Simón es llamado
Si no se encontraran peces, si no hubiera razón para seguir pescando. Simón Pedro gritaba para los hombres en su bote para llegar hacia la orilla. Luego, remó en su bote con su hermano Andrés.
Simón respiraba el olor familiar de las aguas frescas del lago donde había vivido toda su vida. Pescando, casi todos los días como su padre.
Quizá, mientras comenzaba los pasos deprimentes de la ruta hacia el final de una noche exhaustiva, su mente se preguntaba por Juan, un predicador que su hermano le había presentado.
Juan había cosido una túnica de piel de camello e irritado a los sacerdotes locales. Ese era su encanto. Además, no existía un riesgo por solo escucharlo, ¿verdad?
El bote de Simón había alcanzado la orilla. Arrastró sus redes de pesca y con las manos insensibles de un pescador comenzó a limpiar los pescados, mariscos y hierbas de mar que estaban en la red. Casi diez años mayor que los demás, ¿puedes imaginar el peso de la noche infructuosa hundiéndose en el cuello y los hombros de Simón?
Quizá su mente recordaba cuando Juan le había contado de los fariseos y saduceos que Dios talaría como un árbol muerto.
Juan les dijo a los recolectores de impuestos que no debían tomar más de lo necesario para ser salvos. Les dijo a los militares que no hagan tanta violencia para ser salvos.
Y… bueno, no les dijo a los pecadores cómo ser salvos.
Como el sol de la mañana naciendo del horizonte, Jesús y su usual muchedumbre aparecieron a la distancia.
Simón había conocido a Jesús antes. Andrés los había presentado hace meses. Hablaba sin cesar sobre el Mesías que liberaría a los judíos del dominio romano.
Pero, cuando conocieron a Jesús, Él simplemente miró profundamente a Simón.
“Tú eres Simón,” dijo Jesús, “Pero te convertirás en Pedro, la roca.”
Jesús alcanzó a Simón en la orilla. Le pidió utilizar su bote para que pudiera dar un sermón. Simón miró atrás. Tenía lo que la mayoría de personas llamaría un rostro gruñón en reposo. Sin embargo, aceptó. Unió las redes y se alejó algunos metros de la orilla para que la multitud pudiera ver.
Cuando Jesús finalizó su sermón. Puedes imaginar que Simón estaba desesperado por terminar sus actividades y continuar su camino. Pero, en vez de eso, Jesús le dijo a Simón que dejara caer las redes.
Simón conocía sus botes, sus redes, su negocio de pesca. Lo había hecho toda su vida. Las personas no tenían que decirle cómo pescar. Protestó.
Trató de explicarle a su carpintero que habían trabajado todo el día y no pescaron nada. Su método de pesca consistía en dejar caer las redes en terrenos arenosos y arrastrarlas a lo largo del cauce del lago. Entonces, dejar caer las redes una vez más significaba que todo su impecable trabajo no se terminaría. Su esposa, probablemente esperaría en casa, cuidando de su madre enferma.
Jesús casi se niega al pedido de Jesús. Sin embargo, “quizá este hombre sea todo,” dijo Andrés. Tal vez, ÉL sabía qué es lo que necesitaba un pescador para ser salvo.
O, quizá simplemente había un anhelo en el corazón de Simón, un reconocimiento de que no era el hombre que podía ser. Entonces, ¿por qué no? Simón finalmente añadió, “Desde que me lo pediste, lo haré.”
–
Simón dejó caer las redes. Las cuerdas que sus manos sostenían de pronto comenzaron a sentirse inusualmente tensas. ¿El corazón de Simón se aceleró con anticipación? Simón había crecido rico, proporcionando pescado para la creciente población de Galilea, pero nunca había sentido una redada tan pesada. Cuando exactamente entre el momento en que se agachó para agarrar las redes y cuando las arrastró al bote, ¿Simón se dio cuenta de que esto era más que solo buena suerte, que en realidad experimentó un milagro?
Los pescados de la red rebosaron su bote.
Simón gritó para pedir ayuda a sus compañeros esperando en la orilla: “¡Juan! ¡Santiago!” Remaron hasta tomar algunos de los pescados para que el bote no se hundiera.
Cuando el apuro del milagro lo hundía, Simón fue sorprendido. Simón casi había negado. Cayó a los pies de Jesús. Posó su rostro en los pescados que acababan de llenar su bote. “Vete,” Simón le imploraba a Jesús inconscientemente, “solo soy un pecador.” Simón, el pecador, con gran ironía, no se sentía listo para estar cerca de su única fuente de redención.
