Existen muchos tipos de dolor relacionados con saber lo que Dios desearía que aprendamos aquí.
Existen dolores de crecimiento que provienen de aprender de nuestros errores.
Aprender de nuestros propios errores requiere que los reconozcamos con sinceridad, algo que siempre es doloroso para aquellos que se esfuerzan por alcanzar competencia.
Asimismo, es doloroso llegar a ser tan independientes como debemos y aprender a no esperar que los demás resuelvan todos nuestros problemas y satisfagan todas nuestras necesidades.
A veces, duele ser realistas o esperar cuando se requiere paciencia.
El Salvador del mundo conoció todos estos tipos de dolor y muchos otros que no podemos comprender, “Hombre de dolores” era su nombre (Isaías 53:3). Seguramente, estaba “familiarizado con el dolor”.
Solo Él fue capaz de padecer la angustia mental y espiritual que le causó el Getsemaní.
Como Él mismo nos relata acerca de ese dolor: Cuán doloroso no lo sabemos; cuán intenso no lo sabemos; cuán difícil de aguantar no lo sabemos (DyC 19:15-19). Sin embargo, en otra parte dice, “es completo mi gozo” (3 Nefi 17: 20), tenemos la certeza de que la plenitud del gozo de alguien como él debe haber sido más completo e intenso de lo que alguna vez podremos percibir en la mortalidad.
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Existe una relación natural entre nuestra capacidad de aprender por el dolor y nuestra capacidad de recibir gozo. Vale la pena recordar eso cuando nuestro propio dolor parezca amargo e intenso (Alma 36:21).
Existe otro tipo de dolor del corazón que es familiar para la mayoría de nosotros, lo llamamos nostalgia.
Si nos sentimos un poco nostálgicos cuando estamos lejos de casa, probablemente sea una buena señal, tanto de nuestro hogar como de nuestras prioridades.
Por supuesto, un caso serio y duradero probablemente no sea saludable para los jóvenes adultos que están preparándose poco a poco para formar sus propios hogares. Sin embargo, menciono la idea de la nostalgia por un propósito más amplio.
En una oportunidad, cuando fui a visitar una estaca durante su reunión sacramental, un miembro de la presidencia del templo estaba hablando sobre la Casa del Señor. Justo antes de su mensaje, el coro cantó “Oh Mi Padre”.
Cuando el Presidente del templo estaba a punto de terminar su discurso, recibí un mensaje en el que se me invitaba a decir algunas palabras antes de que terminara la reunión.
Comencé a reflexionar sobre el templo y me pregunté qué significaba realmente para mí. Pensé de esta manera: El templo es un símbolo que nos indica que no somos de este mundo; es un lugar donde se reúne la tierra y el cielo; un lugar donde los hijos que sienten nostalgia piensan en el hogar.
El canto de “Oh Mi Padre” también me hizo recordar una tarde en la casa de una investigadora cálida, brillante y sensible en Alemania.
Cuando era misionera, mi compañera y yo fuimos a la casa de esa investigadora a comer y conversar unos minutos con su familia que se había bautizado.
Debido a que la investigadora hablaba inglés con fluidez, había agregado algunos discos del Coro del Tabernáculo a su colección mientras investigaba la Iglesia.
La música del Coro del Tabernáculo estaba sonando de fondo mientras nos sentamos a hablar sobre nuestras bendiciones.
Cuando el Coro del Tabernáculo comenzó a cantar un arreglo hermoso y conmovedor de “Oh Mi Padre”, dejamos de hablar y nos inclinamos para escuchar el himno. Cuando terminó, todos estábamos un poco sentimentales.
Luego, la hermana nos dijo en voz baja y reverente que escuchar esta canción fue un punto de inflexión en sus oraciones para recibir el Evangelio restaurado.
Nos habló acerca de una palabra en alemán, Sehnsucht, una palabra conmovedora y significativa que no tiene un equivalente en inglés. Supongo que la traducción más cercana sería “anhelar el hogar”, pero la palabra tiene elementos tanto de anhelo como de búsqueda.
Nos contó que durante gran parte de su vida había sentido un extraño anhelo por un hogar que a menudo la había dejado melancólica y, en ocasiones, un poco solitaria. Pero, nunca había podido identificar aquello que anhelaba.
Le habían impresionado las referencias ocasionales de tal sentimiento en las obras de algunos autores europeos, que pensaban que el Sehnsucht podría tener algo que ver con el anhelo humano, innato y casi subconsciente de entrar en contacto con la esencia de la naturaleza y el significado en un sentido universal y cósmico
La primera vez que escuchó al coro cantar este himno, supo instintivamente cuál era su anhelo y de dónde provenía:
“Pues, por Tu gloriosa mira vine al mundo a morar olvidando los recuerdos de mi vida premortal. Pero algo a menudo dice: ‘Tú errante vas’; siento que un peregrino soy, de donde Tú estás. Cuando deje esta vida y deseche lo mortal, Padre, Madre, quiero veros en la corte celestial”.
Después de relatar esta historia, compartí una experiencia que tuve esa misma tarde al entrevistar a una pareja joven que deseaba casarse en el templo, pero ya no era digna de entrar a ese lugar sagrado.
A medida que intentaba describir cómo se sentía esa pareja con respecto a querer, en cierto sentido, ir al “hogar” pero no poder hacerlo hasta completar un arduo proceso de arrepentimiento, comencé a pensar en mi propio anhelo del hogar.
Unos pensamientos casi abrumadores vinieron a mí: ¿Qué sucedería si fuera indigna? ¿Qué pasaría si nunca pudiera regresar? ¿Qué pasaría si después de tener que alejarme por vergüenza de ese hogar eterno, escuchara una vez más las palabras, “Padre, Madre, quiero veros”? Realmente no creo que pudiera soportarlo.
Pasaría la eternidad intentando encontrar alguna manera de acabar con el dolor de un anhelo que no podría satisfacer. Gracias al cielo por la Expiación, que promete que, al menos en este lado del velo, tal dolor intenso no tenga que ser permanente.
Siempre recordaré las palabras y los sentimientos que expresó el hombre joven que hizo la última oración en la reunión sacramental: “Por favor, ayúdanos, Padre. Queremos volver a casa”.
Mi sentido actual de Sehnsucht, tan conmovedor y profundo como puede ser, se ha convertido en la fuente de mi motivación más poderosa. Me recuerda que todo, menos el Evangelio, es temporal.
Ese tipo de dolor, ese tipo de nostalgia, es un sentimiento que no quiero perder. Si lo pierdo por mi lógica, comportamiento, trato ligero de las cosas de Dios, sé que cuando llegue el gran y terrible día, cuando todas nuestras rodillas se doblen, ese mismo dolor volverá con intensidad eterna.
Así que deseo seguir siendo vulnerable a esas realidades dolorosas que inevitablemente vienen con enfrentar la verdad, aprender, crecer y amar.
Ese tipo de dolor me ayuda a recordar que estoy en contacto con la vida como se suponía que debía experimentarse. Por consiguiente, me prepara de manera más plena para esa reunión con los que me enviaron aquí, cuando finalmente mi gozo sea completo.
Esta es una traducción del artículo que se basó en un extracto del libro “The Broken Heart: Applying the Atonement to Life’s Experiences” de Bruce C. Hafen y fue publicado originalmente en ldsliving.com con el título “How a Tabernacle Choir Song Reminded an Investigator of Her Home in Heaven”.