Creo que todos estamos de acuerdo en que ahora nuestro mundo está un poco loco. Sin embargo, un beneficio de esto es que de todas estas circunstancias únicas, surgen pensamientos y perspectivas únicos.
Se podría incluso argumentar que José Smith no habría podido recibir una revelación tan elocuente como la de Doctrina y Convenios 121-123, sin haber sido arrojado injustamente a una cárcel fría durante cinco meses.
De hecho, a veces lo único positivo de una situación difícil es la lección única que se aprende. La lección clave que aprendí durante este tiempo es tener confianza en Aquel que todo lo puede.
A veces puede ser increíblemente difícil confiar en la mano de Dios. Esto implica poner nuestro bienestar en manos de otra persona.
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Nuestros instintos de supervivencia naturales se rebelan contra esta decisión, no sabemos si la otra persona o cosa cumplirá con su parte, por lo que naturalmente nos resistimos. La confianza es algo que requiere práctica.
Afortunadamente, no necesitamos confiar solo en personas imperfectas. Tenemos la promesa de que si “[confiamos] en Jehová con todos [nuestros] corazones”, Él “enderezará [nuestras] veredas” (Proverbios 3: 5-6).
También aprendemos que “quienes pongan su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones, y sus dificultades y aflicciones, y serán enaltecidos en el postrer día” (Alma 36: 3).
Sabemos que Jesucristo es perfecto, infalible, omnipotente. Cuando confiamos en Él, en verdad no nos defraudará. Él nos sostendrá cuando nos apoyemos en Él. Cuando caigamos, Él estará allí para levantarnos.
Ahora, si hay algo que este mundo actual me ha enseñado, es que la acción de confiar en algo o en alguien es más difícil que hablarlo.
Permítanme compartir un ejemplo para ilustrar ese pensamiento. Imagina que estás en la orilla de un río. El día es tranquilo, el agua es cristalina, los pájaros cantan. Ves un puente fuerte y resistente frente a ti, hecho de piedra lisa.
Un hombre está al otro lado del puente y te pide que cruces hacia él, este hombre se asegura de que el puente esté en buenas condiciones y de que nada te detenga. Cruzas el puente sin preocuparte por nada.
Aquí es donde las cosas cambian. El día es tumultuoso. Está lloviendo, los truenos rugen con fuerza, el viento sopla. El río se embravece y trae troncos y ramas.
El puente ahora no es más que una par de piezas de madera podrida, atadas por una vieja cuerda que parece que se caerán en cualquier momento.
El hombre todavía está al otro lado del río. Te pide que cruces y vayas hacia él, prometiéndote que ese viejo puente te llevará al otro lado. Miras río arriba y ves venir una gran ola. ¿Cómo podrías atreverte a cruzar el puente?
Y aquí está la lección que aprendí: tenemos que confiar en ello. A menudo eso no tiene sentido. La evidencia no lo respalda, la razón no lo alienta, la observación no lo justifica.
Cuando confiamos solo en las facultades físicas y mentales, no nos permitimos confiar lo suficiente en el Señor para nuestra vida y salvación. Cuando describimos la confianza como algo necesaria para la fe, aceptamos que la fe en Dios no es algo lógica. No tiene sentido para el mundo.
¿Cómo podemos confiar en Dios cuando tantos factores nos dicen que no deberíamos? Esta es otra lección que aprendí. Cuando busques confiar en alguien, debes tener en cuenta dos cosas:
- Su relación contigo en el pasado.
- Su caracter general.
Veamos cómo funciona esto con Jesucristo. ¿Cómo ha sido Su relación con nosotros en el pasado? Por lo general, podemos leer en las Escrituras y ver cómo Él ha ayudado a los hijos de Dios en cada ocasión. Podemos seguir los consejos de Alma:
“Quisiera que hicieses lo que yo he hecho, recordando el cautiverio de nuestros padres; porque estaban en el cautiverio, y nadie podía rescatarlos salvo que fuese el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob; y él de cierto, los libró en sus aflicciones”. -Alma 36: 2
La Biblia y el Libro de Mormón están llenos de ejemplos de cómo Dios salvó a Sus hijos. Ciertamente podemos analizarlos y confiar en que Él hará lo mismo en la actualidad.
Todos también podemos examinar nuestras vidas personales y ver cómo Cristo nos ayuda. Al leer los diarios de mi misión encuentro numerosos ejemplos de cómo Cristo me ayudó en mis esfuerzos por compartir el evangelio y servir a los demás.
Puedo volver a la secundaria y descubrir cómo Cristo me ayudó a sobrellevar todas mis tareas y asignaciones y tener éxito. Incluso puedo recordar mi adolescencia y cómo Cristo me ayudó a encontrar mi lugar entre mis amigos.
Recibí ayuda de los cielos.
Después de mirar al pasado y determinar que Cristo ha cumplido sus promesas hasta ahora, podemos analizar su carácter y determinar si hará lo mismo en el futuro.
Una buena manera de hacer esto es aprender acerca de Su ministerio del Nuevo Testamento. Sabemos que Él “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38).
De hecho, el bien que hizo se realizó en medio de una intensa persecución. Sin importar los obstáculos que se aparecían en Su camino, ¡Él siguió haciendo el bien!
Su carácter nunca flaqueó y nunca cambió, incluso hasta el último momento en la cruz cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Alguien con un carácter similar es digno de confianza.
Ahora nos encontramos atravesando una crisis, tanto a escala global (pandemia) como quizás a nivel personal (depresión, desánimo, etc.), pero todos estamos invitados a cruzar el río por un puente que parece imposible de atravesar. La única garantía que tenemos es la promesa del hombre al otro lado del puente.
Este hombre es Cristo, y sabemos que “Dios es poderoso para cumplir todos sus palabras… porque él cumplirá todas las promesas que te haga, pues a cumplido sus promesas que él ha hecho a nuestros padres” (Alma 37: 16-17) .
Durante estos tiempos tumultuosos, debemos estudiar las Escrituras y descubrir lo que Cristo nos ha prometido. Entre otras cosas, Él nos prometió paz, seguridad, bienestar, gozo y vida eterna.
Si nos centramos en estas promesas, y en vivir dignos de recibirlas, en lugar de preocuparnos sin cesar por el triste estado del mundo, estaremos bien. Si confiamos en el Señor, siempre estaremos bien.
Fuente: ldsblogs.com