Jesús miró a un Simón agradecido, humillado y temeroso al cambio.
“No sientas miedo,” Jesús dijo. “Venid en pos de mí, y te haré pescador de hombres.”
Simón lo dejó todo: los pescados, los botes y las redes.
Años después, Simón se sentó con un escriba llamado Marcos para relatarle sus recuerdos de Jesús. Pero, no mencionó ese milagro. Tal vez, era muy personal y vergonzoso. Para Pedro, la parte importante de la historia es que Jesús le dijo “venid” y fue.
Cristo cura a la suegra de Pedro
Simón era un hombre nuevo porque lo deseaba. Entonces, comenzó a utilizar el nombre que Jesús le había dado, Simón Pedro.
Solo puedo imaginar la mirada de la esposa de Simón Pedro cuando le dijo que tenía otro nombre. Para un hombre de mediana edad que utilizaba las mismas rutinas de pesca casi todos los días de su vida, este cambio tiene que haber sido dramático. Importante.
Entonces, Simón Pedro pasaba sus días escuchando a Jesús predicar alrededor de Capernaúm, su ciudad natal.
Sin embargo, se estaba acercando rápidamente la Fiesta de Purim, que conmemora a Ester salvando a los judíos, y Jesús tenía que viajar a Jerusalén.
La esposa de Simón Pedro no podía ir. Ya que, estaba cuidando de su madre en casa. Esa no era la norma cultural. Simón Pedro ya estaba albergando a su hermano Andrés. Además, los esposos, hijos y padres cuidaban de las mujeres enfermas en su cultura, no las hijas. Sin embargo, Pedro amaba desesperadamente a su esposa. Después de años, escribiría una carta a los conversos de Turquía. Habló sobre cómo los hombres y las mujeres serían “herederos de la gracia de la vida,” y de una mujer que tenía “gran valor ante la vista de Dios.” Imagino que Simón Pedro hablaba de su experiencia.
No estoy segura de que Simón Pedro dudó en seguir a Jesús a Jerusalén. Pero, lo que sabemos es que una noche después de la sinagoga, Jesús fue a la casa de Pedro, tomó de la mano a su madre enferma y la elevó, la enfermedad se había ido. Además, lo único que lo unía a Capernaúm también se había ido. La suegra se levantó de su cama, miró a Pedro y Jesús, y les ofreció prepararles algo de comida.
Pedro sirvió en una misión
A la mañana siguiente, Jesús se fue, y Pedro lo siguió, dejó el lugar que había conocido toda su vida y tomó solo a su familia.
¿Puedes imaginar en este momento en la vida de Pedro? Escuchó los mejores sermones y palabras alguna vez compartidos. Vio a alguien curando persona tras persona. Casi fue invitado a al menos uno de las muchas festividades a las que Jesús asistió durante ese tiempo.
Sin embargo, Pedro estaba aprendiendo. Jesús sintió que había curado a una mujer que solo tocó el dobladillo de su túnica, volteó y preguntó quién lo había tocado. Pedro incrédulo dijo, “Hay muchas personas a tu alrededor. ¿A qué te refieres? ¿Quién te tocó?”
Me pregunto si Pedro se sintió absurdo, o simplemente asombrado, cuando Jesús señaló a la mujer.
Y, Jesús parecía tener un especial cariño por Pedro.
Cuando necesitaba resucitar a la hija de Jairo, un milagro muy grande también ocurrió en público durante su ministerio, Pedro fue una de las tres personas que Jesús invitó a presenciar este milagro.
Durante esta mañana especial, Pedro se quedó con un gran grupo de las personas que habían seguido a Jesús cerca de una montaña de Galilea.
La noche anterior, Jesús entró a las montaña para orar a solas. Cuando regresó con la multitud esa mañana, llamó a Pedro a venir adelante, y colocó sus manos sobre su cabeza.
Imagino que esas manos se sintieron muy pesadas. Jesús ordenó a Pedro como apóstol, para estar con Él y predicar.
En el mundo en el que Pedro creció, los líderes religiosos pasaron toda su vida estudiando y preparándose para enseñar. Pedro no tenía tiempo que perder.
Después de que Jesús ordenó a cada uno de los doce, Él les dio instrucciones especiales antes de que partieran a sus misiones.
Él comenzó con la liste de reglas misionales. Básicamente, como el pequeño manual blanco que nuestros misioneros llevan hoy.
Jesús les dio este mandamiento, “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.”
Para Pedro, un hombre a punto de salir a testificar de Jesús, esto debió haberle parecido un gran consuelo… por ahora.
