La autocrítica parece ser una reacción instintiva en las personas. Empezamos a compararnos con los demás cuando cometemos un error, sentimos que hemos fracasado o que hemos sido rechazados.
Nuestra respuesta súper rápida a la pregunta “¿Qué es lo que no te gusta de ti mismo y que te gustaría poder cambiar?” revela con qué frecuencia nuestra voz interior de crítica sale a la luz.
Tal vez es algo tan automático porque inconscientemente creemos que una autoevaluación rigurosa nos ayudará a convertirnos en una mejor persona. Sin embargo, como enseña con compasión el élder Jeffery R. Holland, la autocrítica no es necesaria para la superación personal:
“Como hijos de Dios, no debemos menospreciarnos ni vilipendiarnos, como si el hecho de castigarnos a nosotros mismos de alguna manera va a convertirnos en las personas que Dios desea que seamos… Eso no es lo que el Señor quiere para [nosotros]”. -“Sed, pues, vosotros perfectos… con el tiempo”
La bendición de la compasión
¿Qué pasaría si respondiéramos a nuestras debilidades con compasión hacia uno mismo en lugar de con críticas?
Este tipo de compasión se basa en tratarnos a nosotros mismos de la misma manera que trataríamos a un buen amigo.
La compasión hacia uno mismo cambia las reglas del juego con una miríada de beneficios que incluyen más resiliencia, fuerza emocional y valentía.
No se trata de lo que experimentamos, sino de cómo nos comportamos con nosotros mismos en experiencias estresantes lo que nos permite manejar la dificultad e integrarla de manera saludable. Además, la compasión hacia uno mismo mejora nuestras relaciones con los demás.
Los estudios muestran que “las personas que alcanzan una puntuación más alta en la compasión hacia uno mismo son… más afectivas, más amorosas, más cercanas, menos controladoras y tienden a integrarse con los demás con más frecuencia”.
Y la lista de beneficios continúa. A este tipo de compasión se le atribuyen resultados deseables demasiado numerosos como para mencionarlos todos.
Aunque la compasión hacia uno mismo viene con una gran cantidad de beneficios, eso no significa que sea algo natural. Lamentablemente, la autocrítica surge con facilidad, mientras que la compasión hacia uno mismo requiere práctica.
Como un jardín, podemos cultivar intencionalmente nuestra mente con compasión hacia uno mismo. Si nos enfocamos en acciones y procesos de pensamiento que nos ayuden a ser más bondadosos con nosotros mismos, nuestro jardín mental crecerá en consecuencia.
La bondad que le brindamos a nuestro sufrimiento puede transformar nuestro deseo de crítica interior en un estímulo que brinda compasión que quita la maleza de nuestro hermoso jardín.
Con la compasión hacia uno mismo, dejamos de culparnos por la propensión a la autocrítica. Dejamos de identificarnos con pensamientos duros y de crítica.
Nos alejamos de ellos y reconocemos que no somos lo que dicen. Somos hijos de Dios con mentes que generan pensamientos, pero no tenemos que identificarnos con cada uno de ellos que tenemos ni creerlos, mucho menos si van en contra de nuestra persona.
Transformando nuestra voz crítica interna
El élder Dieter F. Uchtdorf nos dio una sabia perspectiva sobre la transformación de nuestra voz crítica interna:
“Algunos no pueden llevarse bien consigo mismos; se critican y se menosprecian todo el día hasta que comienzan a odiarse. Permítanme sugerir que reduzcan la prisa y tomen un poco de tiempo extra para llegar a conocerse mejor…
Aprendan a verse a ustedes mismos como el Padre Celestial los ve: como Su preciosa hija o Su precioso hijo con potencial divino”. -“Las cosas que más importan”
Saber que Jesucristo nos ve y nos habla de manera bondadosa, paciente y compasiva, nos lleva a la práctica de vernos y hablarnos a nosotros mismos de manera similar. Cuanto más practiquemos, más compasión tendremos hacia nosotros mismos y se convertirá en nuestra respuesta automática, incluso en un rasgo de nuestra personalidad.
Sentir pena por nosotros cuando hacemos cosas de las que nos arrepentimos no cambia las cosas. Por otro lado, al sentir compasión hacia uno mismo asumimos la responsabilidad de nuestras acciones, reconocemos el sufrimiento que han causado en los demás, y tratamos de corregirlas lo mejor que podemos.
Reconocemos nuestros límites y errores y confiamos en el poder compensatorio del Salvador para sanar la herida que hemos causado y que está más allá de nuestra capacidad de reparación.
La compasión hacia uno mismo fomenta el cambio, pero no habla con temor, vergüenza o desesperanza. Se trata de responsabilidad, no recriminación. De corregir sin condenar.
Practica la compasión cuando te sientes irritado
¿Qué pasa si los sentimientos de irritación vienen a nuestra mente? Cuando nos sentimos irritados, es común sentirnos culpables por experimentar esta emoción “negativa”, para luego reaccionar con autocrítica o vergüenza hacia nosotros mismos.
En lugar de reprimir nuestros sentimientos o explotar como un volcán, podemos tomarnos un momento y practicar la compasión hacia uno mismo.
Aquí hay algunas sugerencias específicas que puedes emplear cuando surgen sentimientos de irritación o emociones similares difíciles de sobrellevar como la vergüenza, la ansiedad, la decepción, la impotencia o la ira que te pueden ayudar.
Reconoce y sé consciente de aquel sentimiento. Examina tus emociones con atención, ¿de dónde surgieron?
Trátate con bondad. Pregúntate qué le dirías a un amigo que está pasando por un sentimiento similar. Luego hazlo mismo contigo.
Medita sobre tu condición como ser humano. Date cuenta de que sentir irritación es parte de ser humanos. Es una emoción normal.
La práctica intencional de la compasión hacia uno mismo puede reducir nuestra necesidad de ser duramente críticos y, en consecuencia, reduce nuestro sentimiento de irritación personal.
Otra pregunta que puedes hacerte puede ser: ¿Cómo te trataría Jesucristo en este momento?
La práctica de la compasión hacia uno mismo hará que cada vez sea más fácil tratarnos con bondad hasta el punto que se vuelva parte de nosotros y de nuestro trato hacia los demás.
Fuente: Ldsliving