Cómo sanar nuestras heridas
Cómo sanar nuestras heridas: Una de las Escrituras sagradas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Iglesia Mormona), lleva por título “Perla de Gran Precio”. Se trata de una selección de temas de mucho valor, concernientes a la fe y a la doctrina de la Iglesia.
Las perlas son muy agradables a nuestros ojos, pero es necesario conocer que son el resultado de una dolorosa herida, que ha sido transformada por el amor.
Cuando un grano de arena se introduce en una ostra, le provoca una irritante herida. Para defenderse, la ostra produce una sustancia denominada nácar, con la cual recubre y envuelve con varias capas el grano de arena que tanto dolor le está provocando, y finalmente este proceso termina formando una perla.
En mayor o menor medida, todos estamos, durante este tiempo de probación, expuestos a muchas heridas. Diariamente sentimos la flagelación de la mentira, la indiferencia, el desprecio, el abandono, las palabras y actitudes despiadadas, y una infinidad de otros “granos de arena”, que estamos llamados a recubrir con amor y transformar en perlas.
Todos nosotros, independientemente de nuestras circunstancias, estamos llamados a transformar nuestro dolor en perlas, y nunca nos faltará la necesidad de ejercitarnos en hacerlo, porque nunca nos faltará la prueba y el dolor.
Si en nuestra vida cotidiana nos encontramos con personas que tienen la apariencia de ser una ostra vacía, podemos tener la certeza de que no están en ese estado por haberse visto libres de la prueba y el dolor, sino debido al hecho de que no han sabido transformar sus pruebas en perlas de gran precio. No han tenido el amor suficiente para aplicar el “nácar” del perdón tantas veces como hubiera sido necesario, para que esa herida se convirtiera en un testimonio que refleje las virtudes de Jesucristo “en quien tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados según las riquezas de su gracia” Efesios 1:7.
La vida de todos los profetas ha estado caracterizada por la abundancia de pruebas y dolor, y eso debe fortalecernos. Ellos experimentaron cárcel, destierros, maltrato, y mucha resistencia a sus palabras, que generalmente eran desoídas. Así ha sido, y así seguirá siendo, hasta que nuestro Redentor regrese en poder y gloria.
Vemos en ellos, en nuestros profetas, tipos o figuras del Señor Jesucristo, el Gran Profeta. Sus sufrimientos nos recuerdan el Sacerdocio,
Jesús lloró sobre Jerusalén, por su amor entrañable, pero fue torturado y condenado con impiedad.
Podemos destacar dos profetas que deslumbran por su fidelidad a Dios, sus esfuerzos por preparar el Camino de salvación, y las pruebas y sufrimientos que debieron afrontar: El profeta Jeremías en el Antiguo Testamento, y el profeta de la Restauración, José Smith, en los últimos días. Ambos comparten la particularidad de haber sido llamados por Dios a muy temprana edad.
Pero también en la actualidad, en medio de un mundo lleno de hombres que creen que pueden vivir sin Dios, los santos están permanentemente expuestos al dolor punzante de la calumnia y la maledicencia.
En medio de estas pruebas, nuestros profetas actuales interceden por los santos, y se ponen ellos mismos bajo la cobertura del Señor, encontrando fortaleza y refugio genuino; y obteniendo gran gozo, porque saben de la esperanza venidera. Ellos han aprendido a transformar el dolor y el sufrimiento de las pruebas, en perlas de gran precio, y han enseñado al pueblo que pastorean a hacer lo mismo, porque como predicadores de rectitud saben que ese es el camino de mansedumbre y humildad que conduce a la vida eterna.
“Pero he aquí, los justos que escuchan las palabras de los profetas y no los destruyen, sino que esperan anhelosamente y con firmeza en Cristo, aguardando las señales que son declaradas, a pesar de todas las persecuciones, he aquí son ellos los que no perecerán” 2 Nefi 26:8 (El Libro de Mormón).