Pedro camina sobre el agua
Después de varios meses, Pedro regresó a Galilea con los demás apóstoles para la Pascua Judía.
Esta era la primera vez que Pedro se encontraba nuevamente con Jesús desde su ordenación como apóstol. ¿Qué había aprendido? ¿Cuánto había progresado?
Me imagino que cuando Pedro vio a las cinco mil personas que vinieron a escuchar a Jesús, debió ser abrumador. ¡Cinco mil! Escuchando al hombre que lo sacó de un bote pesquero.
Cuando Jesús terminó de predicar. Les pidió a sus apóstoles dirigir un bote hacia Betsaida para ir al noreste, mientras que dispersaba a la multitud.
Pedro suponía que Jesús los alcanzaría. Pero, la noche trajo consigo vientos fuertes del occidente y Jesús aun no aparecía.
Los vientos se hicieron más fuertes y violentos. Y cualquier esfuerzo que los apóstoles hicieron en su bote desapareció rápidamente. No tenían esperanzas de llegar a Betsaida. Entonces, regresaron a Capernaúm, que no era su objetivo, sino un puerto cercano y seguro.
Pedro no había regresado a Capernaúm y ahora, regresaría simplemente porque no había tenido ningún progreso en su bote.
Durante seis horas remaron, sin ayuda, sin fuerza mientras esperaban a Jesús.
Eran las 3 AM. Pedro había recorrido el Mar de Galilea muchas veces a estas horas. Seguramente, sabía el peligro en el que realmente estaban.
En la penumbra de la noche se observó una figura borrosa. Un movimiento oscuro en un cielo oscuro.
El viento les cortaba el agua en la cara. ¿Se habían desviado sin saberlo hacia la orilla? No. ¿Había otro bote? No. Los demás apóstoles habían visto a Jesús expulsar suficientes espíritus malignos para saber exactamente qué era lo que pensaban. Imagina la fuerza con la que tomaron sus remos y desesperados por querer escapar pero absolutamente incapaces de hacerlo.
“No teman, soy yo,” afirmó Jesús.
Los demás apóstoles sintieron calma al escuchar su voz. Pero, Pedro sabía de lo que el verdadero Jesús era capaz. “Si realmente eres tú, pídeme que camine hacia ti sobre el agua.”
“Ven.”
Cuando Pedro agarró el borde del bote, ¿se tambaleó? A medida que se impulsaba al borde, ¿se preocupó o solo estaba emocionado de volver a ver a Jesús? Cuando su sandalia tocó el Mar de Galilea, ¿levitó sobre lo picos de la corriente sostenido solo por el poder de la fe? ¿Podría ver a Jesús sonreír? Seguramente lo estaba mirando directamente.
Sin embargo, Pedro sabía que estas tormentas podrían hacer. Por otro lado, las olas eran lo suficiente fuertes para congelar su barco en seis horas, llamaron su atención.
El agua volvió a su estado natural y Pedro se hundió. “Jesús,” gritó, “sálvame.”
La calidez de la mano de Jesús envolvió a Pedro antes de que tocara el agua. Jesús observó al único apóstol con la fe de pedirle caminar sobre el agua y le enseñó sobre sus dudas antes de regresar al bote.
Esa noche, Pedro demostró que su conversión había terminado. Su fe era imponente pero frágil. Pero, estaba bien, ¿quién estuvo allí para ayudarlo? Jesús.
Es sorprendente que tan solo un año después, cuando Pedro diera su primer sermón como presidente de la iglesia, dijera a las personas que si clamaban en nombre de Jesucristo serían salvados. Serían salvados. Pedro lo sabía.
Pedro emprendería otras misiones y ocasionalmente, se reuniría con Jesús o los demás apóstoles.
Confesión y transfiguración
Cuando la reputación de Jesús comenzaba a hacerse más infame en Jerusalén, se alejó de la Ciudad Santa.
Jesús se reunió con sus discípulos y les preguntó, “¿quién decís que soy yo?”
Durante los dos primeros años del ministerio de Jesús, nunca dijo explícitamente quién era. No por completo. Ciertamente, Él era un hombre especial. Un hombre profetizado. Un hombre espiritual. Pero, hasta donde a todos se les había dicho, Él era un hombre.
Sin embargo, seguramente comenzaba a sentir que le brotaba una sospecha. Había visto más de los milagros de Jesús y Él le había enseñado más estrechamente que los demás. Pedro debe haber sospechado algo más de su ministerio milagroso. Algo sorprendente y eterno.
