Juzgar es una parte fundamental de nuestro crecimiento espiritual por lo que el Señor espera que hagamos juicios sabios al tomar buenas decisiones.
En ocasiones, sin embargo, tenemos la tendencia de juzgar a los demás sin recordar nuestra condición limitada como seres humanos imperfectos.
Pensamientos como: “Qué persona tan extraña”, “Yo nunca haría eso así”, “¿Viste lo que fulano hizo?”, “¿Viste la ropa que se puso?”, “Escuchaste lo que dijo?”, “¿Te fijaste si se puso gárments?”, son ejemplos comunes.
Aunque pueda parecer inofensivo, el acto de juzgar puede limitar nuestra capacidad de amar y servir, además de distorsionar nuestra percepción de las personas que nos rodean.
En la Biblioteca del Evangelio, leemos lo siguiente sobre el término “juzgar”:
“Juzgar es un uso importante del albedrío y requiere gran cuidado, en particular al formarnos opiniones acerca de otras personas. Todos nuestros juicios deben guiarse por las normas de rectitud. Solo Dios, que conoce el corazón de cada persona, puede emitir juicios definitivos sobre las personas”.
El mandamiento de Cristo de “no juzgar” es una invitación a desarrollar empatía, bondad y comprensión.
En este artículo, exploraremos cómo podemos evitar los juicios y cultivar un corazón manso, misericordioso y humilde.
¿Qué significa “juzgar menos”?
Juzgar, como se describe en las Escrituras, es la actitud de evaluar, criticar o etiquetar a los demás.
Jesús nos enseñó sobre la importancia de evitar los juicios precipitados e hirientes.
En Mateo 7:1-2, el Salvador dijo que seremos juzgados por Dios de la misma manera que juzguemos a nuestro prójimo:
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os volverá a medir”.
En el Libro de Mormón encontramos un mensaje similar. En Moroni 7:18, leemos:
“Ahora bien, mis hermanos, en vista de que conocéis la luz por la cual podéis juzgar, la cual es la luz de Cristo, cuidaos de juzgar equivocadamente; porque con el mismo juicio con que juzguéis, seréis también juzgados”.
Así, hay decisiones pequeñas y diarias que nos ayudan a tomar elecciones más acertadas en momentos en los que nuestra tendencia es simplemente juzgar a los demás.
Qué evitar
- Evitar etiquetar a las personas: No pongas etiquetas a los demás. Estas limitan tu capacidad de verlos como hijos e hijas de Dios.
- No juzgar por las apariencias: Evita los juicios basados en la apariencia, la vestimenta o las circunstancias económicas. Las personas son mucho más que su exterior.
- Aléjate de las habladurías: No conocemos lo que lleva a una persona a tomar ciertas decisiones. Por eso, evita comentar o especular sobre la vida de otros.
- Evita las comparaciones: No compares los logros o fracasos de los demás con los tuyos. Cada persona tiene una experiencia de vida única y el tiempo de Dios es perfecto para cada uno de Sus hijos e hijas.
- No subestimes a los demás: Evita hacer juicios que no consideren el potencial y las buenas intenciones de otros. Solo el Padre Celestial conoce perfectamente el corazón de cada persona.
Cómo juzgar menos y amar más
- Practica la empatía: Busca comprender las circunstancias y puntos de vista de los demás.
- Reconoce tu propia falibilidad: Reconocer tus debilidades y errores te ayudará a ser una persona más comprensiva.
- Ora por entendimiento: Pide a Dios que te ayude a ver a los demás como Él los ve.
- Concéntrate en lo positivo: En lugar de fijarte en los defectos, busca las cualidades positivas en los demás.
- Demuestra amor cristiano: Trata a todos con bondad, compasión y respeto, independientemente de sus diferencias.
- Practica el perdón: Perdona las fallas de los demás. Reconoce que todos cometemos errores y que Dios nos llama a perdonar.
- Cultiva la humildad: Reconoce que no tenemos todas las respuestas. La humildad nos ayuda a no juzgar y a amar más a nuestro prójimo.
“¿No somos todos mendigos?”
Al esforzarnos por juzgar menos, seguimos los enseñanzas de Cristo y nos volvemos más abiertos a las amistades y oportunidades de servicio. La hermana Reyna I. Aburto enseñó:
“¿No necesitamos todos desesperadamente de Él para recibir sanación? ‘¿No somos todos mendigos?’
Sigamos la senda del Salvador; mostremos más compasión y dejemos de juzgar y de ser los inspectores de la espiritualidad de los demás.
Una de las mayores dádivas que podemos ofrecer es escuchar con amor, y podemos ayudar a llevar y disipar las cargadas nubes que asfixian a nuestros seres queridos y amigos para que mediante nuestro amor puedan volver a sentir al Espíritu Santo y percibir la luz que emana de Jesucristo”.
Esforcémonos por ver a los demás con los ojos del Salvador, recordando que todos somos hijos de un amoroso Padre Celestial que está siempre dispuesto a perdonar y bendecir.
Fuente: Maisfe
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