaron a un hombre.
Les llamó la atención que la camisa de este hombre fuera de un color del pecho hacia arriba y del pecho hacia abajo.
Con la ayuda de un intérprete, el élder Ballard se enteró de que el hombre y sus compañeros venían del Altiplano.
Caminaron seis horas antes de subirse a un camión durante dos horas.
Durante este viaje agotador, el hombre cruzó dos ríos y el agua le llegó al pecho. Por eso, su camisa tenía dos colores.
Cuando el élder Ballard preguntó si el hombre había comido, respondió que no. Luego, cuando se le preguntó si tenía dinero, respondió que no.
Posteriormente, el hombre explicó la razón por la que había ido a la conferencia:
“Hermano Ballard, usted es un apóstol del Señor Jesucristo. Mis compañeros y yo caminaríamos durante semanas, si fuera necesario, para escuchar de uno de Sus apóstoles lo que el Señor desea que hagamos”.
El élder Ballard se sintió conmovido por la fe de este hombre.
Los líderes vieron que el hombre y sus compañeros recibieron comida, refugio y fondos para su viaje de regreso a casa.
Mientras el grupo viajaba y realizaba reuniones en Bolivia, se enteraron de que las aguas del lago Titicaca, el lago más grande de América del Sur, se había elevado a un gran nivel.
Las casas de muchas personas que vivían cerca de este lago, que se extiende a ambos lados de la frontera entre Bolivia y Perú, se inundaron. Entre los afectados, se encontraban varios miembros de la Iglesia.
“Fuimos a ese país para reunirnos con esas personas, intentar animarlas, tratar de bendecir sus vidas y hacerles saber que nos importaban.
Nos paramos en un pequeño pedazo de tierra seca y observamos el daño causado por la subida de las aguas”, informó el élder Ballard.
Al poco tiempo, los otros miembros del grupo de viaje regresaron a los vehículos en los que estuvieron viajando. Estaban ansiosos por asistir a las reuniones programadas.
No obstante, el élder Ballard se demoró en ese pedazo de tierra seca mientras examinaba la situación y reflexionaba sobre las posibles respuestas.
Mientras estaba allí solo, dijo:
“Tuve una impresión tan poderosa como cualquier otra en mi vida: ‘Eres un apóstol; bendice esta tierra’”.
Pidió a los que viajaban con él que se reunieran a su lado en el pedazo de tierra seca.
“No sé lo que el Señor tiene en mente, pero sé que debo pronunciar una bendición sobre la tierra.
Nos unimos en oración, en el nombre del Señor Jesucristo y, poco a poco, mediante el santo apostolado con el que se me había investido durante menos de un mes, el poder de Dios, el poder del Espíritu Santo, habló a través de mí.
Ordené al lago que retrocediera para que la tierra pudiera ser reclamada para el pueblo”, les dijo.
Al concluir la oración, muchos ojos se llenaron de lágrimas, incluidos los del élder Ballard.
Sin embargo, después de que la gente regresó a los autos y reanudó su viaje, dijo que comenzó a sentir dudas y se preguntó con incredulidad: “¿Qué he hecho?”
“Cuando regresé a mi habitación esa noche, pasé una gran parte de la noche de rodillas suplicándole al Señor que de alguna manera honrara esa oración”, dijo el élder Ballard.
En dos semanas recibió informes de Bolivia y Perú que indicaban que el nivel del agua del lago Titicaca había descendido milagrosamente tres metros y que la gente estaba regresando a sus hogares y cultivando sus tierras.
“Los hidrólogos no tuvieron una explicación de lo que sucedió. No obstante, aquellos de nosotros que estábamos allí, supimos y comprendimos lo que se había hecho mediante el poder de Dios”, dijo el élder Ballard.
Al compartir esta experiencia con un gran grupo de misioneros, el élder Ballard dijo:
“Ahora, ustedes no son apóstoles. Sin embargo, poseen el sacerdocio.
Ustedes, hermanas, han sido apartadas por el sacerdocio. Tienen el poder de Dios para hacer Su voluntad y hablar por Él si están viviendo dignas de recibir su inspiración.
Sabrán qué decir y sabrán qué no decir.
Sabrán a quién bendecir, cómo bendecir, cómo enseñar, cómo vivir y cómo inspirar porque son siervos del Señor Jesucristo”.
Esta es una traducción del artículo que fue publicado originalmente en LDS Living con el título “Bless the land: When Elder Ballard second-guessed his apostalic blessing in flood-stricken Bolivia“.