Quizá, en esta ciudad remota, con sus creencias extrañas, Pedro se sintió envalentonado para extender su corazón sin temor y siguió su fe donde quiera que lo guiara, sin importar cuan vulnerable fuera.
Probablemente, Pedro necesitaba creer más que cualquier otro.
Sin embargo, por primera vez, Simón Pedro dijo lo que todos los cristianos creerían desde ese día, “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!”
Pedro tenía razón. Jesús les dijo a los discípulos que no se lo dijeran a nadie. Luego, profetizó que sería tomado por los sacerdotes mayores y lo matarían.
Como apóstol mayor, Simón Pedro tenía que aceptar esta información y comenzó a prepararse.
Jesús necesitaba que Pedro lo aceptara, para que progresara y se convirtiera en “la roca,” que le dijo se convertiría la primera vez que se reunieron.
Jesús regresó con el grupo con un mensaje seguramente diseñado para Pedro, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.”
La severa reprensión de Pedro seguramente le recordó la seguridad y la inminencia de la muerte de Jesús.
Al siguiente día, Jesús llevó a Pedro, junto con sus dos antiguos compañeros pescadores que se convirtieron en apóstoles, Santiago y Juan hacia una montaña. Pedro había dado un paso de fe al declarar que Jesús Hijo de Dios. Ahora, lo vería.
Imagina a Pedro en lo alto de una montaña cuando la gloria de Jesús estalló, convirtiendo su rostro en un sol resplandeciente y sus ropas en rayos de luz. Moisés y Elías aparecieron para entregar las llaves del sacerdocio que Pedro pronto necesitaría para dirigir la Iglesia. Y la voz de Dios descendió del cielo. “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; escúchalo.”
La expiación
Meses después, durante la primera noche de la Pascua Judía, Jesús se reunió con sus apóstoles en las calles de Jerusalén para tener una pequeña charla fuera de la ciudad, en el Monte de los Olivos.
A medida que caminaban, Jesús les dio instrucciones a sus apóstoles para más tarde esa noche. “Esta noche me abandonarán.”
“¿A dónde irás?,” preguntó Simón Pedro.
“No pueden seguirme.”
Cuando la noche descendió, Pedro no podía concentrarse en nada más que en lo que dijo Jesús.
“Incluso, si todos los demás te abandonaran, yo no lo haré,” dijo Pedro.
“Antes que el gallo haya cantado, me negarás tres veces,” afirmó Jesús.
“Incluso, si muero. No te negaré,” respondió Pedro.
“Satanás te quiere a ti,” dijo Jesús, “y, he orado para que tu fe no te falle. Cuando te conviertas,” le explicó al hombre que dirigiría su iglesia en cuatro días, “cuando te conviertas, fortalece a tus hermanos.”
El camino de Jerusalén al Monte de los Olivos comenzó por el este y luego, giró dramáticamente hacia el norte.
Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan, dejó que se sentaran sobre los troncos gruesos y anchos, y se alejó. El día de primavera, se volvió frio con la noche. Me imagino a Pedro con sus amigos, ¿sobre qué hablaron? ¿Se sentaron en perfecto silencio?
Después de la cena, Jesús tenía una toalla y un lavabo. Luego, comenzó a lavar los pies de los discípulos.
El hombre que había salvado a Pedro, curó a su suegra, brillaba desde el cielo, el Hijo de Dios estaba a punto de lavar los pies de Pedro.
“¿Qué hace?,” preguntó Pedro.
“No me vas a entender hasta más tarde,” le dijo Jesús.
“No tienes que lavar mis pies,” respondió Pedro.
Años atrás, como en el bote, Jesús deseaba servir a Pedro y éste había protestado. “Si no lavo tus pies. Entonces, no tienes nada que hacer conmigo,” dijo Jesús.
El peso de la repentina cena, las profecías de traición, muerte y deserción, y la pelea de Pedro con Jesús deben haberlo dejado emocionalmente desgastado y cansado espiritualmente. No pudo mantener los ojos abiertos, y pronto se quedó dormido “por tristeza.”
Temprano esa noche, después de que Pedro había escuchado la reprensión de Jesús por negarse a que le lavara los pies, cambió de opinión.
Negación de Pedro
Cuando la hora de Jesús pasó, regresó y despertó a los apóstoles.
“¿A quién buscas?,” preguntó Jesús.
“Jesús de Nazaret,” uno de los guardias anunció.
“Yo soy Jesús. Puedes dejar ir a todos.”
Ahora era la oportunidad. Irse como Jesús le había dicho.
Cuando uno de los soldados dio un paso adelante para tomar a Jesús, uno de los otros apóstoles le preguntó a Jesús si debían atacar.
