“Sí, esas siete palabras, “la hora de la conferencia general ha llegado”, no sólo fueron inesperadas, sino que fueron alentadoras y reconfortantes.”
El 24 de agosto de 1967 el F-105 que volaba sobre el norte de Vietnam cayó a tierra sobre una carretera al noreste de Hanoi, Vietnam cerca de la frontera de China.
La avioneta se encendió y cayó a tierra sin control. Fui expulsado luego capturado y hecho prisionero de guerra en Hanoi. Durante ese tiempo estuve en campamentos a los que llamábamos Hanoi Hilton, Annex, Zoo, Faith y Unity. Los días parecían durar semanas y las noches eran aún más largas. Esos cuatro años de aislamiento con frecuencia me hicieron cuestionar lo que era real y lo que era mi imaginación.
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Se me permitió escribir mi primera carta el 13 de diciembre de 1969, dos años después de que derribaran mi avión. En la carta escribí:
“Estos cosas son importantes: el matrimonio en el templo, la misión, la universidad. Perseverar… Establecernos metas, escribir historias, tomarse fotografías dos veces al año.”
Después de que mi familia y amigos en Utah recibieron esta carta, mi estatus militar cambió de desaparecido en combate (MIA) a prisionero de guerra (POW). Después de un intento de rescate cerca de Son Tay el 21 de noviembre de 1970, nos trasladaron a unas grandes habitaciones en el Hanoi Hilton. Había en promedio de 40 a 50 de nosotros hacinadas en cada una de las siete celdas.
Aunque la comunicación entre las habitaciones era difícil y rara vez personal, un prisionero de hace mucho tiempo, el Capitán de la Fuerza Aérea Smitty Harris, le había enseñado a otros prisioneros un medio de comunicación a través de pequeños golpes.
Fue por casualidad que él lo había aprendido en la escuela de supervivencia. No formaba parte de su plan de estudios, pero un instructor le había contado sobre cómo los prisioneros de guerra británicos durante la Primera Guerra Mundial o la Segunda Guerra Mundial que se comunicaban entre edificios por medio de pequeños golpes en las tuberías que atravesaban el lugar.
Este sistema de comunicación funcionó bien para nosotros la mayor parte del tiempo, sin embargo hubo algunas de las habitaciones que estaban separadas por un pasadizo o una escalera, la distancia hizo que fuera imposible comunicarnos por medio de golpes en la pared.
Debido a que las ventanas estaban cubiertas con esteras de paja o bambú, los mensajes se enviaban una letra a la vez a través de los agujeros en las esteras, usando el código de los golpes. Por lo general, había un período durante la tarde en donde la seguridad del lugar disminuía. Era entonces cuando tratábamos de comunicarnos.
Nuestros captores intentaron obtener información para la guerra y se dieron cuenta de que éramos mucho más vulnerables cuando nos mantenían aislados. Hicieron todo lo que pudieron, incluido torturarnos y dejarnos sin comunicación alguna.
Cuatro de nosotros estuvimos en una habitación en el Campamento Unity por un año antes de que pudiéramos comunicarnos con otros prisioneros de guerra. Fue así como aprendí y comencé a comunicarme con otros miembros de la Iglesia en la sala tres: Jay Jensen y Larry Chesley. Y aunque estábamos felices de finalmente poder comunicarnos, teníamos más preguntas que respuestas.
¿Quién está en el campamento? ¿Quién es el oficial de mayor rango? ¿Cuáles son sus pautas para poder dejarnos en libertad? ¿Qué tortura o amenazas han recibido otros? ¿Hay enfermos o heridos? ¿Hay alguna noticia sobre los nuevos prisioneros que recientemente fueron derribados? ¿Puede alguien escribir o recibir cartas? ¿Alguien sabe algo sobre del mundo real?
Junto con esas preguntas, también intercambiábamos bromas, palabras de consuelo y apoyo enviadas a quienes estaban enfermos o aquellos que era interrogados más que el resto de nosotros.
Aquellos con buena memoria transmitían citas de la Biblia, de poemas, de Shakespeare y sus propias creaciones. Probablemente fuimos el último grupo sobre la tierra en saber que el hombre había llegado a la luna. Nos enteramos después de que alguien hubo recibido un paquete de su casa con un sobre de edulcorante que tenía una foto de Neil Armstrong en la luna.
Un día, en 1971, Larry recibió una carta de su madre en Burley, Idaho. Cuando la parte oficial de nuestra comunicación entre salas acabó, Larry pudo enviar este mensaje de su carta personal.
“Para Hess. Chesley recibió una carta de su madre. Ella escribió: “La hora de la conferencia ha llegado. El Presidente Smith la dirige.”
Mi corazón se enterneció y los recuerdos fluyeron con esas palabras. Recuerdos de conferencias pasadas: los tulipanes de la primavera y colores del otoño, el Tabernáculo y las inscripciones en la pared detrás del asta de la bandera y el Templo de Salt Lake.
Recordada haber asistido a la conferencia con mi quórum de diáconos. Recordaba haber estado en uniforme y recibido un trato especial permitiéndoseme verla en el Tabernáculo. Podía escuchar en mi mente las palabras: “Desde el centro de conferencias en la Manzana del Templo en Salt Lake City” y al coro cantando: “Entonad sagrado son y venid con devoción. Hoy reposad; hoy reposad.”
Me parecía extraño que pensara en el Elder LeGrand Richards hablando rápido y con entusiasmo sobre “Una obra maravillosa y una prodigio” y “Las voces del polvo”.
Sí, esas siete palabras, “la hora de la conferencia ha llegado”, no sólo fueron inesperadas, sino que fueron alentadoras y reconfortantes. Pero el mensaje también fue desconcertante. David O. McKay era el Presidente de la Iglesia cuando fuimos capturados. ¿Qué implicaba que el presidente Smith la dirigiera? ¿Estaba el presidente McKay enfermo?
Más tarde supimos que el presidente McKay había fallecido y que, durante los últimos años de nuestro encarcelamiento, el presidente Joseph Fielding Smith había servido como el décimo Presidente de la Iglesia, de 1970 a 1972.
Poco después de nuestra liberación en febrero y marzo de 1973, me encontré escuchando a otro profeta, al Presidente Harold B. Lee, mientras presidía la Conferencia General Anual Nº 143 en el Tabernáculo.
En sus palabras introductorias, reconoció la presencia del Capitán de los prisioneros de guerra recientemente liberado, el Capitán Larry J. Chesley, el Mayor Jay C. Hess y el Teniente Comandante David (Jack) Rollins, recordándome nuevamente ese mensaje esperanzador de la Hermana Chesley el año anterior.
Gracias, hermana Chesley, por incluir el mensaje más significativo en la carta de su hijo. Gracias Larry “Lucky” Chesley por preocuparte lo suficiente como para transmitirnos esas sagradas palabras. “La hora de la conferencia ha llegado”, siete palabras que aún despiertan e mí muchas emociones y tienen un maravilloso significado.
Este artículo fue escrito originalmente por Jay C. Hess y fue publicado originalmente por ldsdaily.com bajo el título “How a Prisoner of War Found Hope Through News of General Conference”