Al crecer como Santo de los Últimos Días, daba por sentado las grandes bendiciones del sacerdocio.
Después de tantas bendiciones de bebés y confirmaciones, olvidé el significado que tienen.
Antes de iniciar la escuela, mis hermanos y yo recibimos la bendición de nuestro papá, para mí esto ya era rutinario y no le encontraba un propósito.
Recuerdo que mi padre utilizaba dignamente el poder del sacerdocio y que nunca le pedí una bendición a menos que fuese una emergencia.
Pensándolo bien, me hubiera gustado aprovechar la oportunidad de tener en casa a un poseedor del sacerdocio que pudiera darme una bendición.
El presidente James E. Faust declaró:
“Una bendición del sacerdocio es sagrada y puede ser una declaración santa e inspirada de nuestros deseos y necesidades. Si estamos en armonía con el Espíritu, recibiremos un testimonio que confirme la veracidad de las bendiciones prometidas.
Las bendiciones del sacerdocio nos darán guía en las decisiones que tomemos en la vida, ya sean importantes o de menor trascendencia. Si mediante estas bendiciones pudiésemos percibir, aunque fuera en parte, la clase de persona que Dios desea que seamos, se nos quitaría el temor y nunca volveríamos a dudar”.
He encontrado mucha verdad en esto porque gracias a mi bendición patriarcal he sentido paz al recibir otras bendiciones en mi vida.
Mi testimonio acerca de las bendiciones del sacerdocio se fortaleció a los 19 años, cuando mi padre estaba muy enfermo en el hospital.
A pesar de que los profesionales de la salud se esforzaron para salvar la vida de mi papá, supe que él necesitaba una bendición del sacerdocio.
Toda mi vida me habían enseñado acerca de los innumerables milagros que ocurren gracias a las bendiciones del sacerdocio. Si alguna vez hubo un momento en que Dios obrará un milagro a través de Su sacerdocio, era en ese momento.
Tuvimos varios poseedores dignos del sacerdocio que llegaron al hospital y estaban preparándose para darle una bendición cuando la salud de mi papá comenzó a empeorar.
Aquel día no pudimos darle una bendición a mi padre, sin embargo, sé que el poder del sacerdocio que él tenía fue una bendición y una fortaleza para cada uno de nosotros que estábamos sentados en esa sala de hospital.
Otra experiencia que fortaleció mi testimonio acerca de las bendiciones del sacerdocio fue cuando mi abuelo decidió ofrecerme una mientras me preparaba para comenzar un nuevo semestre en la universidad.
Ese día, pude sentir cómo el Espíritu Santo me confirmaba que ese poder viene de Dios.
Las bendiciones del sacerdocio son experiencias sagradas y deben ser tratadas con respeto y reverencia. Además, esto también se puede registrar en los archivos personales y familiares.
El Manual de la Iglesia comparte lo siguiente:
“Los padres alientan a sus hijos a solicitar bendiciones de padre en los momentos de necesidad. Se pueden grabar las bendiciones de padre para uso personal“.
Me hubiera gustado saber eso antes para así escuchar una de las bendiciones de mi padre.
Recuerdo que él se emocionaba mucho cuando nos daba una bendición a mis hermanos y a mí. Mi mamá comentaba que él decía que mientras nos daba la bendición podía vernos cómo Dios nos veía y podía ver nuestro gran potencial como hijos e hijas de Dios.
El presidente Dallin H. Oaks expresó este sentimiento en un discurso de la conferencia:
“En este tipo de bendiciones, un siervo del Señor ejerce el sacerdocio, inspirado por el Espíritu Santo, para invocar los poderes del cielo en beneficio de la persona a quien se bendice”.
En lo posible, pídele a tu padre o a un digno poseedor del sacerdocio una bendición, ellos están muy emocionados por ayudar y dar una bendición cuando sea necesario.
El presidente Oaks ha dicho:
“No vacilen en pedir una bendición del sacerdocio cuando necesiten fortaleza espiritual”.
Es mucho mejor pedirle a un digno poseedor del sacerdocio que te dé una bendición que seguir sufriendo solo.
“Todas las bendiciones provienen de Dios. Nuestro Padre Celestial conoce a Sus hijos; Él conoce sus fortalezas y sus debilidades; conoce sus capacidades y su potencial”. –James E. Faust
Fuente: LDS Daily