Pero, Pedro siempre más dispuesto a pelear por Jesús, después de haberlo escuchado, no espero por una respuesta. Sacó su espada y le cortó la oreja a uno de los sirvientes del sacerdote mayor.
Jesús tocó la oreja del guardia y lo curó, dándole a Pedro una última oportunidad de abandonarlo, de escapar. Sin embargo, Pedro se quedó con Él.
Jesús se sometió a los hombres, permitió que sus muñecas fueran atadas con una correa de cuero.
No sé a dónde fueron los demás apóstoles esa noche. Pero, no importaba cuan claro Jesús le haya dicho a Pedro que no lo siguiera, Pedro prometió que no lo abandonaría. Entonces, después de que se creara el alboroto, Pedro siguió a la muchedumbre desde una distancia segura. Jesús le dijo lo que sucedería. Simón Pedro pudo haber ido a otro lado, pero fue a un lugar con mucho peligro.
Jesús fue llevado al cuartel general del sacerdote mayor. Cuando Pedro entró, una mujer que estaba en la puerta lo miró y le dijo: “¿No eres uno de sus discípulos?” Pedro respondió: No.
A medida que Pedro iba caminando un hombre le dijo: “Estuviste con Jesús de Galilea,” y Pedro respondió: “No sé de qué hablas.”
Estoy seguro de que Pedro podría encontrar excusas. Necesitaba que nadie lo reconociera para que pudiera ayudar a Jesús. O, tal vez él sintió que era la única forma de no abandonar a Jesús como él tontamente prometió.
Pedro comenzó a hablar con algunos de la multitud, alguien notó su acento galileo y le dijo “Te vi en el jardín.” Toda la multitud volteó a verlo. Simón Pedro tenía la oportunidad de enmendar sus errores, de confesar a su Señor, de ser la roca. Pero, respondió: “Lo juro, no lo conozco.”
Dos años sirviendo al Señor, progresando y seguía siendo el mismo pecador en su bote pidiéndole a Jesús que se fuera.
Simón Pedro, salió corriendo y lloró amargamente.
Pedro ve a Jesús nuevamente
Pedro presenció la crucifixión, el sepulcro vacío y al Señor resucitado.
Después de algunas semanas, regresó a Galilea. Se sentó con Juan y Santiago además de otros apóstoles, hermanos, que se le unieron en el viaje. Fueron a pescar, entraron al mar de siempre. Estuvieron toda la noche pescando pero no obtuvieron nada. En la mañana, un hombre se paró en la orilla y les gritó: “¿Pescaron algo?” y Simón Pedro respondió: “No.” Ese hombre le dijo: “Dejen caer sus redes por el lado derecho del bote.” Pedro obedeció, inmediatamente sintió la tensión en la red, tiró de ella pero era muy pesada y no la podía levantar. Juan miró a Pedro y le dijo: “Es Jesús.”
Pedro dejó la red, se sumergió en el lago y comenzó a nadar para reunirse con su Señor. Jesús miró a Simón Pedro y le dijo: “¿Me amas más que a éstos?” y Pedro le respondió: “Sí, sabes que te amo.” Jesús continuó: “Alimenta mis ovejas.”
“Simón“, Jesús lo llamó por última vez, porque estaba casi listo para convertirse en el Pedro que le profetizó el primer día que se encontraron, “¿Me amas?”
Y Pedro sintió tristeza.
El Señor misericordiosamente proveyó la oportunidad para la restitución. Una declaración de lealtad para pagar cada negación. “Señor, tú lo sabes todo. Sabes que te amo.”
Entonces, Jesús le dio a Pedro el don más grande que pudo, el camino hacia el perfecto arrepentimiento. El paso final para cambiar y tomar ventaja de Su sacrificio. “Alimenta mis ovejas.”
Pedro dejó sus barcos de pesca otra vez, y dirigió la iglesia. El arrepentimiento de Pedro no fue un desvío, sino esencial. Para que Pedro enseñara al mundo cómo Jesús salva, tuvo que haber sido salvado. Para que Pedro enseñara acerca de la gracia de Cristo, tuvo que sentir la gracia de Cristo.
“Así que, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados,” Pedro enseñó en su primer sermón.
Tomó hasta el último momento amargo, pero Pedro se convirtió en el hombre que Jesús necesitaba que fuera, y solo fue posible a través de Su expiación.
Artículo originalmente escrito por Christopher D. Cunningham publicado en mormonhub.com con el título “Everything I Know About Conversion I Learned from Peter the Apostle.”